Lado A
“Bueno, más o menos, hace como tres meses me mudé.”
“Ah, claro, es que como estuve fuera…” dijo, sintetizando dos entonaciones opuestas, por una medida justa de seguridad y vergüenza. La enorme y sucia mochila que llevaba a su espalda desde hacía meses parecía completar la frase y hasta hacer de ella una tautología banal. No era la primera vez que andar con esa mochila le hacía pensar en el Medioevo, cuando todo el pasado y el futuro de una persona, se imaginaba, eran evidentes a primera vista. Su mirada se alternaba con incómoda resignación entre el suelo y las rejas del ascensor, a través de las cuales veía los pisos cambiar gradualmente. Ella, en cambio, solamente miraba su mochila, salvo en un momento en que se revisó la cara en el espejo. Pero el resto del tiempo estuvo mirando fijamente su mochila. Podía olerle cerveza en el aliento. El ascensor era uno de esos que se instalan en el hueco central de las escaleras de los edificios antiguos y, en este caso, era de un tamaño especialmente reducido. Viajar de a dos era de por sí algo bastante íntimo y agregando la mochila (que era una de las grandes, cien litros de mochila tenía) iban francamente apretados. Pensó que a lo mejor ella se había arrepentido de entrar después de él.
Le preguntó si era del B o del C y ella contestó que del B. “La verdad que me alegro de que se hayan ido los que estaban antes, eran un poco pesados.” Esto no era específicamente cierto pero sentía la necesidad de decir algo. Tampoco era mentira.
“Hace unos años hubiéramos tenido que subir los ocho pisos andando”, dijo ella, algo atolondrada.
No sabía bien qué contestar y dijo “claro, son siete pisos más el Principal. Es como cuando te cobran algo con noventa y nueve, es un poco…” Aprovechó que ella ya estaba abriendo las rejas del ascensor para dejar la frase por la mitad.
Al hacer los primeros pasos con ella delante, se dio cuenta que la nueva inquilina caminaba con mucha más seguridad por el edificio, por más que él llevara cuatro años viviendo ahí. Unos meses había sido suficiente tiempo para invertir los roles y convertirlo a él en el nuevo inquilino. Era, en realidad, un sentimiento bastante agradable.
Antes de cerrar la puerta le ofreció su ayuda “para cualquier cosa”, algo que le solía decir a la gente que se mudaba al edificio. Sabía que era una invitación algo desfasada, pero quizá lo dijo para ahorrarle a ella la incomodidad de decirlo o de sentir que a lo mejor tenía que decirlo. La despedida fue torpe.
Lo primero que hizo al entrar a casa no fue quitarse la mochila de encima sino ir al baño a mear. Se movió por la casa y entró al baño con bastante cautela de no tirar o romper nada. Aunque a lo mejor sin la mochila hubiera caminado con la misma actitud, en la rareza de estar de vuelta en ese departamento.
Cruzó el umbral del baño mucho más descuidado que al entrar y con la mochila tiró un marco que estaba colgado en la pared. El vidrio se partió en tres o cuatro partes pero se mantuvo fijo bajo el marco. Se agachó y lo levantó, todavía con la mochila puesta. Examinó el daño y después volvió a colgar el marco donde estaba. Una vez lo había colgado y puesto recto, se dio cuenta de que todavía no se había fijado en la imagen. La miró un rato.
Caminó un poco por el departamento viendo qué más había cambiado. Ya sabía antes de venir que estaría vacío. Christien había dicho que volvería un par de días más tarde. Los cambios eran mínimos. Después salió al balcón y miró las calles de la ciudad. Su departamento, al ser de los más altos y en una esquina, tenía una vista privilegiada. Para sacar todo el cuerpo al balcón con la mochila puesta tuvo que hacer un leve esfuerzo, tras el cual logró ubicarse con los brazos apoyados en la barandilla de hierro y la mochila pegada a la pared. Después se metió las manos en los bolsillos y se quedó ahí un rato más, apoyado, vía la mochila, en la pared del edificio.
Fue a mirar sus discos, probablemente la segunda cosa que más había extrañado estando fuera. La primera era la bicicleta. La tercera era su novia, aunque no estaba seguro si podía seguir usando ese título. Pasó los dedos por los discos por el puro placer de hacerlo y verificando, aunque en un segundo plano, que estuvieran en el orden correcto. Como en un tercer plano comenzó a pensar en que Christien probablemente no había puesto ningún vinilo en todo ese tiempo. Esta idea fue asumiendo el frente en su consciencia y el acto de pasar los dedos por los discos se volvió cada vez más automático, hasta que dejó de hacerlo por completo, tratando de recordar qué era lo último que había escuchado antes de irse. Lo pensó un rato y se decidió por uno, aunque no estaba seguro si había sido ése. Miró el tocadiscos y era el que había pensado. Prendió el equipo y acomodó la púa, era el segundo lado del disco. Cerró la tapa del tocadiscos y se quedó mirando el vinilo dar las vueltas que eran indistinguibles del sonido que producían, mientras el departamento se iba llenando de todo el ritmo del mundo.
Cuando terminó la primera canción fue a la cocina y se acercó a la heladera, pensando en que seguramente habría una nota de Christien. Efectivamente, en la pizarra que estaba colgada junto a la heladera, había una de sus típicas notas, con una posdata que decía “en la nevera hay un pack de cervezas, falta una”. Se fijó en esa frase. Antes de agarrar una cerveza levantó la tiza y con unas líneas oblicuas separó la frase en tres versos y después marcó el conteo de las sílabas arriba de las letras. En la ne ve ra/ hay un pack de cer ve zas / fal ta u na. Con una sonrisa le agregó al haiku la palabra “sílaba”. Después abrió la puerta y ahí, en el medio de uno de los estantes de una heladera casi vacía encontró las cinco botellitas en su recipiente de cartón, del cual una esquina estaba vacía. Abrió una y fue a su cuarto. Hizo falta prender la luz porque antes de irse había cerrado las persianas de metal. Antes de irse también había guardado su bicicleta en el cuarto. La miró un rato con cariño y pensó en el aumento estético que sufren las bicicletas cuando están inclinadas sobre su pie de apoyo, como si hasta ellas mismas fueran conscientes del efecto. La estaba sacando de la habitación cuando tiró con la mochila una estatuilla que tenía sobre un estante. Milagrosamente, no le pasó nada. Pero antes de sacarse la mochila fue a abrir las ventanas. Abrió primero la ventana que daba a la calle. La luz de la tarde llenó la habitación y se hizo indistinguible de la melodía que irradiaba desde el salón. Se apoyó en el marco de la ventana y miró las calles de la ciudad. Después abrió la ventana que da al pozo de aire, notando de inmediato que sus nuevos vecinos, que tenían una ventana justo en frente de la suya, habían abierto las persianas y la ventana. Los vecinos anteriores nunca habían abierto esa persiana en todo el tiempo que habían vivido ahí. Podía ver una buena porción del otro cuarto. Se detuvo en su observación. Era obviamente un dormitorio, probablemente de mujer, pero no veía la cama, que estaría debajo de la ventana, igual que él tenía la suya. Pensó en la mujer del ascensor. Después se movió a la otra ventana y miró las calles de la ciudad un tiempo más. Como había puesto el segundo lado del disco, ya estaba sonando la última canción del álbum. Examinó su cuarto y finalmente se sacó la mochila, dejándola apoyada contra la pared. Después se sacó la camisa y después se sacó las botas y las medias y los pantalones y la ropa interior. Se percató de golpe de la nueva situación de las ventanas. Algo irritado, cerró la suya, que era de un vidrio traslúcido. Terminó la canción. Fue a dar vuelta el disco.
El silencio entre los lados
A la mañana se despertó de golpe, acaso por un ruido. Se sentó en la cama y en un acto totalmente irreflexivo, a no ser que tuviera algún propósito en lo que todavía quedaba de su sueño, se propuso abrir la ventana y fue rarísimo porque al hacerlo, mirando para afuera la otra ventana también se estaba abriendo, como en una coreografía a la misma vez, y se miraron, del cuello para arriba pero sobre todo a los ojos, en la misma posición en la cama que estaba colocada en el mismo lugar, los dos igual de dormidos. Únicamente la amorfa deidad que había programado esta coincidencia podía calcular exactamente cuánto tiempo se miraron a los ojos. En todo caso fue muy poco. También en simultáneo, los dos cerraron las ventanas. Ni siquiera había despertado lo suficiente para preguntarse por qué no le había dicho nada.
Lado B
Se quedó sentada en la cama un rato más, mientras se terminaba de despertar. Todavía no le quedaba claro qué ruido la había levantado. Sergio ya se había ido a currar. Bebió agua en la cocina, notando que Sergio se había preparado una taza de café instantáneo en lugar de poner la cafetera grande.
Después se metió al baño. Puso uno de los CDs. El espacio de reproducción de CDs se había ido reduciendo gradualmente en su vida hasta mantener en el baño el último bastión de su giratoria existencia. El CD que puso era uno que escuchaba bastante en el MP3, pero que siempre le causaba un efecto extraño al ponerlo en el baño porque en el MP3 las canciones de ese disco estaban desordenadas alfabéticamente.
En la ducha intentó recordar qué había soñado, lo sentía muy cerca pero no llegaba a verlo, a cada momento presentía que iba a venir pero no sucedía. Cerró el grifo para enjabonarse el cuerpo. Ahora la música sonaba protagónicamente, sin la interferencia del agua. También escuchaba el sonido de su mano frotando el jabón haciéndose espuma.
Después de secarse el cabello, se puso los pendientes y el collar pero se dejó el anillo de compromiso. Fue a la cocina y bebió agua. Al vestirse, se probó varias cosas antes de decidirse por una. Volvió a la cocina, quitó la leche de la nevera y la apoyó en la mesada. Limpió la cafetera, la cargó bien y la puso al fuego. Controló el gas para tener la medida justa de fuego debajo de la cafetera. Miró el fuego un rato y después miró por la ventana que estaba sobre la pica. Después puso dos tostadas. Cuando estaban hechas, cogió la mermelada y la mantequilla y untó las tostadas. Controló el café, que estaba cerca de hacerse. Volvió a las tostadas, mordió una y la volvió a dejar en el plato. Quitó una taza del armario y apagó el gas. Se sirvió café y luego leche, y llevó las cosas al salón en una bandeja. Primero dejó la bandeja apoyada en una silla y movió las cosas de Sergio para hacer espacio en la mesa. Tomando café vio que no se había puesto el anillo. Encendió el ordenador y miró su correo, después leyó algunas noticias.
Volvió a la habitación para juntar las cosas. Volvió a notar el dedo sin anillo y pensó que se lo pondría antes de salir de casa. Puso todas sus cosas en un bolso y fue al salón a buscar lo que faltaba. Antes de salir volvió al armario y cogió otro bolso y cambió todas las cosas.
En el ascensor se puso los cascos y eligió un disco en el MP3. Se había olvidado el anillo. Se miró en el espejo hasta llegar a la planta baja. En el metro recibió un mensaje de Sergio diciendo de comer juntos. Le dijo que sí.
Cuando se dio cuenta que se había pasado la parada, se bajó en la siguiente y volvió caminando sin apuro. Ya estaba tarde cuando llegó a la universidad pero fue a tomar un café primero. Se encontró con Silvia en la cafetería y tomaron café juntas. Hablaron sobre sus veranos y le dijo que el próximo verano intentaría hacer un viaje largo.
Le costó mucho concentrarse en las clases, y hoy era el día más pesado. A la última, que era seminario, no fue. Estuvo en la biblioteca intentando leer. Constantemente perdía el hilo del texto y las pocas veces que lograba leer un párrafo seguido la interrumpía un mensaje de Sergio.
Caminó despacio hacia el bar donde habían quedado, pensando en que ninguna de las personas de la calle tenía manera de saber que no llevaba su anillo de compromiso y también pensando que tampoco era tan importante ese anillo medieval y que Sergio no tenía por qué enfadarse.
Llegó tarde y él no estaba, pero al sentarse en seguida recibió un mensaje diciendo que estaba a punto de llegar. Pidió dos cervezas. El camarero hizo alguna broma estúpida, pero ella le siguió el rollo. Después volvió con una bandeja y dejó las dos cervezas y dos copas. Sirvió la cerveza en una copa y bebió algunos tragos. Miró la hora en el móvil y se levantó a coger un periódico en la barra. Se sentó con el periódico y bebió más cerveza.
Vio la cabeza de Sergio pasar por la ventana pero fingió estar leyendo el periódico. Lo sentía acercarse, hasta que lo escuchó hablar.
“¿Te sobra una cerveza, nena?” le dijo, forzando un acento.
“Lo siento, es de mi novio”, le contestó secamente.
Inclinó la cabeza para darle un beso y se sentó delante. Durante la comida hablaron poco. Ella intentó varias veces, siquiera fantaseando, hablar sobre un viaje largo el próximo verano, ya que habían trabajado todo este verano. Pero él la rechazaba silenciosamente o con escusas vagas sobre la boda, el curro, el doctorado.
Después de comer ella decidió que no iría al despacho esa tarde y siguió bebiendo. Cuando Sergio estaba terminando el café y mirando la hora para volver a trabajar, ella comenzó a mover mucho la mano izquierda y a dejarla apoyada en la mesa bien cerca suyo, pero él seguía sin darse cuenta.
Se fue Sergio, pero ella se quedó un buen rato bebiendo cerveza y escribiendo cosas en el cuaderno. De repente se acordó de una parte del sueño y la anotó.
Viajó un poco borracha en el metro, mirando a la gente y pensando de qué países remotos habrían venido, imaginando cómo serían esos países. Hizo contacto visual con varios hombres y pensó que si alguno le hablaba le seguiría el rollo.
Llegó al edificio y buscó las llaves en la cartera. Después abrió la puerta y vio que había un tío entrando al ascensor con una mochila gigante. Se apuró para entrar tras él. Cerró las rejas de metal y apretó el número siete. Él también iba al séptimo y le preguntó si era nueva.
4 comentarios:
Muy bueno, Mikeeeel!! Lleno de detalles encantadores. Qué quilombo hace ese muchacho con la mochila, típico tuyo.
Tenés un perejil en el diente en la parte del hiku, donde dice "en la heladera hay un pack de cervezas..." debiera decir "en la nevera hay un pack de cervezas..."
Para mí que se va a ir juntos a algún lado, te digo.
me encanta.
toda la cosa con el disco el cd y el mp3 me cae bien bien.
igual mat, se irían juntos si no estuvieran en el día de la marmota o algo asi, digo yo...
ningún día de la marmota. lo único fantástico es la disposición de los hechos (están desordenados alfabéticamente)
no es que no entiendo.
entiendo diferente.
-dice mi mamá-
no que el lector completa la obra?
(buen, ahi lo leo otra vez)
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