lunes, 6 de junio de 2011

Sócrates tocando la guitarra

En el subte que me tomo para ir a la facultad, está Sócrates tocando la guitarra. No siempre me lo encuentro, pero no verlo en mi vagón no implica que no esté tocando en algún otro. Todo lo contrario: la única manera de saber que está en otro vagón es echándolo de menos. Su canción es muy triste, es dulce dolor y sabio remordimiento. Como el sol, está siempre mirando para abajo, excepto cuando llega al final del recorrido, donde alza la vista y con la guitarra inquiere: “¿No ven que había un límite?” Supongo que hay algo en el movimiento de ida y vuelta del tren, de la alternancia infinita entre periferias, que le gusta o que encuentra adecuado para su canción. Después a la facultad me llevo una parte mutilada de su desafío o su resolución, pero sólo me sirve para desconcentrarme (estas líneas las escribo en clase). A veces pienso que si es un mártir, se lo merece, como el sol se despide llorando y uno piensa: “no hubieras sido el sol”. También Sócrates se lamenta de no alcanzar, y llena el subte de su suspiro. La canción alude mucho a la luna, y yo me pregunto hace cuánto que no la ve, y si la primera vez que la vio no fue para escribir la canción. Y así como es el sol quien se pronuncia a través de la luna, también la canción de Sócrates, casi traicionando su idioma musical, obliga al tren a hablar: “Soy una herramienta de mediación, mis destinos, siendo dos, son infinitos y son ninguno. Soy muy útil, pero sólo hasta llegar a los límites de mi alcance y los que se bajen antes pueden fingir que esto no lo saben. Pero no los culpo. La oscuridad que recorro sólo existe porque lo hago.” Pero además está aquello que ni el subte puede decir, puesto que surge de una articulación mucho más vasta, es el resultado de las infinitas veces que el subte se pronuncia como tal. Sócrates lo dice tocando la guitarra. No sé si sería como decir que sí después inmediatamente que no y después que sí, infinitas veces. Pero esa sentencia o tortura dialéctica no sería nada bella (¿quién mira al sol directamente?) Lo de Sócrates, en cambio, me pone los pelos de punta., me hace llorar. A la noche cuando salgo de la estación veo la luna y todo se me repite, pero en ella es pura dignidad. Al igual que el tren, aunque por razones totalmente opuestas, la luna rechaza cualquier tipo de simpatía, no le sirve. Con el sol eso no me pasa, y con Sócrates tampoco. Con ellos es pura conmiseración trágica, no puedo evitarlo.

1 comentario:

Mateo dijo...

Bien dicho.