martes, 17 de julio de 2018

Fundación mítica de Islandia



El siguiente es un texto que escribí para Notes on a novel (that I am not going to write), or the swimming pool, or the hair, the herb and the bread or the tomato plant, un proyecto de creación grupal ideado por Irene Solà en el marco de las becas de Barcelona Producció, La Capella (Ajuntament de Barcelona).



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1.
Estás bajo mi hechizo. Te convertirás en un mar tan ancho que nadie podrá cruzarlo, salvo el pájaro en vuelo.

La Madre Pluma, una gigante columna de magma inusualmente infernal recorre Laurasia, el inmenso supercontinente conformado por Laurentia y Eurasia. Magma de baja densidad y altísima temperatura se eleva por este conducto de 3000 km con irrefutable autoridad. Su destino es la superficie del planeta y nada puede interponerse en su camino. El aire suave y el cielo azul esperan calmos sin saberlo a los calientes gases y las espesas nubes de ceniza. La generación de nuevas cortezas terrestres, de nuevas cadenas montañosas para soportar con tranquilidad el peso de un océano, o de nuevos suelos que sostengan el andar de los pequeños mamíferos, que den cobijo a las criaturas nocturnas y un descanso a las grandes aves de rapiña, será el producto de este largo ciclo de convección. Así fue dado el hechizo y les aseguro, queridas amigas, que nada de esto era evitable.

La Madre Pluma, una gigante columna de roca fundida recorre el hemisferio, queridos míos, y transforma a su paso la superficie de un continente que también se mueve, que flota y se desplaza según establecen los hechizos. Desde los mares del Ártico, que se mecen y arremolinan gélidos hoy cerca del eje de la Tierra, durante un recorrido de 60 millones de años a finales de la era mezozoica, la Madre Pluma recorre el norte de algo que aún puede llamarse Pangea hacia el Sureste, descargando estallido tras estallido, derrame tras derrame, efusión tras efusión, su néctar rocoso. Así fue, hijas mías, que se elevaron los picos subacuáticos de Alpha, bajo la cuenca amerasiana que hoy yace en los extremos polares del Norte, tal como había sido destinado desde las profundidades del manto para la Madre Pluma, un túnel de 10 km de diámetro que se abre directamente al interior del planeta en estado de ebullición y se traslada coloso por el hemisferio. ¡Es feroz su andar, hijas mías! ¡Es vehemente y veloz! ¡Pasa rauda por las islas Ellesmere y Baffin, creando y expandiéndolas a una vez, y a buen ritmo atraviesa los subterráneos de Groenlandia! ¡Todo lo modifica a su paso! ¡Así es el organismo planetario! ¡Así se mueve, mis criaturas, la pluma mantélica! De punta a punta recorre Groenlandia sin cuidado en unos 50 millones de años, al comienzo del Cenozoico, para llegar con paciencia a su ubicación actual, precisamente en el límite entre las placas de Norteamérica y Eurasia, cuando allí no había mar sino el centro de un gran continente. Entonces elaboró un extenso territorio, la Provincia Ígnea del Atlántico Norte, cuyos fragmentos se encuentran ahora dispersos y en ruinas por las bravas costas del gélido mar.

Es que las cortezas terrestres de Laurentia y Eurasia, queridos hijos, cuyo destino inalterable en diversas ocasiones había sido el de unión y común prosperidad, aquellas cuya sumatoria fue durante 100 millones de años la mitad de un único continente que equivalía al mundo sobre el mar, cuyo destino parecía ser uno y el mismo, no estaban dadas a permanecer juntas después de este punto. ¡Los días de Pangea estaban contados! ¡El hechizo así progresaba! ¡No hay arena sin transformación! ¡Laurasia era un continente con un principio y un fin, mis amigas, tal como siempre fue dado todo lo que nos fue dado! Con el llegar de la Madre Pluma, resuelta en elevar las temperaturas, ablandar los materiales y disolver las uniones, la separación de las placas era inminente. La Provincia Ígnea, cuyos vestigios ahora extienden sus apartados dedos por el norte de Irlanda, Escocia, Groenlandia, incontables islas y ruinas como piedras arrojadas en la playa y olvidadas, comenzó entonces el camino de la disolución. Nuevas erupciones debían tomar el sitio de las anteriores, nuevas expulsiones del interior del planeta debían reciclar las superficies en apariencia tan incólumes, tal como lo quiso el organismo, hijas mías, tal como pudo o quiso. ¡Si aún faltaba expulsar 200 mil kilómetros cúbicos de lava, en un período de tan sólo 15 millones de años!

Todo se separa, la transformación es ubicua, el hechizo es múltiple y es uno. El organismo puso un pelo en la tierra y dijo “Estás bajo mi hechizo”, y desencadenó como lo había hecho continuamente y como lo sigue haciendo, la deriva continental, el suave flotar de las cortezas terrestres sobre un manto líquido. Grietas se abrieron en la tierra, violentas sacudidas y estallidos que  se mostraban implacables con las frágiles vidas que antes había soportado con clemencia y rocosa parsimonia. ¡No hay hogar en la tierra que no desvanezca, que no se desplome, mis criaturas, junto con sus contenidos y los contenidos de sus contenidos, y que a su vez no arrase con todo aquello que se interponga en su camino hacia la ruina! ¡No hay energía por fuera del hechizo! La roca bajo nuestras patas, que juzgáis tan eterna, fluye como el río, es tan efímera como la hierba que crece sobre ella y nos alimenta!

Las dos placas, como dos salvavidas que antes flotaban juntos, unidos por las manos de dos náufragos a la deriva que templaban los delirios del hambre y la sed y el continuo horizonte marino con mutuas palabras de aliento y coraje y que finalmente, con el llegar de un nuevo amanecer, dejaban por completo de respirar para deslizarse reticentes a la nada, disolviendo con su último pulso el apretón de manos que los había acompañado por las bravas olas de altamar, comenzaron a separarse ahora, con la llegada de la Madre Pluma. El hechizo disponía que sus direcciones fueran las opuestas, como dos hermanos que durante toda la infancia fueron inseparables y que luego muy estoicos y con poca ceremonia se marchan cada uno hacia su destino orgulloso en barcos separados y que los mares comiencen a mediar entre ellos. ¡Adiós Laurasia! ¡Que descanse en paz Pangea! ¡Bienvenido el Atlántico Norte! ¡El enfrentamiento entre Eurasia y Norteamérica nos espera! Mira esa ballena, asomándose con dulzura a la superficie de su hogar. Esa criatura no existía, nadie de su familia y linaje. ¡Este océano no existía! Desde el golfo de Alaska hasta el mar de Ojotsk no había separación alguna, y los ancestros de vuestros ancestros correteaban con sus diminutas patitas por un territorio que todo lo englobaba.

La Dorsal Mesoatlántica, una larga y profunda cicatriz, recorre el fondo del mar de punta a punta, una grieta que no se cierra, una ardiente abertura hacia el líquido interior, hacia aquello que todo lo sostiene. La presión de millones y millones de toneladas de nuestro planeta no son nada para el manto de roca viscosa. Allí el hechizo dispone. Allí labra el hechizo, expulsando por el fondo del mar nuevas lavas, creando enormes valles, montañas y quebradas subacuáticas que algún día, posiblemente, tras nuevos hechizos, tras incontables movimientos, se encuentren bajo las cambiantes nubes, elevándose sobre alguna inmensa explanada, bajo intermitentes lluvias que recorren y recortan sus lomadas en sanos ríos. Y los continentes se desplazan. Unos centímetros al año, Norteamérica y Eurasia se alejan, el Atlántico Norte crece, progresa, saluda con gracia a los nautas de altamar. Así lo dispuso el hechizo, y sólo un pájaro en vuelo puede cruzarlo.

Fragmentos enteros del continente se desploman y caen al fondo del mar. Extenuantes terremotos y volcanes acompañan el proceso de destrucción y desmembramiento, y en los otros extremos de las placas, procesos de subducción y orogenia se expresan como consecuencias inevitables de la separación. ¡Oh los incontables terremotos y tsunamis en las costas del Pacífico! ¡Oh los majestuosos picos del Himalaya y los Alpes! Las construcciones más sublimes son producto de la destrucción, tal como dispuso el hechizo. ¡Si tan sólo los tiempos no fueran tan cortos! ¡Cómo cambia el planeta, en poco más que 60 millones de años! El Océano Atlántico, mis queridas, hogar de monstruos y marineros, templo azul de nadadores, es poco más que un becerro indefenso en el devenir de los hechizos, efímero y circunstancial. Un pelo y un hechizo pueden transformarlo todo otra vez, y lo harán.


2.
Estás bajo mi hechizo. Te convertirás en un fuego tan grande que nadie podrá cruzarlo, salvo el pájaro en vuelo.

Por todo el fondo del mar la Dorsal Mesoatlántica, aquella rugosa costura de placas tectónicas, se agita en constante actividad. Terremotos y expulsiones violentas de lava se ven sofocadas y silenciadas por kilómetros verticales de agua salada. Una cadena montañosa se forma al compás de los milenios, elaborando un dramático paisaje submarino que recorre sinuoso el planeta de Sur a Norte, trazando una simétrica lomada por la mitad precisa del océano. Pero allí donde la Dorsal se encuentra con la Madre Pluma, allí donde el hechizo dispuso el vínculo y la sumatoria de cargas, allí pasa a épica la expulsión, mis cachorros. Sólo allí, tras 40 millones de años de separación continental y apilamiento de lava, capa tras capa de basalto submarino, logra asomarse la Dorsal Mesoatlántica al aire libre.

La roca fundida quiere ver la luz, su destino es la solidez terrestre, la capa superior, la exposición al ozono. El viaje de la roca es permanente. Nada detiene su paso por el ciclo del hechizo. Y luego, hijos míos, vuelve al interior del planeta, como una semilla que crece y muere y vuelve a la tierra, descartada y enriquecida a su vez. La Madre Pluma es el corredor por el cual el magma se desplaza hacia el mundo superior. La Madre Pluma lo contiene y lo promueve. Es su límite y su tracción. La expulsión de nueva materia es obra suya, y su obra es acción del hechizo.

¡Oh, el éxtasis! ¡Queridos primos y nietos, los estallidos! ¡En este planeta de fuegos, chispas y explosiones, nada hay como las emisiones de lava! ¡Magmas máficos, derretidos a temperaturas mayores de 1100 grados en las profundidades insondables del manto se elevan por las fisuras produciendo oleadas de basalto sobre la superficie de la tierra, o se detiene en el interior de la corteza y endurece formando rocas intrusivas de dolerita en la parte superior de la corteza, y de gabro en la parte inferior! ¡Magmas félsicos, fundidos en los reservorios de menor profundidad, a temperaturas que apenas logran superar los 900 grados, se exaltan también por las ranuras de la tierra y forman rocas extrusivas de dacita y riolita al ganar la superficie, y una hermosa variedad de granitos en las diversas alturas de la corteza subterránea, dependiendo de la temperatura en la que endurecen! ¿No es apabullante la variedad? ¿Sigue siendo acaso un misterio el misterio de la personalidad? ¿Os asusta, cachorritos, la ramificación del hechizo? No hay dos vacas iguales, no hay mugido que se repita, cada piedra, cada árbol y cada hoja de hierba son palabras únicas en el prolongado hechizo. Y os diré algo más: no hay dos hechizos iguales. ¡Los hechizos se suplantan y contradicen, se entrelazan y modifican continuamente, y no se sabe dónde comienza uno y acaba el otro!

A todo lo largo de la fosa tectónica se exhibe una cadena de violentas erupciones, y en líneas paralelas que la acompañan hay también fisuras que se abren hacia el interior, conectadas ora a pequeñas cámaras de magma que yacen contenidas como burbujas en la corteza, ora a los extensísimos reservorios de mayor profundidad, donde no hay solidez que se mantenga y cada piedra es una gota en un inmenso y redondo y viscoso mar ígneo que es la astenosfera. La deriva continental es el agente de constante recambio, la Madre Pluma el combustible que lo acelera y enaltece. Las placas siguen separándose, flotando en direcciones opuestas, y los flujos de magma se elevan de la fuente inagotable que es el interior del planeta, causando violentos estallidos en la superficie. ¡El hechizo así lo dispuso! ¡No hay superficie sin ardor! ¡No hay sólido sin fragua! ¡Y si una criatura debe morir bajo una manta de ceniza ardiente, que así sea!

Erupciones efusivas, suaves derrames de magma que rebasan los límites de las cámaras y fisuras y se extienden ardientes por la superficie del planeta, apilan kilómetros cúbicos de materia rocosa y generan nuevos y mayores territorios. La tierra emana su contenido como si fuera leche hirviente apurada por surgir de una gran ubre. Las lavas máficas, de menor viscosidad, forman capas finas que se extienden por grandes áreas, mientras que las más viscosas lavas félsicas crean pequeños domos de mayor elevación sobre superficies más pequeñas. ¡Y las temperaturas! ¡El ardor! ¡El incendio! Este planeta de hechizos no nos prepara para enfrentar sus calamidades, la violencia de sus aberturas, el descontrol de las grietas hacia su ardiente interior! ¡Amigas, más de una de ustedes morirá bajo sus fuegos! ¡Las erupciones sepultan! ¡Magnánimo volcán, avasallador agente del infierno, somos indefensas criaturas en tus colinas! ¡Caminamos sobre tus expulsiones, nuestro hogar, y quedamos expuestas a tu clemencia en futuras expulsiones! Así lo dispuso el hechizo, así lo quiso el organismo como pudo.

¡Hablemos de erupciones explosivas! ¡Oh, cuando el magma se fragmenta por las violentas ebulliciones en la parte superior del conducto volcánico! Gases disueltos, hijas mías, al escaparse de la roca fundida cuando hierve, crean erupciones magmáticas que se vuelven ferocísimas cuando el magma es félsico. Su mayor viscosidad y contenido gaseoso garantiza una inenarrable acumulación de presiones internas, y la calamidad entonces es inminente. ¡Oh volcán, tus estallidos! ¡Oh volcán, tus erupciones hidromagmáticas, cuando el magma entra en contacto con un cuerpo de agua y lo transforma de forma instantánea en un exaltado estallido de vapor furioso y lava inclemente!

¡Oh los bosques en llamas! ¡Oh los extensos incendios, de horizonte a horizonte! ¡Oh los ecosistemas enteros avasallados, expulsados de toda forma de expresión vital! ¡Oh las sepulturas de ceniza! ¡Los instantes guardados en el tiempo! ¡El devenir del hechizo! ¡La transformación de los elementos: aire, agua, tierra, fuego! ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Oh, fuego! ¡Fuego nuestro! ¡Hondos volcanes! ¡Profundos conductos! ¡Voces de lo insondable! ¡Feroces comunicadores! ¡Somos motas de polvo indefenso en tus laderas! ¡Habitamos tu corteza sin opción, dispuestas al devenir del hechizo! ¡El organismo puso un pelo en la tierra y dijo “Estás bajo mi hechizo”, sembrando incendios y cosechando lava férrea, y nosotras no somos quiénes para cuestionar o siquiera comprenderlo! ¡Si al menos fuéramos como el ave, que con gran descuido sobrevuela los caminos más infranqueables! ¡La serpiente emplumada, que serenamente se despega a su antojo del cuero de la tierra! ¡Oh instrumento alado, oh tracción etérea, oh persistente dinosaurio! ¿Cuántos hechizos más te pasarán por debajo? ¿Cuántas veces serás testigo de las transformaciones más calamitosas en la superficie de la tierra? ¿Acaso no significan nada para ti las extinciones masivas, los terremotos, los incendios, las explosiones? ¿Es tan despreocupada tu existencia, es tan favorecido tu hechizo? ¡Cuéntame de tus penurias, dame noticia de tus desafíos y desventuras! ¡Compañera de los aires, presta oído a mis bramidos, alíviame de esta envidia infértil!


3
Estás bajo mi hechizo. Te convertirás en una montaña tan alta que nadie podrá cruzarla, salvo el pájaro en vuelo.

¿Qué hay de las alturas que cubre los extensos territorios hasta el horizonte con un velo de grandeza y ensueño, un dramatismo y una añoranza que se posan agitados sobre la mirada de quienes franquean sus peldaños y logran asir sus elevados territorios? Si en nuestro interior se alza una cadena montañosa, debe ser ahí donde acudimos para tramar nuestros mayores logros, para desentrañar los misteriosos hechizos de nuestro planeta, y para sentir el pulso del organismo guiando la transformación de los elementos! Allí donde el aire se afina, donde se expresa un poco más claramente el límite del ozono y se desfigura en algo la piel etérea de nuestro planeta, entre los picos nevados y el vuelo del águila, allí, hijas mías, el cosmos se percibe con mayor facilidad.

¡Oh, el Mioceno! ¡Si se vieron montañas elevarse! ¡Si se apilaron materiales en vertical de forma impetuosa! ¡Nuevos hogares! ¡Nuevos muros y desafíos, nuevos templos para exhibir el abanico de elevaciones territoriales! ¡Venerable orogenia, tus poderes! ¡Con qué pompa gesticulan los hechizos! ¡Oh, criaturas, no hay nada como la colisión de dos cortezas terrestres, cuando dos inmedibles fuerzas opuestas colaboran en los pliegos y apilamientos más dramáticos! ¡Y en el medio del Atlántico, entre las dos placas tectónicas y sus opuestas derivas, surgiendo del abismo de esa grieta, sobre el ardor de la Madre Pluma, se desata el más pletórico de los volcanismos! ¡La abundancia, el despilfarro magmático! ¡La variedad de conos, de cráteres y calderas, de largas lomadas acumulativas, de domos y mesetas y estratificaciones! ¡Por mis cuernos, qué veloz transformación! ¡Pensar que hace sólo 20 millones de años esta isla no había llegado al nivel del mar, y que todavía faltaban unas 4 millones de erupciones! A veces, cuando camino por estos elevados campos de lava y siento el tic-tac de mis pezuñas sobre el opaco basalto y veo las rugosas llanuras plegar y desplegarse hacia el horizonte difuminado, pienso que es todo un sueño y que nuestros hechizos no tienen más peso que una piedra pómez, una nube que se desplaza por el viento ondulado.

Siguiendo el eje Suroeste-Noreste, marcado por la Dorsal Mesoatlántica, el material se acumula formando toda suerte de riscos bruscamente paralelos que se desplazan ora hacia Noroeste ora hacia Sureste, según de qué lado de la dorsal hayan aterrizado. Así el volcanismo se renueva y se elevan estas oníricas montañas. Las estructuras varían según el tipo de magma expulsado, el comportamiento del volcán y la forma de su conducto, ¡y qué inmensa variedad arquitectónica generan estos factores! ¡Tenemos a Krafla y Torfajökull, dos gigantes calderas formadas tras colapsar los techos de sus cámaras al vaciarse de magma! ¡ Hrómundartindur, un estratovolcán formado por el apilamiento de lava y ceniza tras un largo ciclo de erupciones explosivas! ¡Hekla, aquella escalofriante fisura que vista desde el Suroeste o el Noreste parece un cono, pero desde los demás ángulos una larga cadena montañosa, y cuyas erupciones forman auténticas cortinas de fuego al brotar de esta rajadura de 5 km de largo! ¡Askja, un gran volcán en escudo, formado tras sucesivas erupciones fluidas, y Hofsjökull, algo parecido pero bajo un glaciar!

¡Oh hechizos, las glaciaciones! ¡Hechizo de frío! ¡Hechizo de frío y sequía! ¿Cuán bajo puede llegar el nivel del mar, para acumular los recursos acuíferos en grandes bloques de hielo glacial? ¡Oh cíclica heladera! ¡Oh milenarias estaciones! El invierno geológico nos espera inclemente, cada 100 o 200 mil años, para transformar este planeta en un calamitoso desierto de glaciares! ¡Y pensar que antes del Pleistoceno era inconcebible tanto frío! ¡Cómo nos acostumbramos al arrebato de las expansiones polares, agresivos avances congelados que todo lo modifican, ríos de hielo que escarban la tierra, que despedazan la roca formando valles y fiordos! ¡Todo lo transforman a su paso, amigos, todo menos la actividad de los volcanes! Bajo miles de metros de sólido glaciar, el magma continúa su expulsión indiferente, derritiendo progresivamente el hielo y acumulando la lava en prolijas pilas escondidas, entrando luego en una fase de feroces explosiones hidromagmáticas si el volcán continúa, depositando capas de caótico piroclasto sobre las pilas de lava, socavando sucesivamente el hielo de la superficie si la actividad volcánica es persistente, para lograr al fin una meseta de basalto a ras del glaciar, bajo el aire frío y seco y casi inmóvil.

Tengo una noticia, mis becerros: esta montaña no es para siempre. Se pondrán nuevos pelos en la tierra y se dirá “Estás bajo mi hechizo” y se desencadenarán nuevas incontables transformaciones. ¡Alegría, cachorritos! ¿Os imagináis las futuras glaciaciones? En tan sólo 100 mil años cualquier cosa puede desencadenarse, y el organismo dirá “Adaptaros, cachorritos, o feneced”. Nada de esto es grave, y nada de hecho es final. Los hechizos se entrecruzan y se contradicen. Se alimentan, se suman y encadenan. Se amalgaman y se amoldan y se distorsionan. ¡Los mismos hechizos se transforman! ¡Surgen como géiseres de la tierra y se disuelven en el manto atmosférico! ¿Habéis visto la aurora boreal? Encantador hechizo solar, brillante interacción de organismos, de radiaciones y magnetismos. ¿Qué espectáculos nos esperan? ¿Qué hilo de modificaciones brotará de las pasadas alteraciones, para establecer a su vez un nuevo conjunto de condiciones? ¡Hechizos y hechizos de hechizos por doquier! Alrededor del siglo X, alzas en la temperatura mundial debido a variaciones en la radiación solar promovieron la actividad vikinga en el Atlántico Norte. ¡Fue por esos años que se asentaron en este improbable oasis volcánico de altamar! Durante unos siglos, todo lo poblaban y conquistaban feroces. ¡Incluso se afincaron en Groenlandia! Pero ese calor era efímero, mis criaturas. ¡Por mis cuernos si lo era! ¡Aquí todo son ciclos! ¡Crestas y valles de la onda de algún hechizo! ¡Son palabras de un largo poema épico que es el cosmos! ¿Pensáis que me pongo meloso? ¡Deberíais ver el cosmos! ¡Allí sí que hay hechizos! ¡Allí sí que hay gigantes, fantasmas y encantamientos de todo tipo! ¡O de lo contrario el microcosmos! ¡Una gota de sangre contiene tantos misterios como la Vía Láctea! ¡Todo está por descubrir! ¡Todo puede ser relatado! ¿No os da eso una función? ¿Pensáis que no tenéis rol en en esta inabarcable red de aniquilaciones y nacimientos y transformaciones? El relato socava el sufrimiento, agrega un eslabón a la cadena de interpretaciones. ¡Iros ya, hijas mías! ¡Juntad partes de la historia! ¡Buscad testigos de algún hechizo!



sábado, 7 de julio de 2018

Ese día la calle me pareció un lugar extrañísimo, un túnel de luz inescrutable,
una figura impredecible, bella, cautivante y como trágica, que purga y que duele,
no exactamente pública, ni siquiera indiscreta sino una línea de misterio,
un fantasma atrás de otro, un gran monumento y un vehículo
hacia lo puramente desconocido, lo que ni al llegar se conoce,
lo que nunca suelta el velo, lo que ni quiere ni se deja
ni no quiere y no se deja comprender.

El silencio de mi casa fue una prueba, y pensé en el juego que jugamos,
en lo distinto que había sido para vos de lo que había sido para nosotros dos,
y estaba todo tan lleno de miedos y revisiones que casi no se veía la cama,
me acosté en esa nube y pensé en el universo como una sábana tibia.