La incompleta ofensiva militar del Final Del Cuento, de quien se decía que lamía el pegamento de las cartas, sin coste alguno, de toda la gente de su barrio.
(Según lo cuenta la Demagogia en su Tratado de la nueva civilización, manuscrito encontrado, por un mago, detrás de mi oreja. Con fecha cuatro mil novecientos verde musgo*.)
* Una tal comitiva había cambiado el sistema numeral, remplazando las decenas por colores y las unidades por sombras de ese color. El Final Del Cuento había logrado su renombre a mediados de los años azules. Aquella fue una década para algunos inolvidable. Quizá los acontecimientos más importantes fueron la ejecución por horca de la Sobremesa, fatal y trágico dictador, en el año azul turquesa, o el invento del posavasos, solución a una serie de problemas catastróficos, en el azul marino. Empezó su carrera en el barrio de Corazones, cerca de la estación Jardín Templado, de la línea F. Ayudaba a las víctimas de la injusticia, acogía a los desdichados, arreglaba picaportes, jugaba con los niños, chupaba todos los sobres.
“Robaba de los ricos para darle a los pobres.” Declaraban el Tópico y la Rima, casi al unísono.
Pero, como todos saben, los conceptos son altamente impredecibles y el Final Del Cuento no tardó en mostrarles una lección a todos. De un momento a otro empezó a levantar paredes de ladrillo en todos lados. Estaba almorzando con el Clima cuando de repente se levantó, dejando comida en el plato. Dejar comida en el plato había sido ilegalizado en los tiempos del Vidrio Empañado, con la pena de desmiembro total. Sería por esto que el Clima quedó en estado de shock, vomitó espuma por un rato y luego fue derecho a la comisaría, el muy botón. Botón en demasía era el Clima, tanto era así que el cuerpo policial con dificultad lo toleraba y aquel día decidieron ignorarlo. El Final Del Cuento salió disparado a una espontánea ferretería que se encontraba junto a los desechos tóxicos. Empezó a comprar ladrillos y cemento y se pasó años levantando paredes en todos lados. Bloqueaba los túneles, bloqueaba las entradas de las casas y escuelas. Lejos de estar prohibido, levantar paredes había sido altamente incentivado por el aborto de el Vidrio Empañado (el término “gobierno” había sido remplazado por “aborto” en tiempos del Canibalismo); en ese baldío incierto recaía el amparo legal del Final Del Cuento a la hora de levantar libremente paredes de ladrillo por todos lados. Con el tiempo fue perfeccionando la técnica y levantar una pared no le tardaba más de diez o quince minutos. Comenzó a tomar las casas de las personas, levantando paredes para tapar las puertas e incluso empleando la misma técnica para recubrir las ventanas. Trabajaba muy metódicamente, de manzana en manzana, cada habitación de cada casa quedaba sellada, inaccesible. Las personas, absolutamente indefensas, no tenían otro remedio que huir, incluso algunos resignados se dejaban encerrar en sus piezas con poco más que su cepillo de dientes. Procuró encargarse de esfumar al Clima primero, para eliminar los testigos de su comida incompleta. El Final Del Cuento, a pesar de ser muy liberal, siempre llevó la culpa de ese incidente como una pesada y pinchuda cruz. La comitiva del Vidrio Empañado, lejos de encontrar pistas de ese terrible crimen, solo podía fruncir el seño a la libre actividad que disfrutaba el Final Del Cuento a la hora de arruinarle la vida a sus vecinos.
(Según lo cuenta la Demagogia en su Tratado de la nueva civilización, manuscrito encontrado, por un mago, detrás de mi oreja. Con fecha cuatro mil novecientos verde musgo*.)
* Una tal comitiva había cambiado el sistema numeral, remplazando las decenas por colores y las unidades por sombras de ese color. El Final Del Cuento había logrado su renombre a mediados de los años azules. Aquella fue una década para algunos inolvidable. Quizá los acontecimientos más importantes fueron la ejecución por horca de la Sobremesa, fatal y trágico dictador, en el año azul turquesa, o el invento del posavasos, solución a una serie de problemas catastróficos, en el azul marino. Empezó su carrera en el barrio de Corazones, cerca de la estación Jardín Templado, de la línea F. Ayudaba a las víctimas de la injusticia, acogía a los desdichados, arreglaba picaportes, jugaba con los niños, chupaba todos los sobres.
“Robaba de los ricos para darle a los pobres.” Declaraban el Tópico y la Rima, casi al unísono.
Pero, como todos saben, los conceptos son altamente impredecibles y el Final Del Cuento no tardó en mostrarles una lección a todos. De un momento a otro empezó a levantar paredes de ladrillo en todos lados. Estaba almorzando con el Clima cuando de repente se levantó, dejando comida en el plato. Dejar comida en el plato había sido ilegalizado en los tiempos del Vidrio Empañado, con la pena de desmiembro total. Sería por esto que el Clima quedó en estado de shock, vomitó espuma por un rato y luego fue derecho a la comisaría, el muy botón. Botón en demasía era el Clima, tanto era así que el cuerpo policial con dificultad lo toleraba y aquel día decidieron ignorarlo. El Final Del Cuento salió disparado a una espontánea ferretería que se encontraba junto a los desechos tóxicos. Empezó a comprar ladrillos y cemento y se pasó años levantando paredes en todos lados. Bloqueaba los túneles, bloqueaba las entradas de las casas y escuelas. Lejos de estar prohibido, levantar paredes había sido altamente incentivado por el aborto de el Vidrio Empañado (el término “gobierno” había sido remplazado por “aborto” en tiempos del Canibalismo); en ese baldío incierto recaía el amparo legal del Final Del Cuento a la hora de levantar libremente paredes de ladrillo por todos lados. Con el tiempo fue perfeccionando la técnica y levantar una pared no le tardaba más de diez o quince minutos. Comenzó a tomar las casas de las personas, levantando paredes para tapar las puertas e incluso empleando la misma técnica para recubrir las ventanas. Trabajaba muy metódicamente, de manzana en manzana, cada habitación de cada casa quedaba sellada, inaccesible. Las personas, absolutamente indefensas, no tenían otro remedio que huir, incluso algunos resignados se dejaban encerrar en sus piezas con poco más que su cepillo de dientes. Procuró encargarse de esfumar al Clima primero, para eliminar los testigos de su comida incompleta. El Final Del Cuento, a pesar de ser muy liberal, siempre llevó la culpa de ese incidente como una pesada y pinchuda cruz. La comitiva del Vidrio Empañado, lejos de encontrar pistas de ese terrible crimen, solo podía fruncir el seño a la libre actividad que disfrutaba el Final Del Cuento a la hora de arruinarle la vida a sus vecinos.
4 comentarios:
1- me gustaría que un mago encuentre mi DNI atrás de mi oreja.
sino, sabés el trámite?!
2- esto es como alicia en el pais de las maravillas! pero con más conceptos abstractos y menos gatos y sombreros. y un coso que chupa sobres compulsivamente que me parece genial (hay gente que murió de eso...) (bah, Susan, y ni siquiera es real, que se yo...)
3- un precario emoticón se infiltró entre el tepsto. ahí ahí, entre "paladar" y "en". no entiendo si nos guiña un ojo con tristeza y tiene un lunar en la pera, o si es un tuerto contento y con corbatín de moño.
4- claro, no es como alicia en el pais de las maravillas.
5- esta bueno ah?
dequeteví tequise, ¿tené deneíse?
tuerto contento con corbatín de moño!! es que está en el mundo de los ciegos.
dequetevi tequise (sic)
" - Y finalmente nos volvemos a encontrar, Final del Cuento..."
Finalmente final...
Sumale, de fondo, un desierto y un sunset (el sustantivo, no el boliche bailable).
Buerno, lo qeu digo es que este Final del cuento me parece un personaje por demás ominoso, de género némesis, de índole cuidado-que-te-da-con-las-espuelas, de calibre 8. Aciago, siniestro.
El Final del Cuento te levanta paredes inderribables.
Sí, eh... llegadera utilización de conceptos como personajes.
ja, aborto...
Lo mejor es lo del mago. Justo estaba tomando un trago de vino y tuve que escupirlo para que no me saliera por la nariz.
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