Querido Hernán,
Estoy ahora en Lisboa. No sé si todavía te encuentras en Sevilla o ya te has marchado. Si te has movido a tu próximo paradero, espero que Hernán me haga el favor de reenviar esta correspondencia a la dirección adecuada. Antes de atacar el contenido vertebral de estos párrafos quiero disculparme por despachar la carta sin dirección de remitente, no dudo que entiendas perfectamente por qué me manejo de esta manera pero todavía creo correcto pedir perdón por ello.
Es curioso cómo nuestra vida ha sido una constante repetición de variables fijas, una recitación perenne del mismo abecedario, de los mismos diez números; subir una escalera, saltar al abismo, subir la misma escalar, saltar al mismo abismo. Porque nos repetimos Hernán, tú lo sabes muy bien. No negarás que ya te he mandado esta carta, la misma, desde dieciocho o cuarenta (he perdido la cuenta) lugares diferentes, siempre declarando que estoy en Lisboa, o en Oporto, o en Nueva York, o en Ohio, o en el D. F., o en Moscú; siempre cuestionando si seguirás en Sevilla, o en Cádiz, o en Girona, o en Toulouse, o en Casablanca, o en Jerusalén, o en el Cairo; siempre con la esperanza de que de no ser así Hernán pueda ser tan amable de enviar la carta a la dirección adecuada; siempre disculpándome por no facilitar una dirección postal, siempre tomando por sentado que tú entiendes las razones de tal precaución. Sí, tú sabes bien qué voy a decir ahora, lo sabes tan bien. Antes observé lo de la circular repetición de constantes, y tú sabías que lo haría; luego repetí los pasos rutinarios con los que desenvuelvo esta carta, siempre igual, siempre la misma carta, y eso también lo sabías ya. Y sabes qué es lo próximo. Voy a decir que estoy harto de huir, tan harto. Porque lo estoy, Hernán, estoy empachado de esta dulzura falsaria. Sí, fue dulce al principio, esta especie de juego que tenemos. Cuando tú estás en A, yo estoy en B, escribiendo la carta número 1. Luego me muevo a C, tú te mueves a B, y desde C te escribo la carta número 2. Claro que siempre están Hernán y Hernán, ellos también están participando. Yo lo sigo a Hernán, cuando yo estoy en B él está en C, y si me muevo a C el ya estará, indudablemente, en D. Y luego está Hernán, como de una manera paralela. Si nosotros nos movemos de A a B y de B a C, Hernán se mueve de A2 a B2, y de B2 a C2. A Hernán no lo vemos pero está ahí, mirando el tablero de juego, recibiendo y reenviando las cartas. Pero para todo esto recurro a la conjetura, no sé a ciencia cierta si tú te mueves o te quedas quieto. Si has estado todo este tiempo en Barcelona, sin moverte, recibiendo las cartas que reenvía Hernán. Sería como una inversión de los roles. Tú serías Hernán y Hernán serías tú, cuando antes era claramente al revés.
No disfruto, Hernán. Estoy muy lejos de disfrutar. Al principio, éramos muy jóvenes, me excitaba el misterio del juego. Me creía todo eso de caminar, de andar, de estar en movimiento. Fui tan ingenuo, me tardó tantos años entender que no me estoy desplazando. Estoy quieto, Hernán. El mundo se mueve debajo mío pero es tan fútil. Y de alguna manera extraño esos años ilusionados, cuando yo todavía tenía la esperanza de encontrar a Hernán. De que Hernán estaría allí, en la estación de Atocha, o en el aeropuerto de Heathrow, o en Ezeiza o Charles de Gaule, esperándome. Que me preguntaría qué tal el viaje, por qué tardé tanto. Yo le explicaría que pensaba que me estaría esperando en Berlín, no en Frankfurt, y en Katmandú, no en Berlín, y en Nueva Delhi, no en Katmandú, y en Estambul, no en Sydney, y en Lima, no en Sydney, y en Sydney, no en Manila. Sólo ahora creo que Hernán ni siquiera existe. Sólo ahora puedo decir que estoy persiguiendo a un Hernán dibujado en cartón, un Hernán que se quedó en Barcelona. Hernán estuvo siempre en Barcelona, y yo lo busqué en todos lados menos en su casa, que alguna vez fue la mía, y la tuya también. Todos hemos vivido ahí, Hernán, tú, Hernán, yo, etc. Pero no, seguro que Hernán no está ahí, en el tercero derecha sin ascensor de aquella torrecita Babélica del Raval. Seguro que me he fijado, y no lo encontré por ninguna parte. Siempre me fijo, todavía tengo llaves, sabes, y cada cinco minutos estoy abriendo la puerta, subiendo las escaleras; soy tan repetitivo. Abro la puerta, y me recuerda a tantas otras veces que abrí esa puerta, que subí esas escaleras. Abro la puerto y Hernán no está, tú a veces estás pero no me ves. No me dejo ver, porque no quiero verte, Hernán. Si algo habrás entendido en estos treinta años es que no quiero verte.
Cuando huyes tanto olvidas de qué huías, pero cada vez las cosas importan menos, ¿sabes? Ahora lo hago por rutina, porque es más fácil que quedarme en un lugar, dejar que me encuentres, que nos volvamos a unir. Eso sería rendirme, sería negar absolutamente a Hernán, decir abiertamente que no existe y que no voy a seguir buscándolo. Sería dejar de escribirte la misma carta, y si no escribo esta carta no sé qué hacer. Tú pensarías, al dejar de recibirla, que estoy muerto en algún rincón del mundo, y seguramente saldrías a buscarme. Saldrías de tu casa, sin siquiera llamar a tu jefe, sin siquiera apagar el horno o cerrar la puerta. Caminarías por la calle del Carme con ofuscada adrenalina, para coger el metro en Liceu y luego el primer tren que salga desde la estación de Sants. El primer tren y a cualquier lado. Porque piensas que quizá yo estoy en cualquier lado, quizá te estoy esperando en algún lugar. En el puerto, a las orillas de alguna costa, o en la estación de tren, o en la sección de Llegadas del aeropuerto. Sé que dejarías todo por mí, y quizá es eso lo que me aburre tanto. Hernán no dejaría nada por mí, ¿sabes? Eso es lo que me gusta de él. Él huye de mí para que yo lo encuentre. ¿Entiendes la diferencia? Yo no quiero que me encuentres, por eso huyo. Y huyo porque tú me quieres encontrar. Yo lo quiero encontrar a Hernán pero mientras huyo de ti -y no quiero que pienses que te uso como pretexto, tú eres tan importante para mí como Hernán-. Quizá si fueras más como Hernán, dejarías de buscarme, de perseguirme. Entonces a lo mejor dejaría de seguir los pasos de Hernán y haría la marcha atrás, para encontrarte a ti, para decirte que dejemos de huir, que Barcelona era el lugar perfecto, que el piso del Raval no era tan malo después de todo. Pero tú no puedes hacer eso, ambos lo sabemos. Tú estarás siempre persiguiéndome. Y es tan frustrante. Porque en algún punto te entiendo. Después de todo yo también estoy buscando a Hernán, de una cuidad a otra, de esa a otra distinta y así.
Siempre me he preguntado, y esto tú lo sabes, si Hernán lee estas cartas que te escribo antes de reenviarlas a la dirección correcta. Porque Hernán es el que menos conozco de todos vosotros, sé que si tú fueras Hernán abrirías la carta sin dudarlo. Sin siquiera pensar que no te incumbe, que la carta no está escrita para ti, que tu nombre no sale en el sobre. Sé que si Hernán fuera Hernán no se animaría a abrirla, y no por miedo a obrar de mala manera, sólo porque no le interesaría. Hernán es una persona que respeta sin límites la privacidad de los demás. Hernán cogería la carta y la llevaría de nuevo a los correos para reenviarla adonde estés tú, sin siquiera preguntarse qué podría decir ni llevarla a la luz para ver si la transparencia delata alguna pista. Pero con Hernán, ese hombre misterioso, no puedo hacer tales afirmaciones. Quizá lo estás leyendo, Hernán. Quizá anhelas con tal fervor que esta carta esté escrita para ti, que sea tu nombre el que se encuentra en el sobre, con mi caligrafía de fugitivo. O a lo mejor realmente piensas que es para ti. Que al final siempre fueron para ti estas cartas. Y las esperas ansioso a diario, jugando a adivinar de dónde te escribiré esta vez. Y las cartas llegan y tú las abres y las lees. Siempre la misma carta pero a ti no te importa, con saber que estoy aquí afuera escribiéndote constantemente te basta. Sin tratar de reinventar las situaciones o de contarte algo nuevo. Pero no te molesta eso. Lo que es más, te gusta. Te encanta saber exactamente qué diré y qué esconderé. Y te imaginas que tú eres Hernán. Que a ti te estoy siguiendo por el mundo. Yo siempre un paso atrás en el tablero, mientras tú estás ahí en Barcelona yo estoy buscándote por todos lados. Entonces eres tú el que se queda quieto en un lugar mientras el mundo se mueve por debajo. Porque entiendes que la ilusión de movimiento es lo mismo que el movimiento, y que la ilusión de ser Hernán, de que yo te esté buscando, es lo mismo que ser Hernán. Y que la ilusión de ser Hernán, de que yo esté huyendo de ti, escribiéndote cartas desde mil lugares diferentes, bueno, sabes que es lo mismo. Es algo que me gusta mucho de ti, que entiendes ese tipo de cosas. Entiendes que esta carta es una ilusión. No como Hernán. Hernán cree que me está buscando, que cada vez falta menos, y cree que todo es real, que quizá en el próximo destino estaré yo, con un cartel que diga “Hernán” en grandes letras negras; porque la gente que espera a otra gente en los aeropuertos es tanta que Hernán cree que yo tomaría tales precauciones para reducir las posibilidades de un desencuentro.
Pero, ¿sabes qué? Yo no creo que lo estés leyendo, Hernán. Creo que eres más como Hernán, y que entiendes perfectamente que esta carta no es para ti. Sabes que lo único que tienes que hacer es llevarla a los correos y enviársela a Hernán. No te importa lo que dice aquí dentro, y además sabes que siempre dice lo mismo. Eres un hombre muy inteligente, Hernán, y supiste desde el primer día que esta carta es siempre la misma. Pero sabes que tienes el deber de reenviarla y lo haces siempre. La verdad es que te respeto mucho, Hernán, e incluso muchas veces quise que seas tú al que yo estoy buscando. O que seas tú el que me busca a mí. Si fueras tú el que me busca a mí, por lo menos habría algo de magia en el juego, porque Hernán es tan aburrido, tan predecible. Sí, es tan predecible y estúpido que huir de él es absurdamente fácil. Lo único que tengo que hacer es escribir estas cartas, y él automáticamente piensa que estoy huyendo, que él me está buscando, que yo lo estoy buscando a Hernán. Parecería que es la única persona que no ha crecido, que no ha aprendido nada de todo esto. Él espera estas cartas pensando que esta vez será diferente, por más que siempre le digo al principio de la carta que es la misma de siempre, la misma carta en el mismo sobre, con las mismas palabras y el mismo olor. Pero él sigue pensando que las cosas son reales, que el tiempo hace cambiar las cosas, que cuando uno se mueve de Santiago de Chile a Montevideo realmente se está moviendo. Pero tú y yo sabemos que es toda una farsa. Que yo estoy aquí en Barcelona escribiéndole a Hernán estas cartas, esperando que tú me hagas el favor de reenviarlas al lugar correcto. Pero ni tú sabes cuál es el lugar correcto, y si lo sabes es siempre el mismo. Es el tercero derecha de un edificio sin ascensor que tiene lo mismo de grande que de pequeño, y ese edificio se encuentra en Ámsterdam y en San Francisco y en Toronto y en Laos y en Kingston y al final por más que digan que el mundo es muy grande sabes que encontrar a una persona es tan simple como girar la cabeza para algún lado, tan simple como eso. Encontrar una persona es tan simple pero sin embargo estoy huyendo hace tanto tiempo que no entiendo porque no me encuentran ya, antes de que me encuentren pero muerto como un perro muerto en alguna esquina sucia, me morí en camino a los correos para enviar esa última carta, la que inevitablemente será diferente a las demás, sólo por ser la última; la carta en la que finalmente escribí la dirección de remitente, porque me cansé de huir y porque Hernán no existe, a Hernán me lo imaginé desde un principio sólo como pretexto para mantenerme en movimiento, quería anular esa rutina Barcelonesa sin saber que todo es rutina y que al fin y al cabo las rutinas son todas iguales, que esta carta es la misma carta de siempre, que lo mismo da Buenos Aires que Sudáfrica, Marrakesh que Auckland, Nepal que Madrid, A que B, 1 que 2, Yo que tú, Hernán que yo, Hernán que Hernán, Hernán que tú, Hernán que Hernán, Hernán que Hernán.
Estoy ahora en Lisboa. No sé si todavía te encuentras en Sevilla o ya te has marchado. Si te has movido a tu próximo paradero, espero que Hernán me haga el favor de reenviar esta correspondencia a la dirección adecuada. Antes de atacar el contenido vertebral de estos párrafos quiero disculparme por despachar la carta sin dirección de remitente, no dudo que entiendas perfectamente por qué me manejo de esta manera pero todavía creo correcto pedir perdón por ello.
Es curioso cómo nuestra vida ha sido una constante repetición de variables fijas, una recitación perenne del mismo abecedario, de los mismos diez números; subir una escalera, saltar al abismo, subir la misma escalar, saltar al mismo abismo. Porque nos repetimos Hernán, tú lo sabes muy bien. No negarás que ya te he mandado esta carta, la misma, desde dieciocho o cuarenta (he perdido la cuenta) lugares diferentes, siempre declarando que estoy en Lisboa, o en Oporto, o en Nueva York, o en Ohio, o en el D. F., o en Moscú; siempre cuestionando si seguirás en Sevilla, o en Cádiz, o en Girona, o en Toulouse, o en Casablanca, o en Jerusalén, o en el Cairo; siempre con la esperanza de que de no ser así Hernán pueda ser tan amable de enviar la carta a la dirección adecuada; siempre disculpándome por no facilitar una dirección postal, siempre tomando por sentado que tú entiendes las razones de tal precaución. Sí, tú sabes bien qué voy a decir ahora, lo sabes tan bien. Antes observé lo de la circular repetición de constantes, y tú sabías que lo haría; luego repetí los pasos rutinarios con los que desenvuelvo esta carta, siempre igual, siempre la misma carta, y eso también lo sabías ya. Y sabes qué es lo próximo. Voy a decir que estoy harto de huir, tan harto. Porque lo estoy, Hernán, estoy empachado de esta dulzura falsaria. Sí, fue dulce al principio, esta especie de juego que tenemos. Cuando tú estás en A, yo estoy en B, escribiendo la carta número 1. Luego me muevo a C, tú te mueves a B, y desde C te escribo la carta número 2. Claro que siempre están Hernán y Hernán, ellos también están participando. Yo lo sigo a Hernán, cuando yo estoy en B él está en C, y si me muevo a C el ya estará, indudablemente, en D. Y luego está Hernán, como de una manera paralela. Si nosotros nos movemos de A a B y de B a C, Hernán se mueve de A2 a B2, y de B2 a C2. A Hernán no lo vemos pero está ahí, mirando el tablero de juego, recibiendo y reenviando las cartas. Pero para todo esto recurro a la conjetura, no sé a ciencia cierta si tú te mueves o te quedas quieto. Si has estado todo este tiempo en Barcelona, sin moverte, recibiendo las cartas que reenvía Hernán. Sería como una inversión de los roles. Tú serías Hernán y Hernán serías tú, cuando antes era claramente al revés.
No disfruto, Hernán. Estoy muy lejos de disfrutar. Al principio, éramos muy jóvenes, me excitaba el misterio del juego. Me creía todo eso de caminar, de andar, de estar en movimiento. Fui tan ingenuo, me tardó tantos años entender que no me estoy desplazando. Estoy quieto, Hernán. El mundo se mueve debajo mío pero es tan fútil. Y de alguna manera extraño esos años ilusionados, cuando yo todavía tenía la esperanza de encontrar a Hernán. De que Hernán estaría allí, en la estación de Atocha, o en el aeropuerto de Heathrow, o en Ezeiza o Charles de Gaule, esperándome. Que me preguntaría qué tal el viaje, por qué tardé tanto. Yo le explicaría que pensaba que me estaría esperando en Berlín, no en Frankfurt, y en Katmandú, no en Berlín, y en Nueva Delhi, no en Katmandú, y en Estambul, no en Sydney, y en Lima, no en Sydney, y en Sydney, no en Manila. Sólo ahora creo que Hernán ni siquiera existe. Sólo ahora puedo decir que estoy persiguiendo a un Hernán dibujado en cartón, un Hernán que se quedó en Barcelona. Hernán estuvo siempre en Barcelona, y yo lo busqué en todos lados menos en su casa, que alguna vez fue la mía, y la tuya también. Todos hemos vivido ahí, Hernán, tú, Hernán, yo, etc. Pero no, seguro que Hernán no está ahí, en el tercero derecha sin ascensor de aquella torrecita Babélica del Raval. Seguro que me he fijado, y no lo encontré por ninguna parte. Siempre me fijo, todavía tengo llaves, sabes, y cada cinco minutos estoy abriendo la puerta, subiendo las escaleras; soy tan repetitivo. Abro la puerta, y me recuerda a tantas otras veces que abrí esa puerta, que subí esas escaleras. Abro la puerto y Hernán no está, tú a veces estás pero no me ves. No me dejo ver, porque no quiero verte, Hernán. Si algo habrás entendido en estos treinta años es que no quiero verte.
Cuando huyes tanto olvidas de qué huías, pero cada vez las cosas importan menos, ¿sabes? Ahora lo hago por rutina, porque es más fácil que quedarme en un lugar, dejar que me encuentres, que nos volvamos a unir. Eso sería rendirme, sería negar absolutamente a Hernán, decir abiertamente que no existe y que no voy a seguir buscándolo. Sería dejar de escribirte la misma carta, y si no escribo esta carta no sé qué hacer. Tú pensarías, al dejar de recibirla, que estoy muerto en algún rincón del mundo, y seguramente saldrías a buscarme. Saldrías de tu casa, sin siquiera llamar a tu jefe, sin siquiera apagar el horno o cerrar la puerta. Caminarías por la calle del Carme con ofuscada adrenalina, para coger el metro en Liceu y luego el primer tren que salga desde la estación de Sants. El primer tren y a cualquier lado. Porque piensas que quizá yo estoy en cualquier lado, quizá te estoy esperando en algún lugar. En el puerto, a las orillas de alguna costa, o en la estación de tren, o en la sección de Llegadas del aeropuerto. Sé que dejarías todo por mí, y quizá es eso lo que me aburre tanto. Hernán no dejaría nada por mí, ¿sabes? Eso es lo que me gusta de él. Él huye de mí para que yo lo encuentre. ¿Entiendes la diferencia? Yo no quiero que me encuentres, por eso huyo. Y huyo porque tú me quieres encontrar. Yo lo quiero encontrar a Hernán pero mientras huyo de ti -y no quiero que pienses que te uso como pretexto, tú eres tan importante para mí como Hernán-. Quizá si fueras más como Hernán, dejarías de buscarme, de perseguirme. Entonces a lo mejor dejaría de seguir los pasos de Hernán y haría la marcha atrás, para encontrarte a ti, para decirte que dejemos de huir, que Barcelona era el lugar perfecto, que el piso del Raval no era tan malo después de todo. Pero tú no puedes hacer eso, ambos lo sabemos. Tú estarás siempre persiguiéndome. Y es tan frustrante. Porque en algún punto te entiendo. Después de todo yo también estoy buscando a Hernán, de una cuidad a otra, de esa a otra distinta y así.
Siempre me he preguntado, y esto tú lo sabes, si Hernán lee estas cartas que te escribo antes de reenviarlas a la dirección correcta. Porque Hernán es el que menos conozco de todos vosotros, sé que si tú fueras Hernán abrirías la carta sin dudarlo. Sin siquiera pensar que no te incumbe, que la carta no está escrita para ti, que tu nombre no sale en el sobre. Sé que si Hernán fuera Hernán no se animaría a abrirla, y no por miedo a obrar de mala manera, sólo porque no le interesaría. Hernán es una persona que respeta sin límites la privacidad de los demás. Hernán cogería la carta y la llevaría de nuevo a los correos para reenviarla adonde estés tú, sin siquiera preguntarse qué podría decir ni llevarla a la luz para ver si la transparencia delata alguna pista. Pero con Hernán, ese hombre misterioso, no puedo hacer tales afirmaciones. Quizá lo estás leyendo, Hernán. Quizá anhelas con tal fervor que esta carta esté escrita para ti, que sea tu nombre el que se encuentra en el sobre, con mi caligrafía de fugitivo. O a lo mejor realmente piensas que es para ti. Que al final siempre fueron para ti estas cartas. Y las esperas ansioso a diario, jugando a adivinar de dónde te escribiré esta vez. Y las cartas llegan y tú las abres y las lees. Siempre la misma carta pero a ti no te importa, con saber que estoy aquí afuera escribiéndote constantemente te basta. Sin tratar de reinventar las situaciones o de contarte algo nuevo. Pero no te molesta eso. Lo que es más, te gusta. Te encanta saber exactamente qué diré y qué esconderé. Y te imaginas que tú eres Hernán. Que a ti te estoy siguiendo por el mundo. Yo siempre un paso atrás en el tablero, mientras tú estás ahí en Barcelona yo estoy buscándote por todos lados. Entonces eres tú el que se queda quieto en un lugar mientras el mundo se mueve por debajo. Porque entiendes que la ilusión de movimiento es lo mismo que el movimiento, y que la ilusión de ser Hernán, de que yo te esté buscando, es lo mismo que ser Hernán. Y que la ilusión de ser Hernán, de que yo esté huyendo de ti, escribiéndote cartas desde mil lugares diferentes, bueno, sabes que es lo mismo. Es algo que me gusta mucho de ti, que entiendes ese tipo de cosas. Entiendes que esta carta es una ilusión. No como Hernán. Hernán cree que me está buscando, que cada vez falta menos, y cree que todo es real, que quizá en el próximo destino estaré yo, con un cartel que diga “Hernán” en grandes letras negras; porque la gente que espera a otra gente en los aeropuertos es tanta que Hernán cree que yo tomaría tales precauciones para reducir las posibilidades de un desencuentro.
Pero, ¿sabes qué? Yo no creo que lo estés leyendo, Hernán. Creo que eres más como Hernán, y que entiendes perfectamente que esta carta no es para ti. Sabes que lo único que tienes que hacer es llevarla a los correos y enviársela a Hernán. No te importa lo que dice aquí dentro, y además sabes que siempre dice lo mismo. Eres un hombre muy inteligente, Hernán, y supiste desde el primer día que esta carta es siempre la misma. Pero sabes que tienes el deber de reenviarla y lo haces siempre. La verdad es que te respeto mucho, Hernán, e incluso muchas veces quise que seas tú al que yo estoy buscando. O que seas tú el que me busca a mí. Si fueras tú el que me busca a mí, por lo menos habría algo de magia en el juego, porque Hernán es tan aburrido, tan predecible. Sí, es tan predecible y estúpido que huir de él es absurdamente fácil. Lo único que tengo que hacer es escribir estas cartas, y él automáticamente piensa que estoy huyendo, que él me está buscando, que yo lo estoy buscando a Hernán. Parecería que es la única persona que no ha crecido, que no ha aprendido nada de todo esto. Él espera estas cartas pensando que esta vez será diferente, por más que siempre le digo al principio de la carta que es la misma de siempre, la misma carta en el mismo sobre, con las mismas palabras y el mismo olor. Pero él sigue pensando que las cosas son reales, que el tiempo hace cambiar las cosas, que cuando uno se mueve de Santiago de Chile a Montevideo realmente se está moviendo. Pero tú y yo sabemos que es toda una farsa. Que yo estoy aquí en Barcelona escribiéndole a Hernán estas cartas, esperando que tú me hagas el favor de reenviarlas al lugar correcto. Pero ni tú sabes cuál es el lugar correcto, y si lo sabes es siempre el mismo. Es el tercero derecha de un edificio sin ascensor que tiene lo mismo de grande que de pequeño, y ese edificio se encuentra en Ámsterdam y en San Francisco y en Toronto y en Laos y en Kingston y al final por más que digan que el mundo es muy grande sabes que encontrar a una persona es tan simple como girar la cabeza para algún lado, tan simple como eso. Encontrar una persona es tan simple pero sin embargo estoy huyendo hace tanto tiempo que no entiendo porque no me encuentran ya, antes de que me encuentren pero muerto como un perro muerto en alguna esquina sucia, me morí en camino a los correos para enviar esa última carta, la que inevitablemente será diferente a las demás, sólo por ser la última; la carta en la que finalmente escribí la dirección de remitente, porque me cansé de huir y porque Hernán no existe, a Hernán me lo imaginé desde un principio sólo como pretexto para mantenerme en movimiento, quería anular esa rutina Barcelonesa sin saber que todo es rutina y que al fin y al cabo las rutinas son todas iguales, que esta carta es la misma carta de siempre, que lo mismo da Buenos Aires que Sudáfrica, Marrakesh que Auckland, Nepal que Madrid, A que B, 1 que 2, Yo que tú, Hernán que yo, Hernán que Hernán, Hernán que tú, Hernán que Hernán, Hernán que Hernán.
Te mando el mismo abrazo de siempre,
Hernán
4 comentarios:
Fakin gud!
El mismo tema que la de los siameses. Si escribís uno más ya tenes la trilogia de barcelona.
mirá, mirá. ya que está de moda commentar con links:
http://www.zappinternet.com/index.php?video=HiTjHofHiz
Che... eso que me madnaste del mercurio está en la fundacion miró? porque de ser así, la acertaste zarpado: me impresionó mucho algo mercurioso que vi en el mont blah y a partir de ahí, la fascinación y dos años después, un dibujo.
que bueno eu, que muymuybueno (that´s two verys!)
(el link de aru se pasa)
El gnomo de Amelie que viaja por todas partes, el coronel que no tiene quién le escriba y un Hernan (¿Cortés?) que se vuelve como más real, más de todos los lados.
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