En el parque la arena se dividía políticamente, en los charcos se veían los reflejos de un pasado, se salpicaba al cruzar, por más que no estuviera mojado, se salpicaba del reflejo de la urbe que se había dividido políticamente. ¡Hasta los pájaros se habían dividido políticamente! Un hombre de pelo oscuro cruzaba un charco y se salpicaba, miraba con desagrado la mancha del pasado y apretaba los dientes, sus recuerdos le dirían que no existía tal charco, que nunca lo habría cruzado. Se olía en el aire una división política que apestaba hasta en las tiendas de perfume. Los rosedales eran de un marrón caca que elevaba los vahos a círculos mayores, al escuchar la campana de los barcos que no hacían más que naufragar y escaparse. Cuando mi casa se dividió políticamente había una línea de tiza en el piso y las paredes e incluso sobre los cuadros, reflejo de mi seno familiar, tan pueril como los discursos de cualquier dirigente de cualquier organización sin importar su tamaño o tendencia cultural. Había como un zumbido general, la gente caminaba con al menos un ojo cerrado. Los perros al ladrar predicaban, bautizaban la ciudad y oraban la misa del domingo y, por extensión, la de todos los días. Casi todas las torres y las cúpulas ya hacía mucho habían sido derrumbadas. Habían visto su reflejo en el charco y con una unanimidad que asustaba se lanzaron al abismo, como si fueran lágrimas de un llanto; tan profundo como los túneles de los trenes subterráneos. La Dicotomía que, como todos los demás conceptos, aprovechaba la clausura, esta vez definitiva, de la circulación de metros, solía hacer los paseos del domingo y, por extensión, los de todos los días, por estos túneles. En la línea B, hace muy poco, se encontró con la Existencia, drogada como siempre y trescientos metros más adelante con la Pos-modernidad que estaba desarrollando una ceguera importante. La Dicotomía hacía trueques de víveres en la estación Liberaciones de la línea C. Hizo las escalas correspondientes, empujando su carrito, y llegó al mercado clandestino. Este concepto, sin duda, había perdido sentido, o al menos cobrado uno nuevo, y por más que la Clandestinidad haya cambiado de nombre, seguía siendo el mismo y creo que los demás le habían cogido cariño. En el mercado de la estación de Liberaciones, cuyo dirigente era la Canasta Básica Total, cambió unas zanahorias de su propia cosecha por un bidón de leche y unas latas de Corned Beef. No prestó atención a la fecha de vencimiento de las latas ya que indudablemente estarían caducadas. Sin embargo, esto no importaba. Las latas de Corned Beef se usaban como moneda y sólo un estúpido sería capaz de abrir una. Como perdido en un sueño que le sublevó totalmente, la Dicotomía soltó su carrito, que había hecho a medida para las vías del subterráneo. Más bien le dio un empujoncito, empujó su carrito con discreta fuerza y lo vio irse. Sus zanahorias, algún que otro ropaje, el libro que le había regalado la Religión (que nunca había llegado a terminar), las latas de Corned Beef (bien escondidas, claro), el bidón de leche, una fotografía; en fin, todo lo que le pertenecía a la Dicotomía se resbalaba por las vías de tren, y realmente parecía un tren. La autopropulsión que emanaba, la muy conveniente inclinación del túnel, un ruido como de piel de gallina, y se alejaba, adentrándose cada vez más a la oscuridad que se precipitaba en la lejanía como una puerta o un fin.Y luego de eso se marchó. Caminó por la línea F, llegando hasta su límite, la periferia de la ciudad. Allí en donde empiezan los túneles póstumos. Son túneles cavados por otros conceptos. En la zona del Real Sinfónico, en donde habitaba la Dicotomía, apenas se escuchaban rumores macabros sobre los póstumos. En la terminal de la línea F, la estación de Leyes y Oficios, se abría, claramente obrado a mano, un hueco; que igual da decir mil huecos. Porque indubitablemente ese hueco abriría otros, y estos varios más, y aquellos aún mas. Adentrándose, no pudo evitar notar cómo la luz disminuía trágicamente, inversamente proporcional al número de ratas, tanto muertas como vivas. La Dicotomía avanzó con pasos de vaquero, como enfundando o desenfundando algo. Entró en una taberna, todavía sin miedo, y concertó una partida de naipes con el Final Del Cuento.
lunes, 27 de noviembre de 2006
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1 comentario:
claro si, está bueno.
hay algo estoy segura igual que no estoy entendiendo, es que es mas como para la mesa de los grandes... está la palabra pueril viste? que es muy de la mesa de los grandes.
en la mesa de los chiquitos solo usamos 5 palabras, tomamos en vasos de plástico transparente y tiramos la coca en el mantel.
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