lunes, 3 de abril de 2006

Esperando a 1989

Prólogo del Editor

“Soy medio vidente. Todos los temas de Sumo, todos, desde el primero hasta el último, todos son predicciones. No lo hice a propósito. Yo hago todos los temas en el acto, por ahí hay algún estribillo que ya está. Las letras están hechas en el estudio, yo las hago mientras que estoy grabando, me las invento. Y nunca sé de qué carajo estoy hablando. Después al año, a los dos años, escucho y pasó exactamente lo mismo que había cantado.”
Luca Prodan
(17/5/953 – 22/12/987)

Siempre soñé con ser escritor, y con veinticinco años, una carrera de letras en España, algunos textos prematuros (pero que no poca gente había llegado a respetar), creía que podría llegar a ser bueno. Cuando me empecé a dar cuenta de que iba a terminar siendo editor, me sentí un poco defraudado.
Un día estaba sentado en un bar, tomando una cerveza y escribiendo un cuento. Siempre reconocí que tengo poco dominio del idioma y que no soy tan expresamente locuaz a la hora de redactar mis pensamientos. Pero siempre tuve la mente muy agitada y vagabunda, curiosa, algunas veces pedante, algunas veces dispersa, pero siempre vigilante. El texto que estaba trabajando hablaba de un hombre que, revisando entre cosas viejas en el altillo de su padre (q.e.p.d.), encuentra un baúl lleno de cuadernos llenos. Setenta, doscientos, trescientos cuadernos cargados de palabras. El hombre se sorprende ya que desconocía absolutamente esa dedicación que tenía su padre por la escritura. Abre uno y cuando intenta leer ve que no entiende nada de lo que dice. La caligrafía era paupérrima. No se entiende ni una palabra, ni una letra; garabatos lineales, mamarrachos separados en renglones que no cumplen la función básica de lo que es la escritura. Revisa otros cuadernos y en todos es igual. Con el tiempo se vuelve un poco loco y en una ocasión sale a la calle gritando con un ejemplar, tratando de obligar a que otra gente se lo lea. Entra desaforado a un café y un hombre se acerca y le habla, lo calma, le da de fumar. El hombre, ya bastante tranquilo, le explica lo que le pasa y el buen ciudadano mira los cuadernos. Ahí descansaba el cuento y sobre él mi lapicera. Sin saber cómo seguirlo, yo tomaba sorbos de cerveza. Pensé en la posibilidad de que el hombre sea dueño de una galería de arte y que piense que los cuadernos pueden tener gran valor artístico, pero eso no me entusiasmaba demasiado. De repente entra al bar un hombre eufórico, diciendo que había encontrado un baúl lleno de grabaciones que predecían el futuro. Inmediatamente me levanté y lo agarré del brazo, le di de beber, lo senté en una silla. Se calmó y me dijo que su padre era escritor pero que un accidente lo dejó incapaz de escribir y por eso había tenido que crear toda su obra oralmente. Era muy obstinado y había hecho miles de grabaciones, cuentos, poesía, varias novelas, críticas, de todo. Tenía un depósito con baúles y baúles de grabaciones. Su padre era el ya demasiado conocido R. T., y me estaba hablando de la ya demasiado conocida colección de grabaciones titulada Los discursos anacrónicos. Hoy cualquiera sabe de la magia tan sutil que expuso R. T. en esas grabaciones. De las referencias tan increíbles que hace a muchos de los textos más conocidos de años posteriores, esas que aisladas parecerían una sorprendente coincidencia; pero todas juntas, guardadas en esos baúles, son un gran chiste, un testimonio físico y metafísico de que las cosas no son como pensábamos. Pero eso es historia y poco importa ya. Esta es la publicación de una grabación inédita, una grabación extremadamente personal que guardé por muchos años, una grabación creada en el año 1987, en medio de una de las etapas más intensas de R. T., una grabación titulada Esperando a 1989. Es el ejemplar que R. T. (h) tenía en las manos cuando entró al bar. Me dio el grabador y rebobiné la cinta. Apreté el botón de Play y apareció esa voz que hoy me es tan conocida, esa voz oscura, trascendental, amplia; esa voz refinada, practicada, esa voz de oráculo, esa voz eterna, esa voz que aquél día de noviembre me cambió la vida, esa voz que jamás me dejó de hablar al oído; esa voz que me empezó a decir lo que hoy, en estas páginas, me decidí a compartir.
Mikel Aboitiz
Buenos Aires, 9/11/043

5 comentarios:

Anónimo dijo...

maravilloso
alegria630@hotmail.com

Mikel dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Mikel dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
maik dijo...

aparte de todo lo que te quiero contar, hace unos dias vi el capitulo "he had never heard of corduroy" y casi me cae una lagrima de risa solo.esas cosas que dice ese george y ese kramer me hacen reir y acordar de nuestras carcajadas compartidas.

Germán W. dijo...

grosso.