miércoles, 13 de febrero de 2013

Annan Thai


Para Irene Solà




--Todo el norte de España es increíble, es todo verde, no se puede creer el cambio viniendo d... --las palabras de Stuart se perdieron en su camino a la cocina, de donde volvió con el teléfono inalámbrico y el menú del restaurant tailandés. Estaban en el balcón del departamento de Stuart, cerca del centro de la ciudad, en un día particularmente cálido para esa zona.  La resolución de pedir comida había coincidido con el fin de la cerveza y ahora, en cuatro sillas bastante pegadas, cada uno vaciaba a su ritmo el último vaso. Era domingo, y a Kayleigh le pareció que la única diferencia entre esa experiencia y el concepto abstracto "domingo" era el detalle insignificante de que ellos estaban viviendo físicamente ese día mientras que el concepto abstracto era inaccesible. Ya totalmente instalada en una somnolencia alcohólica que las siluetas de los edificios y los ruidos del tráfico acompañaban con cierta aprobación panteísta, se giró hacia el lado de Stuart cuando éste volvió a su asiento. Estaba a su izquierda, en la silla que tenía sólo las patas delanteras en el balcón, mientras que las dos traseras estaban adentro.
                  --¿Habrá restaurantes tailandeses ahí abajo? --preguntó Kayleigh.
                  --No digas "ahí abajo", el sur no está más abajo.
                  --Bueno, lo que sea, en España. ¿Habrá? --su voz fluctuó sutilmente, y levantó la vista para mirarlo. Stuart dejó el teléfono sobre su regazo para acariciarla.
                  --Debe ser el tipo de cosas que de repente extrañás un montón, --continuó Kayleigh, volviendo a fijar la mirada en las vías de las puertas corredizas, que pasaban por abajo de la silla de Stuart, --que de repente, después de aguantarte la tristeza y la soledad semanas y semanas, de repente querés pedir comida tailandesa un domingo y no hay y te largás a llorar desconsoladamente y te querés morir de la soledad y la distancia, --mientras decía esto, la mano de Stuart le pasaba por toda la cara, con un poco de fuerza.
                  --¿Pedimos varias cosas y compartimos? --dijo Stuart al fin. --¿Dos pad thai, un curry verde, y un arroz salteado? --no recibió una respuesta oficial, pero tampoco la esperó. Ya estaba marcando el número. El restaurant estaba justo en frente y se veía desde el balcón.
                  --¡Ay, se escucha el teléfono del restaurant sonando! --exclamó Sabrina, inclinándose sobre las rejas del balcón para mirar el restaurant. Sabrina estaba a la izquierda de Stuart, en una pequeña reposera de acero y tela, más cerca del piso que los otros tres.
                  Kayleigh ya conocía el fenómeno del timbre del teléfono de Annan, y también se había emocionado la primera vez. Miró el restaurant. Era un lugar chico, casi en la esquina, con una marquesina iluminada en rojo que decía "Annan Thai", y de cuyo interior salía una luz casi amarilla que se reflejaba en la delgada corriente de agua que muy lentamente fluía por la calle hacia una cloaca cercana.
                  --Hola, ¿Annan? Hola, cómo estás, es Stuart, sí. Jaja, todos los domingos, sí. ¿Te pido algo? Dos pad thai, ¿qué? Sí, con Kayleigh y dos amigos más. Sí. Tengo más amigos, Annan. Jaja, sí. A Sabrina la conocés. Sí. No, jaja. Ehm, hacé uno picante y el otro no. Sí. Un curry verde, sí, y un arroz salteado, ese que me gusta a mí, ¿cómo era? Sí, ese. Impronunciable, Annan, ¡impronunciable! Bueno, y unas cervezas, grandes. Dos. Sí. Dale. Media hora, OK. ¿Te asomás a la calle cuando esté listo? Estamos en el balcón, sí. Sí, hoy está lindo, se puede estar en el balcón tranquilamente. Bueno. Genial. OK. Chau Annan, chau. Gracias. Ehm, kob kun krab, eso, sí.
                  A Stuart todavía le quedaba cerveza y Kayleigh le sacó el vaso de las manos.
                  --Fumemos cigarrillos, --dijo después de tomar, y sacó cuatro del paquete que estaba apoyado en el piso.
                  --¿Qué es eso que le dijiste? --preguntó Kelly, desde la esquina más oscura del balcón. Habían estado ahí desde antes del atardecer, y Kayleigh no se había dado cuenta de lo oscuro que estaba hasta ahora.
--Wow, Kelly, no te veo nada, --dijo ella. --Tomá un cigarrillo. Kob kun krab, significa muchas gracias, pero sólo si lo dice un varón. Si lo dice una mujer es kob kun kaa, el krab cambia por kaa. Pero esas dos palabras son de cortesía solamente, cada sexo tiene una. Si decís kob kun solamente, ya significa "gracias", pero sos un maleducado.
                  --Ah, rarísimo, --contestó él, --¿y cómo saben eso?
                  --Annan.
                  --¿Piden mucho?
                  --Stuart pide todos los domingos. Es un personaje, Annan. Y tiene unos hijos también muy divertidos. Y Mae, la esposa, es una divina, tiene todo el amor.
                  --Yo quiero bajar a buscar la comida, así los conozco, --dijo entonces Kelly.
                  --Yo también pensaba bajar, vamos vos y yo, --contestó Kayleigh.
                  Stuart se levantó y Kayleigh lo vio acercarse al equipo de música. Pero después se movió al piano eléctrico y, sin sentarse, empezó a tocar casualmente, de espaldas al balcón. Kayleigh sabía lo que tocaba y cerró los ojos. Tuvo miedo de empezar a llorar. Tan vagamente como se había ido acercando Stuart a la melodía, ésta se dejó desarmar y desaparecer. Stuart ya estaba poniendo un disco.

Sabrina fue la primera en notarlo a Annan en la vereda, haciéndoles señas. Su exclamación rompió un silencio y restituyó a los amigos de sus respectivas ausencias.
                  --¡Ahí baja Kayleigh, Annan, gracias! --gritó Stuart --¡Kob kun krab!
                  Kayleigh juntó la plata y agarró las llaves y bajaron. Sabrina y Stuart se miraron. Stuart se hundió en la silla y suspiró. Había prendido un cigarrillo un poco antes de que Annan saliera a la calle. Se levantó para apagarlo y se sentó en la silla que había estado ocupando Kayleigh. Se apoyó en la barandilla y miró cómo salían Kayleigh y Kelly del edificio, cruzaban la calle, entraban al restaurant. Kayleigh esperó hasta el último momento para girarse, sabiendo que él estaría mirando. Apenas lo percibía entre las sombras, pero sabía perfectamente que él la veía bien iluminada, justo donde se mezclaba el rojo de la marquesina con el amarillo del restaurant, sin moverse, mirando para arriba, pensando estas cosas, pensando en él.
                  Sabrina también la estaba mirando. Después se cambió de asiento, acercándose a Stuart.
                  --Qué linda es. ¿La vas a extrañar?
                  --Obvio que la voy a extrañar, me voy a morir sin ella, --Sabrina lo estaba acariciando.
                  --Ya sé que no te conozco tanto como ella, Stuart, --el disco que había puesto Stuart dejó de sonar --pero ojalá con el tiempo puedas compartir conmigo tanto como con ella. Ya sé la conexión que tienen, pero yo también te quiero mucho.
                  --Sí, no, obvio. Yo también te quiero Sabrina, --se acercó y se besaron un rato. Cuando pararon, Stuart agarró el teléfono y marcó un número. Sonó el teléfono del restaurant.
                  --Annan, ey, hola. ¿Estás ahí con Kayleigh? --Por la mirada de Annan, Kayleigh supo que era Stuart.
                  --Hola Stuart, --dijo Kayleigh al teléfono.
                  --Kayleigh. ¿Salís a la calle?
                  --No puedo, es fijo el teléfono.
                  --Tiene uno inalámbrico también. Pedíselo.
                  --Ay no le voy a pedir eso, Stuart.
                  --Pasámelo, yo se lo pido, --y un segundo después --¿Annan, tenés el inalámbrico que te regalé? ¿Está enchufado? Genial, ¿se lo cambiás a Kayleigh? Quiero que salga a la calle. Gracias.
                  Kayleigh se dio cuenta de que el inalámbrico de Annan era el mismo que tenía Stuart.
                  --Kayleigh, --dijo Stuart cuando salió a la calle, pero ella no contestó, otra vez tenía miedo de llorar, --Kayleigh, ¿me ves vos?
                  --La silueta solamente.
                  --Yo te veo tan linda de acá arriba... Te voy a extrañar tanto. --Stuart estaba inclinado sobre la barandilla, con la barba hincada en la pequeña cavidad que se formaba entre los dedos índice y pulgar al apoyar el puño cerrado. Con la otra mano sostenía el teléfono.
                  --¿Podés verla a Mae desde ahí?
                  --No, ¿está adentro?
                  --Sí, está ahí parada, sin hacer nada, mirando. Pero tiene todo el amor, esa mujer tiene todo el amor del mundo. ¡Y no sonríe! Me encanta que la persona que tiene todo el amor del mundo no sonría.
                  --No te hagas la sentimental, Kay, me tocaba a mí. Te estaba diciendo que te iba a extrañar y todo eso. Incluso, mirá lo que te digo, quizá te pedía perdón por alguna cosa u otra.
                  --¿Está Sabrina ahí? --dijo Kayleigh, tratando de distinguirla entre las sombras.
                  --Sí, ¿por?
                  --No, nada, porque no la veo, está en la parte oscura.
                  --No, --Stuart se irguió en la silla, --está acá al lado mío. Levantá la mano, Sabrina.
                  --Ah, sí.
                  Por un tiempo no hablaron, Kayleigh miró el balcón de Stuart y se lo imaginó como un mínimo compartimento dentro de un compartimento mayor que a su vez era una subdivisión de otros compartimentos más grandes y que todos estos compartimentos estaban en perpetuo movimiento.
                  --¿Stuart, me tocás esa canción?
                  --Bueno, dale. --Kayleigh reconoció su manera de levantarse y vio cómo se iluminaba entrando al departamento y después desaparecía, Stuart. Miró el agua junto a la alcantarilla y se preguntó con cierto éxtasis de dónde habría venido esa agua. Stuart empezó a tocar. Al cabo de unos compases, Kayleigh se dio cuenta de que se escuchaba la música por el balcón.
                  --Cortó el teléfono, --dijo Sabrina sin dejar de mirarla, --se lo guardó en el bolsillo del abrigo.
                  Stuart subió el volumen de la música.
                  --¿Está bailando? --preguntó Stuart, casi gritando.
                  --Sí, --contestó, sin alzar tanto la voz como él. Se agachó a buscar su cartera en el piso, de la cual sacó una cámara de fotos. Pero no la usó, ni llegó a prenderla. La guardó de nuevo en la cartera y se metió adentro del departamento.


3 comentarios:

Lu dijo...

que lindo mikele

me gusta todo, y entre eso, que hayas usado todo esto "Era domingo, y a Kayleigh le pareció que la única diferencia entre esa experiencia y el concepto abstracto "domingo" era el detalle insignificante de que ellos estaban viviendo físicamente ese día mientras que el concepto abstracto era inaccesible" para decir que era RE domingo.

o eso pensé yo.

Mikel dijo...

jaja sí

Mikel dijo...

medio rebuscado (el texto)