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Los cuadernos que hice para el viaje |
3 de octubre de 2019: Un día hermoso,
totalmente despejado. Me encontré con Shanti, Txomin y el viejo en el
aeropuerto de Calafate. A las 14:00 teníamos un transporte con la empresa Las
Lengas a Chaltén, compartido con otros turistas. Hicimos una parada en un
mirador frente al lago Argentino, y otra en el Parador La Leona, junto al río
del mismo nombre. Recordaba ese lugar de las otras veces que vinimos a Chaltén, hace bastantes años.
En el hotel nos encontramos con Juan, el guía, y su asistente, Denis, que
revisaron nuestro equipo y nos explicaron algunas cosas. La primera impresión
fue muy buena. Juan es de Viedma y Denis, que es más joven, cordobés. Fuimos a
Gendarmería para registrar el paso a Chile. Hicimos las mochilas y fuimos a comer a “La
Tapera”, recomendado por Juan.
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El lago Belgrano y el cerro San Lorenzo, desde el avión |
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Vistas de nuestro destino |
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El lago Argentino desde la ruta |
4 de octubre de 2019: Hoy
a las 8:00 fuimos a la oficina de Fitz Roy Expediciones, donde terminamos de
armar las mochilas y salimos en una combi desde ahí. Empezamos en el puente del río Eléctrico, de donde sale el sendero a Piedra
del Fraile. Piedra del Fraile es donde acampamos cuando hicimos la excursión al
Paso del Cuadrado, en 2003, donde nació la idea de hacer este viaje. La picada
recorre un bosque de ñires y cruza un par de arroyos. Cuando termina el bosque
se atraviesa un terreno de morrenas, que a veces consiste de unos piedrones
gigantes por los que hay que ir trepando, y se cruza el río Pollone, que puede
llegar a ser un vado bastante profundo que hay que cruzar descalzo, pero hoy
estaba bajo y se podía cruzar sin mojarse, pisando las piedras. Pasamos el primer campamento
en “La Playita”, pero decidimos seguir un poco más. El segundo cruce, del río
Eléctrico, es por tirolesa, pero también se podía vadear pisando las piedras.
Esto ahorra mucho tiempo, pero yo hice el chiste de que no me dejaban hacer
nada divertido. Encontramos un lugar lindo para acampar un poco más arriba,
en una zona de rocas sedimentarias muy naranjas. Juan nos habló de unas
fotos del Padre de Agostini, de los años 30, donde se ve el glaciar Gorra
Blanca Sur llegando hasta el lago Eléctrico. Es mucho lo que retrocedió. El
padre de Agostini era un misionero salesiano amante de la escalada y pionero de
la exploración de la zona. Vivía en Punta Arenas pero era italiano, y le
llegaban de Italia muchos fondos para hacer sus exploraciones y registros. Hay
un libro que me gustaría ver, que contiene sus fotos.
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Entrando a la montaña por el valle del Eléctrico |
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Campamento "La Playita" sobre el lago Eléctrico Cubierto por el glaciar Gorra Blanca en los años 30 |
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Nuestro primero campamento |
5 de octubre de 2019: Dormí muy bien en la
carpa. No había mucho viento pero llovió un poco. A las 6:00 nos levantó Juan
con un termo de agua caliente para el desayuno. Los desayunos son en la carpa,
después se arma la mochila y se sale. La idea es hacer esto de forma sincronizada
así nadie pasa frío esperando a los demás. A las 8:00 estábamos caminando. Era
una subida bastante empinada por la roca naranja, que estaba hermosa, mezclada con basalto y algunas secciones lindas de granito o riolita (de composición similar al granito pero que
endureció a una temperatura más baja). Juan nos contó que todavía se está
descomprimiendo la roca después de haber estado bajo un kilómetro de hielo en
la última glaciación, y hay aparatos de medición en distintos sitios que miden
hasta 1 cm de inflación por año, lo cual me pareció increíble. Al mediodía
llegamos a la nieve, con vistas muy emocionantes del glaciar Gorra Blanca Sur, que también llaman glaciar Morro Alto. La
primera parte era muy empinada. Usamos grampones y nos encordamos bastante
juntos, con la cuerda bien tirante. Después se hizo más tranquilo y nos encordamos
más separados. Ya estábamos en pleno glaciar y el peso de dos personas muy
juntas tiene mayor probabilidad de romper el piso de nieve sobre una grieta. De
todas formas entre los demás lograrían soportar el peso. Juan va primero en la cordada y Denis segundo, y entre ellos dos la soga tiene varios nudos que ayudarían a frenar la caída de Juan en una grieta. Estaba muy nublado y había
bastante viento de frente, pero no soplaba con mucha nieve. No se veía el Fitz Roy, pero sí
el Cerro Marconi. La última parte la hicimos con raquetas de nieve pero, al ser principio de temporada, la
nieve estaba muy dura y según Juan podríamos haber seguido con los grampones
tranquilamente. Hacia el final estaba bastante cansado. Sólo hicimos 8 km hoy, pero
con 900 metros de elevación. Se veía el refugio en lo alto y eso ayudaba a hacer el último esfuerzo. Ayer tenía 20 kilos en la mochila e iba bastante tranquilo, pero hoy le
sumé la carpa y el termo grande con té, pasando a unos 25 kilos. Juan y Denis
cargan 35 kilos cada uno. Creo que todos llegamos cansados salvo Juan y Txomin,
que viene de caminar 450 km en España y se movía sin esfuerzo. Pero estamos
todos bastante en forma, y el viejo, con sus 61 años, ante las preguntas de
Juan sobre cómo está y cómo viene, siempre contesta “fresco como una lechuga”,
o algo semejante. Sin duda parece que lo está disfrutando más que ninguno. El
refugio es chileno y está en un promontorio rocoso ente el Glaciar Chico y el
Gorra Blanca. Es una estructura de hierro en forma de arco apuntado,
forrado en lonas remachadas con tiras de aluminio. Está estacado por todos
lados con cables de acero, y el interior es de placas de fenólico que se están
empezando a pudrir porque no fueron barnizados, lo cual es una lástima. Tiene
dos piezas cerradas con llave, con muchas provisiones y un generador eléctrico,
y otra pieza con cuatro cuchetas. Todo esto fue traído en helicóptero. Estamos
acá muy cómodos escuchando el viento soplar afuera.
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Martin sobre la laguna de los Catorce |
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Rocas simpáticas en la subida del Eléctrico |
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Avanzando hacia el hielo |
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Frescos como una lechuga |
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Desencordados durante un descanso |
6 de octubre de 2019: Un día increíble.
Dormimos hasta bastante tarde, con gran placer. Últimamente Shanti se refiere
al sueño como “bailar con Jesús y la virgen María”, lo cual me causa bastante
gracia. Yo fui el primero en levantarme y calentar el agua. A la mañana estaba
lindo, y cada uno hizo un poco la suya. Yo ayudé a Juan a arreglar una ventana
que estaba medio salida del marco. Sería una catástrofe que se rompa una
ventana. Él encontró un tubo de sellador, pero sin la pistola. La agujereamos a
lo bestia y la aplicamos con unas espátulas improvisadas. Quedó bastante bien.
Después se fue despejando cada vez más y había una luz hermosa sobre el campo
de hielo, que es un planchón liso de nieve que se extiende hacia los horizontes
norte y sur, sobre la cual se proyectan las sombras de las nubes de una forma
un poco confusa, difícil de relacionar con otros paisajes. Sacamos bastantes fotos. Hice un dibujo del refugio y quería poner el año en que se hizo pero el cartel
dice todo menos el año. Dice hasta cuánto les costó hacerlo (49 millones de
pesos chilenos). Según Juan tiene 10 ó 15 años. Después de comer salimos con
las raquetas a hacer una excursión al glaciar Gorra Blanca, que estuvo
increíble. Las vistas van cambiando constantemente, no sólo porque uno se
desplaza sino porque los juegos de luz siempre traen alguna novedad. Llegamos
hasta el glaciar y tomamos un té junto al hielo. Yo me puse los grampones y con
los dos piolets me trepé unos metros al hielo, que fue una sensación increíble.
Juan y Denis nos estuvieron explicando cosas de alpinismo e hicieron algunas
demostraciones. Pegamos una vuelta y volvimos al refugio por el otro lado. Era
un terreno de pizarra con grandes neveros acartonados en la superficie y con
polvo de nieve abajo. Nos acercamos a la divisoria de aguas del glaciar, que se
distingue como una larga diagonal blanca que separa lo que va al Atlántico de lo que
va al Pacífico. Hoy vimos bastante sol y cielos azules, pero todavía no
llegamos a ver el Fitz. Mañana posiblemente nos volvamos a quedar acá. Juan
tiene un Garmin en el cual recibe noticias del clima, y por el cual también se
pueden enviar correos electrónicos georreferenciados. Shanti y Martin mandaron
noticias a Kene y Luisita y yo pensé en qué estarían haciendo mis
gatites, y me los imaginé usando la computadora y chequeando el mail. El plan de mañana depende del clima de los
próximos días. Si vienen varios días malos, nos vamos a quedar un día más acá,
así no pasamos un día malo encerrados en las carpas sobre el hielo.
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El grupo afuera del refugio |
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Txomin apreciando el vasto hielo insondable |
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Shanti con su look de Mad Max |
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Excursión al Gorra Blanca |
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Postal del hielo |
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Una de las vistas más despejadas que tuvimos hacia el Este, donde se vislumbra la base del Fitz |
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Dibujo del refugio el primer día Antes de ver la cumbre del Gorra Blanca, tapada por nubes en la esquina superior derecha |
7 de octubre de 2019: Efectivamente
nos quedamos un día más en el refu. Estuvo soplando mucho toda la noche y la
mañana, y muy tapado, aunque se abrió bastante a la tarde. Tuvimos la suerte de
estar solos estos días en el refugio. Yo pensé que en algún momento llegarían
los dos gringos que vimos el primer día, que subían junto a un pórter llevando
la primera de dos cargas para hacer esquí con vela en el hielo. Nos pasamos
buena parte del día adentro, hablando, practicando nudos, jugando a los dardos,
y escuchando música del celular de Juan. Falta un elemento femenino en el
grupo. Yo cosí un par de cosas, dibujé los retratos de todo el grupo, y estuve
leyendo un libro del explorador noruego Erling Kagge llamado El silencio. Está bastante bien, aunque hubiera
preferido leer más de sus aventuras que estas reflexiones sobre el silencio y
la introspección (que igual están interesantes). Me gustó mucho una aventura
que cuenta, junto a otro explorador llamado Steve Duncan, donde cruzan Nueva
York por el sistema de cloacas subterráneas, y después se suben a lo alto del
Williamsburg Bridge al amanecer. Me gustan esas cosas, y siempre fue una
tentación, pero no tengo ganas de lidiar con la policía. Me quedan unas páginas
del libro, que reservé para la cama. A la tarde estaba muy hermoso, con ráfagas
fuertes de viento que de golpe paraban por completo, para dar lugar una quietud
sorprendente. Vimos por primera vez la cumbre del Gorra Blanca, que es un
espectáculo hermoso en el cual la luz de la tarde forma matices suaves de azul
entre las distintas pendientes de hielo y nieve. Al atardecer subimos al
observatorio que mide la descompresión en la roca. Está acá en el mismo filo de
la roca, un poco más arriba que el refugio. Es una antena con forma de disco y
dos paneles solares, con una caja hermética donde se guarda la computadora y no
sé qué más. Las vistas estaban increíbles, sobre todo del Gorra Blanca y de las
montañas al otro lado del campo de hielo. Las rocas están cubiertas de un liquen
negro tipo peluquita, que es lo único vivo que estuvimos viendo
estos días (aparte de los hongos del refugio). El campo de hielo es una gran
sábana blanca que cambia según la luz, desde un color suave y homogéneo con las
sombras proyectadas hasta todo un juego de texturas en la superficie, con la
luz de la tarde. Muchas veces se forman remolinos de nieve que avanzan en línea
recta, o se mueven de un lado a otro, o se quedan en un lugar y se deshacen.
Parece un paisaje de otro planeta. Cenamos unas comidas deshidratadas de EE.
UU., aunque me gustaron más las que comimos las noches anteriores, hechas por
una escaladora de Bariloche que tiene un horno deshidratador y cocina muy
hermoso. Me pareció muy interesante esta idea del horno deshidratador y de
hacer comida para montañistas. Recuerdo que al volver de Chaltén en 2003, con
Shanti estuvimos un tiempo haciendo nuestras propias barras de cereal, que eran una bomba. Mañana a
las 7:30 vamos a estar cruzando el paso Marconi, camino al Circo de los
Altares, y no puedo esperar. Hoy supuestamente se hacía el gran evento de
Extinction Rebellion, y me pregunto qué habrán hecho, y qué tipo de recepción tendrá.
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Denis afuera del refugio |
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Vestíbulo del refugio |
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Durante nuestro día de encierro |
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Equipo de medición de la descompresión de la roca |
8 de octubre de 2019: Amanecimos
a las 5:30 y a las 7:15 estábamos en camino, entre nubes rosas y naranjas. En
una hora estábamos del otro lado del paso Marconi, y a la siguiente hora
habíamos pasado al Glaciar Viedma. Caminamos 4:30 horas seguidas hasta el Circo
de los Altares, cubriendo unos 15 km que se pasaron volando. Caminar por el
hielo es una sensación increíble, y es muy fácil olvidar que estás caminando
sobre un inmenso glaciar en movimiento. Incluso recordándolo constantemente, es
difícil concebir los cientos de metros de hielo bajo tus pies, con grietas
profundas y enormes sistemas de cavernas en un estado de cambio constante,
transportando toneladas y toneladas de piedras de todos los tamaños, escarbando
incesantemente la roca madre en la profundidad. La nieve de la superficie está
siempre en movimiento, soplando y soplando, y hoy estaba perfecta para caminar
sin hundirse. Teníamos a favor el viento, que suele soplar desde el norte por
la diferencia de presión con la estepa. Fuimos encordados pero realmente no hacía falta, la nieve estaba durísima y además las grietas en el campo de hielo son muy angostas, a diferencia de los glaciares con mayor pendiente. El Circo de los Altares es un lugar
increíble, con un nombre realmente apropiado. Fue bautizado por Bonatti en el
’58, el primero en llegar ahí en su excursión con Mauri en busca de una ruta
para subir al Cerro Torre. Armamos las carpas en un campamento perfecto, en una
zona de resguardo junto a una roca enorme. Hasta tenemos una roca plana de
mesada. Lamentablemente estuvo muy tapado y no se ven los picos, salvo un par
de momentos en que se abrieron pequeñas ventanas en las nubes y vislumbramos el
Torre y el Egger, pero no llegué a sacar la foto. Después de hacer las carpas y
tomar unos breves mates (tenemos la yerba limitada porque Denis perdió una
bolsa entera, lo cual es motivo de bromas constantes), fuimos caminando hacia
adentro del circo, siguiendo una morrena. Juan nos contó la historia de la
falsa ascensión de Cesare Maestri, y de su ascensión subsiguiente por la “Ruta del Compresor”, cuyos buriles fueron luego sacados de forma polémica por dos
escaladores estadounidenses. Hoy en día se le atribuye la primera ascensión a
Ferrari y los Ragni di Lecco (Arañas de Lecco). Juan se conoce bien las
historias, y sabe contarlas. Ahora estamos en la carpa mientras el viento sopla
fuertísimo.
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Amanecer en el refugio |
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Preparándonos para salir |
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Inicio de la caminata hacia el Circo de los Altares |
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Avanzando a buen ritmo sobre el glaciar Viedma |
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Juan y el Denis |
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Campamento en el Circo de los Altares |
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El Negro trepado a un bloque de basalto |
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Queriendo ver el Torre, o el Egger, o algo |
9 de octubre de 2019: Hoy salimos del glaciar.
Anoche fue la única vez que acampamos en el hielo y fue una experiencia que me
intrigaba mucho. Con buenos aislantes no se siente el hielo bajo la carpa, pero
si tocás el piso con la mano se te empieza a congelar. Todo lo que es Gore-Tex
o impermeable se coloca junto al aislante, y la verdad que se duerme muy bien.
Las botas se guardan adentro para que no se congelen. Fue una lástima que
estuviera tan feo y no pudimos ver el Torre ni el Circo en toda su magnitud.
Además tuvimos que pasar mucho tiempo en la carpa, castigados por ráfagas de más de 70
km/h disparando nieve contra la carpa. La caminata por el hielo estuvo muy
impresionante, más acorde a lo que me imaginaba previamente. El viento, que soplaba de a golpes, estaba
siempre a punto de tumbarte, hasta que te plantabas y volvía a aflojar. A veces
no se veía mucho para ninguna dirección, y todo eso cansaba bastante, aunque
era una sensación increíble. Sentía que estábamos explorando una de las lunas
de Júpiter o Saturno, y todo el equipo, el campo de visión limitado por las
capuchas y los lentes, la cordada y las raquetas de nieve, todo eso contribuía
a esa sensación extraterrestre. Hoy además el paisaje fue muy variado. En unas
horas pasamos de la naciente del glaciar a su unión con el campo de hielo, y
luego adonde se empieza a derretir y fluye como río por las morrenas. Como al
mediodía salimos del hielo y caminamos varias horas por las morrenas, subiendo
y bajando por un terreno de rocas filosas de todos los tamaños. La composición
de las piedras también era muy variada, y por todos lados había piedras que
parecían haber estallado en un lugar, pero era la acción de incontables heladas
y derretimientos sucesivos, pulverizando lentamente la piedra. El borde del
glaciar está cubierto de este polvo. En las morrenas también volvimos a ver
vegetación, y muy al principio, en la transición con el hielo, encontramos el
cadáver de una liebre, que vaya uno a saber por qué se había aventurado hasta
ahí. Almorzamos en el campamento de los Esquís, hasta donde llegaba Bonatti
esquiando antes de que retrocediera tanto el glaciar. Incluso Juan se acuerda
de que cuando empezó a venir la laguna se unía con el glaciar, que ahora está
muy lejos. Desde los altos de las morrenas teníamos unas vistas increíbles del
Glaciar Viedma, y también pudimos ver que atrás nuestro se cerraba más y más.
El mensaje del clima para ese día era “Vientos muy fuertes… Suerte.” En el
campamento de Vivac Ferrari, en cambio, nos esperaba una tarde soleada,
despejada, relativamente calurosa y clemente. El campamento está bien resguardado,
y al fin pude hacer un dibujo al aire libre, que antes era imposible y me
recordaba a la caja de madera que se hizo Edward Wilson en su primer viaje a la
Antártida para poder hacer bocetos en el hielo, que después usaba como referencia
para sus acuarelas magistrales. Tomamos mate con casi lo último de la yerba, y
le seguimos haciendo chistes al Negro por haber perdido la yerba. Fue una
tendencia que empezó Juan y rápidamente levantamos los demás. Denis tiene un
espíritu muy jovial y bromista. Es un buen compañero para la montaña, porque
además es muy fuerte. Yo no me había dado cuenta de que es la primera vez que
hace la vuelta completa, con lo cual está tan maravillado como nosotros.
También nos trepamos a una roca bastante alta, de unos 80 grados y con buenas tomas, que invitaba
mucho al boulder. Primero se trepó Juan y después el Negro, y yo los seguí. El
campamento es muy lindo, con buenas pircas de resguardo junto a un muro natural.
Se ve por dónde vamos a subir mañana, el Paso del Viento, que es lo que dibujé
hoy. Acá en el campamento vimos un pájaro, creo que una diuca, y hace un rato
escuché unos trinos muy bonitos que me llegaron directo al corazón. Unos días
en el hielo no es mucho, pero hay una sensación de estar volviendo de otro
mundo, yermo y extraño. Después de cenar planeamos hacer una excursión con luz
de luna, que está casi llena, a la otra morrena, desde donde se ve el hielo.
Pero nos metimos a esperar en las carpas y se volvió a tapar todo. Sopla mucho
viento y nieve, y no tiene mucho sentido hacer la excursión. Me quedé con ganas
de hacer fotos nocturnas en este viaje, pero nunca se dieron las condiciones.
En realidad tienen que ser perfectas porque además de estar despejado no puede
haber viento, ya que no tengo trípode y lo tengo que improvisar con un bastón,
una solución bastante endeble. Hace un rato terminé el librito que me traje, El posicionamiento satelital en la
agricultura, de Luis Rodríguez Izquierdo, y la verdad que me pareció
bastante aburrido. La mayor parte del libro consiste en una descripción
sumamente técnica de la cartografía y la tecnología GPS, sin ningún dato
interesante que avive un poco la lectura, ni alguna mención sobre la historia
de esos avances. Se lee como un manual de uso de un aparato. La parte de la
agricultura, que es la más corta, está muy volcada a la agricultura
convencional, abogando por lo que llama “Agricultura de precisión”, que me
recuerda a esa idea de las “buenas prácticas”, que no busca replantear nada
sino sólo afinar un poco el lado de la eficiencia. No sé por qué lo vendían en
un congreso de Agroecología.
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Amanecer en el Circo de los Altares |
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A punto de abandonar el hielo |
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Atravesando las morrenas por la Laguna de los Esquís |
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Desintegración de las piedras por efecto de las heladas constantes |
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Ésta me encantó |
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Salida de la luna en Vivac Ferrari |
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Trepando un boulder |
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Relajados en el campamento |
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El Paso del Viento es el primer valle de la izquierda |
10 de octubre de 2019: Como todos los días, nos
despertaron a las 6:00 con un termo de agua caliente, un pequeño lujo que nos
brindan. El frío es duro, pero con toda la ropa moderna se aguanta sin mayor
incomodidad. Otra cosa debían soportar los exploradores de antes, que resistían
inviernos polares con cueros y lanas, durmiendo en los charcos formados por el
calor de sus cuerpos en los materiales congelados. Siempre me acuerdo de la
anécdota que cuenta Wilson, sobre el marinero que se pierde en una tormenta de
nieve a -20 grados durante más de 40 horas, sin comida ni refugio. Luego de
buscarlo y darlo por muerto, él mismo encuentra su camino al barco,
milagrosamente sin una sola parte del cuerpo congelada. Wilson, que era el médico del grupo, no lo podía creer. Yo pienso que ese chico era
un mutante. Hace poco conté esa historia a un grupo de gente, y mientras la
contaba se acercó una chica que, sin saber de lo que hablaba, sacó algo de su
bolsillo del cual se cayeron un mapa diminuto de la Antártida y unos
binoculares. Eran juguetes como de playmobil, y el mapa, del tamaño de una
falange, mostraba con bastante detalle el contorno y los nombres del
continente. Fue una casualidad increíble.
Hoy hicimos una caminata larga por muchos terrenos
muy diversos. Subimos en una hora al Paso del Viento, desde donde comenzó un
largo descenso a la civilización, en lo que apodamos “experiencing re-entry”, como dicen los astronautas. Desde el Paso
del Viento se ve el inmenso glaciar con todas sus marcas de movimiento, esas
avenidas que se forman en el hielo. Había nevado mucho toda la noche, así que el
paisaje estaba muy distinto al de ayer. Desde el Paso del Viento al campamento
de la laguna Toro es una bajada larga y medio complicada que nos llevó más de
seis horas. Pasamos por varios neveros empinados por donde había que ir con
mucho cuidado. En uno de ellos se cayó el viejo, que fue atrapado por el Negro.
Salió volando el termo de su mochila, y en otro nevero empinado se le escapó la
botella de agua. Las dos veces las vimos deslizar rapidísimo y estrellarse
contra alguna roca y frenar. Juan las recuperó a las dos. Desde arriba se veían
las dos partes del Glaciar Túnel, con la laguna que los conecta en el medio.
Antes era un solo glaciar. Pasamos por terrenos de transición muy rocosos, y
cruzamos por una sección inferior del Glaciar Túnel, junto a unas morrenas
altas tipo conos de fusión. Había ráfagas fuertes de viento que te agarraban
por sorpresa, y una de ellas nos tumbó al viejo y a mí, a la misma vez. Después
caminamos por un cañadón increíble, donde finalmente empezamos a ver piedras
redondeadas por agua líquida. Era una roca marmolada, muy bella, y había
cachos inmensos de piedra tirados y apilados como si no requiriera de esfuerzo
alguno, que debíamos trepar para atravesar el estrecho cañadón. Esos terrenos
de transición hacia los glaciares fueron los que más me sorprendieron. No me
los imaginaba de antemano, y me impactó mucho transitarlos a pie. Después vino
la tirolesa, que estuvo divertida. Podríamos haber cruzado vadeando
tranquilamente, pero creo que Juan lo hizo para nuestro entretenimiento. De
hecho él cruzó saltando por las piedras del río para recuperar la cuerda de la
tirolesa, porque no tenía un mosquetón de acero y los de aluminio se gastan.
Después finalmente llegamos al río y a la laguna Toro, que estaba muy baja. En
el camino habíamos visto más diversidad de plantas, algunos coirones, también
pájaros, y ahora veíamos una playa de canto rodado y finalmente nuestro primer
árbol. Era como si el mundo se fuera reacomodando de a partes. Era una lenga de
buen porte, con la cual nos sacamos una foto. Ya estábamos cerca del
campamento, que está en un bosquecito de lengas. Algunos de esos árboles son de
gran tamaño y está todo muy castigado por el viento, en realidad parece un poco
peligroso acampar ahí. Nos esperaba un porter de la empresa que no sólo nos
traía la cena sino también cerveza y empanadas, y además se llevó nuestras
raquetas y grampones. Mañana nos queda una caminata muy simple, para volver a
Chaltén victoriosos. El atardecer estuvo muy hermoso, con mucho color en el
cielo. A Denis se le voló el DNI con el papel de migraciones, y lo buscamos un
buen rato junto al río. Juan encontró el papel en una fila de lenga achaparrada
y tuve fe en que aparecería el documento, pero no hubo suerte. La cena era “Sabor
de Reyes”, unas comidas listas hechas en Mar del Plata para los marineros, y
muy aclamadas por Juan y el Negro. No es comida deshidratada sino directamente
envasada al vacío (“termoestabilizada”), con lo cual pesa mucho más. Era un
risotto realmente muy rico.
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En el Paso del Viento |
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Comenzando el descenso |
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Visión de nuestro recorrido hasta el Toro |
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Acercándonos al Glaciar Túnel Inferior |
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Martin apreciando el vasto hielo insondable |
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Shanti en la tirolesa del río Túnel |
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Nuestro primer árbol |
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Atardecer en el campamento de laguna Toro |
11 de octubre de 2019: Regreso a Chaltén.
Tuvimos un amanecer bastante increíble y salimos para los últimos 15 km del
recorrido. La picada bordea el río por el bosque de lengas y sube bastante para
cruzar por un morro de la Loma del Pliegue Tumbado. Tuvimos muy buenas vistas
del Cerro Solo y del Grande, y también se veía el Glaciar Túnel, que de lejos
parecía muy inocente. La subida es por una zona del parque que solía ser una
estancia, y siguen teniendo permiso de pastoreo. El bosque en esa parte fue
quemado para pastoreo hace mucho, capaz 100 años, y casi no tiene renovales. Se
pasa por varios mallines también y unos vados. En la bajada se ve el Lago
Viedma, con una filita de témpanos flotando de forma aislada, y después se entra en
un bosque de lenga y ñire muy viejo, totalmente lleno de Misodendron, las plantas hemiparásitas que enraízan en ramas de Nothofagus. En un
claro, con vista al Fitz Roy, nos sacamos la foto final, después de más de 80
kilómetros por toda clase de terrenos. Fue un momento de gran emoción, y sentí
una conexión y un orgullo fuertísimo hacia todos los integrantes de mi familia.
Cada vez se veía más diversidad de plantas, y al
final, llegando a la entrada del parque, vimos muchas flores de calafate, mata
guanaco, y diente de león. Mañana pienso salir a juntar para el herbario de Botánica Sistemática. También vimos un zorrino, y varios cóndores, y seres humanos. La
entrada al pueblo fue rara, pero no tan rara como otras veces que volví de la
montaña. Recuerdo una vez en Galicia que pasé unos días en la sierra
del Courel y la vuelta a un pueblo fue una experiencia sumamente extraña. Lo
que sí fue particularmente raro fue la sensación del asfalto al caminar, que se
hacía muy duro a los pies. Fuimos a Gendarmería a hacer la entrada al país, y
estaban en medio de una gran operación, con oficiales de afuera, porque habían
detenido a unos pibes de Bariloche junto a un español. Estaban haciendo fuego y
encontraron porro en su mochila, y un cartel robado del parque. Se los iban a
llevar a Río Gallegos. A Denis le hicieron un poco de lío por el DNI, pero
volvió a su casa a buscar el DNI cordobés y no le hicieron más problema. Había
un mapa con todos los rescates de montaña desde 1995, y yo les hice un
comentario muy maloso preguntando si incluía los rescates hechos por el Club
Andino, porque Juan nos había contado que Gendarmería no tiene ningún tipo de
preparación para rescates, y los hacen todos los voluntarios del Club Andino,
que sólo cobran algo cuando hay algún seguro de por medio. “Incluye todos los
rescates”, me contestaron. Juan es un alpinista con muchísima experiencia que
subió dos veces al Fitz y una vez al Torre. Hizo más de 50 vueltas al hielo y
participó de muchísimos rescates. Me gustó mucho su estilo y era un placer
mirarlo en acción o simplemente caminando. Además es muy culto y tiene muy
buena conversación.
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La subida desde el Toro por la antigua estancia |
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Con una lenga quemada hace muchos años |
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La foto del triunfo |
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Nuestros guías |
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El recorrido completo |
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Algunas aves que calqué de mi libro |
13 de octubre de 2019: Ayer fuimos a la
librería, donde compré La Torre, de Kelly Cordes, el libro sobre las escaladas del Torre que nos recomendó
Juan, hecho a partir de las investigaciones del argentino Rolando Garibotti, “una especie de
escalador detective”, según nos dijo. También compré uno sobre Antártida (The Storied Ice, de Joan N. Booth), una guía de flores de Patagonia por María Victoria Bisheimer, y el mapa de los hielos. No tenían el libro del
padre de Agostini, que se vende en Punta Arenas en el museo salesiano. El lugar
que lo podía tener estaba cerrado. Justo al volver del hielo mejoró el clima,
con un viento sur que inauguró una brecha para escalar las
montañas. Curiosamente, acá "viento sur" significa buen tiempo. A la tarde fuimos a recolectar plantas por la senda del Cerro Torre, y
llegamos hasta el mirador al atardecer. Después pasamos un rato por el
cumpleaños del pueblo (que tiene apenas 34 años), celebrado en el gimnasio
municipal. Hoy a la mañana estaba tan lindo como cuando llegamos, totalmente
despejado, y en la ruta se veían todos los cerros. Ahora estoy en el avión y
cuando despegamos también tuve una vista impecable del Fitz y el Torre. Tengo
asiento ventana pero del otro lado del avión, así que me estoy perdiendo todas
las vistas de la cordillera. En cambio estoy viendo la estepa, escarbada
por lentos ríos serpenteantes y entrecruzada por largas rutas rectas. Tampoco
está mal. En el camino al aeropuerto me imaginé una postal de Santa Cruz con un
largo alambrado con mil guanacos muertos entre poste y poste (es común ver estos cadáveres de guanacos que se enganchan en el alambrado y sufren una muerte lenta), con un fondo de
bombas de petróleo y una represa controlando el río. Estoy escuchando “Máquina
de sentir fuerte”, mi larga playlist de canciones emo, y siento que mi corazón
se me infla en el pecho y está a punto de estallar, o de hacerme levitar. Las
vistas van cambiando y me resulta cómico que acabo de sacar una foto del Fitz y
el Torre desde el avión con 200 km y 6 hileras de asientos de por medio, pero
estando en el hielo, a los pies de esas montañas, apenas las vislumbramos de a
momentos entre las nubes. De todas formas me gustó el clima que nos tocó, me
pareció apropiado y disfruté lo que generaba.
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Visión de la estepa desde el avión |
A la vuelta del hielo me decepcionó comprobar que
las acciones de Exctinction Rebellion no habían tenido demasiada repercusión, y
se me ocurrió que si en algún momento decido sumarme, lo voy a hacer trepándome
a los puentes de EE. UU. con carteles en la mochila que pueden quedar atados
después de mi bajada. Tomi Binder, que a veces me manda cosas sobre arte y
territorio, me había compartido (sin saber que yo estaba en el hielo), un
fragmento de Heidegger sobre el ocultamiento permanente de la naturaleza. “La
tierra sólo se abre e ilumina como es ella misma allí donde se preserva y se
conserva como esencialmente infranqueable, retrocediendo ante cada
descubrimiento, es decir, que siempre se mantiene cerrada”. Y también: “La
tierra hace que toda penetración en su interior se estrelle contra ella”. Esto
es algo en lo que pienso al caminar por la naturaleza, donde mi movimiento es
también una imposición interpretativa que avanza sobre el territorio sin nunca
alcanzarlo. Por lo que entendí, Heidegger lo convierte en una protesta contra
la ciencia: “Si pretendemos captar la pesantez por otros caminos, poniendo la
piedra en la balanza, entonces reducimos su densidad a la cuenta de un peso.
Esta determinación de la piedra, quizá muy exacta, queda como un número, pero la
pesantez se nos ha escapado”. Cada vez me interesa menos esa denuncia a la
ciencia como imposición ideológica, que antes me importaba mucho. Yo estaba muy
orgulloso de un poema que escribí sobre Edison, la invención del cine y el
ferrocarril, y la imposición de la retórica occidental sobre el territorio
americano. Pero cada vez estoy más convencido de que nuestros problemas
actuales, lejos de derivar de una supuesta soberbia por parte de los
científicos, más bien se deben a su imposibilidad de imponerse sobre la esfera
pública más que en la forma de productos de consumo y avances tecnológicos. La
opinión pública siempre prefiere la pseudo-mística y las supersticiones, lo cual
actualmente considero mucho más peligroso que la soberbia epistemológica de la ciencia. Creo que la vida es esencialmente
expresión de deseo, pero es una minoría en el universo, que se expresa sin
deseo alguno. La conciencia sería entonces una especie de índice de deseo, y el
deseo es fundamentalmente místico, en tanto que no es realista. En verdad sigo orgulloso de ese poema, escrito en inglés bajo la influencia evidente de Emily
Dickinson. Pero Edison, más que un científico, era un empresario y un matón. Capaz
el problema viene dado por una equivalencia generalizada entre ciencia y
capitalismo o desigualdad social, que no veo como necesaria o esencial.
Gabo me mandó unos audios recitando traducciones que
está haciendo de una poeta italiana llamada Antonia Pozzi, de principios del siglo pasado, que era alpinista y se suicidó a los 26 años. Están muy buenos los
poemas. Hay uno que se llama “Dolomitas” que dice:
No son montes, son almas de los montes
estos pálidos picos congelados
que buscan ascender. En la ignota firmeza
nos arrastramos: paso a paso
con la tensión arqueada de los dedos,
con la llana adherencia de los miembros,
conquistamos la roca; con el hambre
de los depredadores, izamos en la piedra
nuestros dóciles cuerpos; ebrios de inmensidad,
enarbolamos en la cumbre ríspida
nuestra fragilidad ardiente. Abajo,
la roca dura llora. De las negras,
hondas grietas llega un llanto frío
de gotas claras: y enseguida se extingue
bajo las piedras derrumbadas. Pero allí
un florecer azul de nomeolvides
delata la humedad, y se oye lejos
un lamento, como el sollozo
contenido, incesante, de la tierra.
Este poema es impecable. Me sorprendió un poco el
uso de la palabra “conquista”, que es muy dura y que forma parte de una
retórica del montañismo que ya no se usa pero que es muy propia de la época en
la que ella escribe. Pero siento que alguien de su sensibilidad podría rehuir de su
uso, y me pregunto entonces si no la usa de forma irónica (acentuada por la
alusión al ‘hambre de los depredadores’), y si capaz también apunta, como todo
el poema parece apuntar, a la misma reflexión que hace Heidegger sobre el
carácter infranqueable de la naturaleza, que retrocede ante nuestras vanas
imposiciones. El nuestro es un mundo de papel, flotando sobre un núcleo duro e
inconmensurable. La interacción es delicada y violenta a la vez, empapada de todo lo sublime de este planeta. Me resulta increíble que exista gente
inmune a un sentimiento tan ardiente, atestiguando de forma apática y perezosa un
momento tan crítico en la historia de la Tierra. Pero pase lo que pase, pasará,
el tiempo profundo seguirá su curso, indiferente y atroz.