martes, 31 de octubre de 2006

III

intoxicadosSe prende fuego mi pelo, mi piano, mis discos, la ropa y el perro.
johnnycashI hear the train a´comin´, it´s rollin´ round the bend, and I ain´t seen the sunshine since I don´t know when. I´m stuck in Folsom Prison, and time keeps dragging on.
viudasehijasMe di cuenta que por vos estoy tocando fondo (Monetario Internacional)
morphineYour mind and your experience calls me. You have lived and your inteligence is sexy. I wanna know what you gotta say, I wanna know what you gotta say, I wanna know what you gotta say, I can tell you taste like the sky ´cause you look like rain.
sumoPeople moving every day, but you know the move so slow. Do you know where they´re going? Do you know why they go?
beatlesFather MacKenzie writing the words of a sermon that no one will hear, no one comes near. Look at him working, darning his socks in the night when there´s nobody there. What does he care? All the lonely people...
jimihendrixYou´re just like crosstown traffic (so hard to get through to you), crosstown traffic (I don´t need to run over you), crosstown traffic (all you do is slow me down), and I´m trying to get to the other side of town.
borgesOtra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura?
cristobalcolonYo siempre leí que el mundo, tierra y agua, era esférico, y las autoridades y experiencias que Ptolomeo y todos los otros escribieron de este sitio daban y mostraban para ello, así por eclipses de la Luna y otras demostraciones que hacen de Oriente hacia Occidente, como de la elevasión del polo de Septenrión en Austro. Ahora vi tanta disconformidad, como ya dije, y por esto me puse a tener esto del mundo, y hallé que no era redondo en la forma que escriben, salvo que es de la forma de una pera que sea toda muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón, que allí tiene más alto, o como quien tiene una pelota muy redonda, y en lugar de ella fuese como una teta de mujer allí puesta, y que esta parte de este pezón sea la más alta y más próxima al cielo y sea debajo la línea equinoccial y en esta Mar Océana el fin del Oriente.
viejaslocasLegalízenla
redondosMariposa pontiac, ¿qué va a ser de mí? Sin tus caricias, nena, ¿qué va a ser de mí?
gratefuldeadShe had rings on her fingers and bells on her shoes, and I knew without asking she was into the blues. She wore scarlet begonias tucked into her curls, I knew right away she was she was not like other girls, other girls.
ydelamismaThe wind in the willows playing tea for two, the sky was yellow and the sun was blue. Strangers stopping strangers just to shake their hand. Everybody´s playing in the heart of a gold band, heart of a gold band.
de girondoAbandoné las carambolas por el calambur, los madrigales por los mamboretás, los entreveros por los entretelones, los invertidos por los invertebrados. Dejé la sociabilidad a causa de los sociólogos, de los solistas, de los sodomitas, de los solitarios. No quise saber nada con los prostáticos. Preferí el sublimado a lo sublime. Lo edificante a lo edificado. Mi repulsión hacia los parentescos me hizo eludir los padrinazgos, los padrenuestros. Conjuré las conjuraciones más concomitantes con las conjugaciones conyugales. Fui célibe, con el mismo amor propio con que hubiese sido paraguas. A pesar de mis predilecciones, tuve que distanciarme de los contrabandistas y de los contrabajos; pero intimé, en cambio, con la flagelación, con los flamencos.
Lo irreductible me sedujo un instante. Creí, con una buena fe de voluntario, en la mineralogía y en los minotauros. ¿Por qué razón los mitos no repoblarían la aridez de nuestras circunvoluciones? Durante varios siglos, la felicidad, la fecundidad, la filosofía, la fortuna ¿no se hospedaron en una piedra?
¡Mi ineptitud llegó a confundir a un coronel con un termómetro!
Renuncié a las sociedades de beneficencia, a los ejercicios respiratorios, a la franela. Aprendí de memoria el horario de los trenes que no tomaría nunca. Poco a poco me sedujeron el recato y el bacalao. No consentí ninguna concomitancia con la concuspicencia, con la constipación. Fui metodista, malabarista, monogamista. Amé las contradicciones, las contrariedades, los contrasentidos ... y caí en el gatismo, con una violencia de gatillo.
(De Espantapájaros (Al alcance de todos), n. 4)

domingo, 22 de octubre de 2006

La pava vigilada, no hierve

“I fell into a burning ring of fire
I went down, down, down,
And the flames went higher.
And it burns, burns, burns,
The ring of fire,
The ring of fire.”

Johnny Cash


En grano, el café materializó fuera del tercer estante; casi consciente de que yo la observaba, como aquel hombre que vigila la pava. Yo miraba la escena detrás de una lámina de aire gris, el agua hirviendo de ganas de algo; sería humo de la pipa, el agua hirviendo de ganas de hervir. Dan ganas de brillar, dan ganas de ser luz o apagar la luz, ahogar la hornalla, extinguir el horno, desconectar el eslabón, matar al vigilante. Aquel hombre, usa pantuflas, habla en la cocina o le habla a la cocina. Sujeta las cosas por los pelos, incluso las que no tienen pelajes, como las ideas más descabelladas. Y tiene una manera irritante de hacerlo, también. Parece no querer estar ahí, a veces lo admite. A veces le dice a la pava que no quiere, que no quiere. Yo quisiera decirle que retroceda, que admita sus errores, que camine hacia atrás y que deje de vigilar la pava. Los instantes están cada vez más desfasados, y son cada vez menos locuaces, empiezan a existir solamente en la cocina. Solo el hombre, y sólo las baldosas, y solo el café, y sólo la pava. Y sólo los estantes, y solo yo. Se hace de noche afuera de la cocina, y dentro de ella siento que quizás yo tenga el poder. Quizá fue a mí a quien se le ocurrió la idea, o quizá fui yo quien la llevó a cabo. Lo dudo, igual. Ese tipo de cosas dan cabida a los recuerdos (que ya no tengo) y a la elocuencia (que nunca tuve). Aquel hombre se sostiene por los pelos, la mirada fija en la pava, la pava fuera de foco, la pava desmayando. Y el ruido de la hornalla, el ruido circular, aunque desaprovechado e irrelevante. Cuando el hombre calla no existe más que el ruido de la hornalla, y súbitamente deduzco que calla por escucharlo. Similar a su concepción de las situaciones, porque su concepción emana las situaciones como si fueran algún gas inflamable. Así salen las situaciones, casi siempre usando las tuberías correctas pero, lógicamente, a veces equivocándose y saliendo por el grifo o por el cable de la tostadora. Y las situaciones (las que su concepción emana) son un gas que se libera de yacimientos fósiles, y que tienen un olor agregado, ese olor a gas que nos recuerda que somos tímidos, fáciles de atrapar, y que tenemos memorias con olor a gas; olor a gas que además nos recuerda que nos hemos dejado la hornalla prendida, y que el gas (las situaciones) no está ardiendo como debería. Aquel hombre no olvida que la hornalla está prendida, quizá olvida todo lo demás, pero eso nunca. No olvida que hace catorce eternidades puso la pava y que todavía no hierve, quizá olvida para qué quiere el agua hirviendo, o qué es eso, pero no olvida el círculo más pequeño. El centro de algunas cuestiones y el borde de otras. A veces piensa que el anillo de fuego es análogo al anillo de café que deja, conscientemente, en determinadas hojas de su libro, o en el mantel que parecía nuevo hace ya demasiados domingos. Pero todo eso es cada vez más distante. Como si no pudiera concebir espacios más amplios que su cocina, o ideas más amplias que el anhelado silbido de la pava. El instante más largo es aquel que desfigura más cosas, aquel en donde todas o casi todas las burbujas son de una sola pava de agua hirviendo. Aquel hombre solo vive en ese instante, quizá no por decisión propia porque, ¿quién sabe lo que pasa dentro de su cabeza? Es ese instante que pocos hombres llegan a conocer, que es la maldición para los que lo conocen. Hay una suerte de composición general en el cual el hombre no debe ser testigo de ese instante. Lo habitual es estar preparando otras cosas, como una cuchara, en su taza, sobre su plato. O estar perdido en concepciones deformadas por las albas horas, la falta de sueño, la repetición de los días. De todas maneras, lo habitual es no presenciar el instante que en verdad son todos los instantes. El momento en el que una pava hierve. A veces uno piensa que está mirando la pava hervir pero en verdad le está prestando más atención al diseño de las hornallas. Cuatro hornallas de cuatro diferentes tamaños, rodean a una hornalla y todo está perdido en un laberinto de hierro ennegrecido. Y realmente parece un laberinto, similitud ambigua como lo es el resultado: Porque todos y nadie hemos estado en un laberinto. Porque, ¿quién ha estado en un laberinto? Y a la misma vez, ¿quién no ha estado, alguna vez, en un laberinto? En esta distracción y en muchas otras se sitúa el momento en el que hierve la pava; es decir, la pava hierve en todo momento en el que no estamos mirando. Y ahí se encuentra aquel hombre, en un simposio de momentos que son todos en los cuales hirvió una pava, y sólo él tiene acceso a semejante laberinto en el que ser vigilante es la única opción, olvidarse del propósito de la humanidad y las satisfacciones inmediatas y perderse en el anillo de fuego y en las burbujas (que son todas), y en la eternidad del momento, olvidarse de que había un despliegue temporal conocido, el que solía vivir, y adornar su postura con las respiraciones fútiles, latidos desperdiciados de un corazón baladí. ¿Era todo tan semejante a los cuentos, a los sueños? Sería esto un abandono de los días, del pasar de los momentos, o sería el descubrimiento de una bifurcación de momentos dentro de uno solo, como si cada una de las burbujas, representando una unidad de agua que hierve, fuera un momento, y tantas burbujas juntas, en un contenedor, representara todas o casi todas las cosas. Catorce hornallas y catorce anillos de fuego rodean a aquel hombre como si fuere la hornalla central que curiosamente no es la que está prendida porque uno inevitablemente prende la de la derecha inferior.

jueves, 12 de octubre de 2006

I

Sobre la mesa dejé los objetos,
Los tristes objetos.

Apoyados, como dormidos,
La mesa ya muerta,
Hace rato.

Los objetos míos, tan míos,
Los dejé sobre la mesa a reposar.

Estaban todos ahí,
No faltaba nadie.

La mesa ya muy muerta
Lo único que tenía que hacer lo hacía.

Y con su propia perfección.

Y todos mis objetos, con todas mis esperanzas
Juntan polvo sobre la mesa.

II

Y es como un santuario sin terminar,
Una obra maestra que se aproxima cansada,
Que vive cansada,
Que consiste en el cansancio.

Los objetos que están sobre mi mesa
No se ausentan,
Aúllan a la luna que se ve desde algún monte.

Y no se asustan con el pasar del tiempo.

El entrar y salir de las personas.

La oscuridad repentina.

La claridad repentina.


III

Las objetos tienen nombre
Y se lo olvidan cuando están sobre mi mesa.

El nombre y las ataduras sociales salen volando
De a poco.
Como la difusión de los gases
O los pájaros en el aeropuerto.

En mi mesa solo hay objetos,
Objetos y nada más.

IV

Los objetos tienen función,
Y se lo olvidan cuando están sobre mi mesa.

Sobre mi mesa los objetos tienen una función diferente, unida, antigua. Forman parte de un argumento más abstracto y mucho menos práctico. Porque son en tanto que están sobre mi mesa. Esa es su función. Crean nuevos perfiles y nuevos horizontes sobre mi mesa porque se unen a la mesa sacramente y con un entendimiento que solo los objetos pueden entender. La mesa está muerta desde que nació pero son mis objetos los que le dan vida. Los que crean vida sobre tanta muerte. Sobre una muerte tan plana y equilibrada y horizontal.

V

Y eso me gusta.

martes, 3 de octubre de 2006

Creo que fue algo así:
El puño del bosque, demostrado en el pésimo dibujo al dorso de la hoja, cuyo autor prefiere mantener el anonimato (quizás más por vergüenza que por misticismo artístico), me engatusó de tal manera que prefijó mis intenciones de una manera abismal. Eso más o menos se distingue en la imagen… pero de verdad, qué mala que es esa ilustración. En fin, intentaba explicar con qué dote salvaje, clásico en su especie, la arboleda me habló de dioses y de arena, de raíces y de momentos. Quizás fue el miedo lo que me llevaba a dudar de su propuesta: la de unirme a ellos y hacer la sacra conversión, con su inevitable comunión, al arbolismo; término un poco indeciso, y si no eso confuso. Sencillamente, se trataba de hacerme árbol.
Pero como quizás he dicho antes, la manipulación era tal que estas dudas eran simplemente ráfagas de pensamientos instintivos, o esa llamada “conciencia”, o segundas opiniones volátiles que yo sabía eran inconsecuentes.
Al cabo de unos mates, que sólo yo tomé (porque, ¿cuándo se escuchó hablar de árboles que toman mate?), les di la mirada de las pocas palabras, el sí implícito, el reconocimiento de la transición, el fin de lo inevitable, o el principio de lo otro.
La metamorfosis, altamente cinematográfica, es lenta y placentera. Se trata, sin más, de hacerse uno con la tierra. Se siente como tomar agua y que esa agua se materialice dentro del cuerpo y chorree para afuera, por los poros o algo. Sería comparable con el tópico de los dibujos animados en el que un personaje es disparado muchas veces y que, pareciendo salir intacto, bebe líquidos que luego salen de diversos agujeros que las balas perforaron en su persona (quizás este último término no sea el más apropiado dado que gran cantidad de los dibujos animados son animales). De todos modos, de agujeros se hizo mi cuerpo y de ellos sale mi forma y mi materia, y se escabulle en la tierra alejándose de mí como un hilo de lana de un suéter. Y se lleva mi ser, o mis seres, pero sin desprenderse de mí sino haciéndome más amplio, dejándome distribuido en trenzas por aquí y por allá, imagen pictográfica obvia: las raíces de un árbol. Y así todos mis átomos, ¡los míos propios!, son los átomos de todo lo que me rodea, mientras yo absorbo lo que me rodea también me convierto en aquello; me rodea mí futuro, mientras mi presente es lo que me solía rodear.
Pero es todo muy honesto, y muy espiritual. Poco sabía yo que el proceso tardaría años. Tarda todos los años, los siglos. Fíjate que ya pasado toda una vida y todavía no ha acabado. Solamente soy medio árbol, más o menos… y dicen que la segunda mitad es más larga que la primera.