domingo, 5 de mayo de 2013

La boa constrictor




Las hojas se aferran a la rama durante un año
pero sobre todo existen las tormentas.

La boa constrictor
su fruición al calor de mi orilla
es engañosa, se deja leer
bajo la luz de la linterna
(regalo de mis padres).

Sus ojos celestes y lechosos indican la muda
de su piel escamosa, el fantasma se está creando.

Rodea mi isla.

Estoy quieto, pero las nubes
cambian continuamente su formación,
juntan agua, la transportan y depositan, alteran
la superficie de un cuerpo en movimiento.

Tarde o temprano, todo es oscuro.

Tres noches continuas nos enfrentamos,
nada sucede,
su comportamiento fingió ser impredecible,
lo cual no me esperaba.

Mi linterna aporta al calor que exige
la boa constrictor, pero la boa constrictor
está en sí misma, es otro centro.

Dibuja un ocho en mis orillas, me tiraniza,
y si mis huesos han de ceder bajo sus anillos dorados
habrá sido así todo el tiempo.

Ahora mismo, en esta orilla, bajo esta semiluna
la boa constrictor me seduce y no al revés,
su signo fluye en una sola dirección.

Temo y admiro.

Si temo, miro a occidente,
lo que queda del atardecer,
una gran columna de lluvia que conecta cielo y tierra
parece ascender (asciende) y cae.
Ahí todo es un punto, mi fuerza,
y la serpiente me repulsa, me recuerda,
que no hay tal isla, tales límites, tal contención,
que todo lo mío murió todo el tiempo en mis manos.

Si admiro, veo el oriente,
bajo la luz del amanecer que nunca llega
la serpiente es una transición generosa,
refleja los brillos lejanos del sol naciente,
los deja al alcance de mi mano, me convierte,
y eso también está siempre pasando.

La boa constrictor quizá sea el amor,
pero no deja que el amor pase, las otras islas
llegan hasta ahí de forma irreparable,
se conectan sólo por abajo, donde el tiempo no llega.

Procuremos no lamentar
el paso de la tormenta
es como cualquier cosa.

Hojas caídas en un lecho de hojas caídas.