martes, 24 de julio de 2012

Gatitos





Era un martes de las últimas semanas del verano de 19--. La luna se dibujaba en la noche como la ínfima punta de una uña, tan delgada que ni la persona más pulcra y obsesiva se molestaría en cortar. Hacerlo sería doblemente inútil puesto que, siendo menguante, al día siguiente habría desaparecido. Vega viajaba en un ómnibus, volviendo después de años al lugar donde había crecido. 

Llegó temprano en la mañana del miércoles, había visto los primerísimos rastros del alba entrando desde arriba al pueblo, donde el camino sinuoso en bajada hacía alternar, en su ventana, el lomo de la colina y las casas en la costa con el amanecer en el fondo.

Se bajó del ómnibus en la ruta, a un kilómetro de la entrada del pueblo, cruzando por las vías del tren y comparando en la luz rosa el pueblo de sus recuerdos con el que ahora veía. La ruta era nueva, las vías del tren estaban oxidadas de forma irreparable, pero el pueblo estaba más o menos igual.

Entrando al puebo, en lo último del crepúsculo, se le apareció un niño con un cartel entre las manos que leía

URGENTE
GATITOS PARA ADOPCIÓN

Agachándose levemente, le preguntó cuántos gatitos tenía y el niño le contestó que no los había contado, pero que eran muchos. Vega se agachó un poco más y le dijo que le gustaría mucho adoptar algunos gatitos. Le dijo que había recién vuelto al pueblo y que estaría viviendo solo, sin mucho que hacer. Los gatitos le darían compañía, y durante los primeros meses lo mantendrían ocupado, le dijo. Le dijo que no sabía en qué condiciones encontraría la casa de su madre, pero que en cuanto se hubiera instalado, podría ir a buscar algunos gatitos. El niño le dio una tarjeta que decía 

URGENTE
GATITOS PARA ADOPCIÓN

Abajo había un número de teléfono. Reconoció el prefijo del pueblo. Vega y el niño se despidieron. Después, se dio cuenta de que no le había preguntado su nombre, y se avergonzó de ello.

La llave estaba donde su cuñado le había dicho que estaría, abajo de la estatuilla del dinosaurio. Había una nota bastante larga en la mesa de la cocina, escrita sobre dos hojas del papel de la farmacia de su madre. En la nota le explicaba todo lo que tenía que saber para habilitar la casa nuevamente, dónde encontraría cada cosa, algunos trucos para hacer andar el auto, etc.

A la tarde hizo las compras, sorprendido por la facilidad con que soportó la conversación con la señora del supermercado, que nunca antes había conocido pero que lo identificó a Vega, le dijo que sabía que vendría y le habló de su madre y de su familia, regando el discurso con gestos de patetismo y caridad. Le preguntó si había encontrado bien la llave abajo de la estatuilla del dinosaurio. No le comentó nada sobre la bolsa de comida para gatos que había incluído en el carrito, junto a algunos cazos de distintos colores.

Cuando volvió a casa y colocó la compra, advirtió que todavía quedaban muchas horas de luz y que estaba a tiempo de ir a buscar a los gatitos. Marcó el número de la tarjeta y le contestó el mismo niño. Le preguntó si podía pasar esa tarde a mirar los gatitos y lleverse algunos. El niño le dijo que lo volvería a llamar un rato más tarde, cuando estuviera listo para recibirlo. Vega le dio su número de teléfono, que no recordaba, pero que estaba pegado con cinta scotch sobre la base del teléfono.

Se sentó en el sofá a esperar y se quedó dormido. Soñó que volvía a su departamento y que todos los pisos del edificio estaban cambiados. Entraba al suyo y todo estaba distinto, salía al pasillo y se encontraba con otros inquilinos que le contaban que era increíble, pero que todos los pisos del edificio estaban cambiados. También soñó que volvía al pueblo, como ahora, todo parecido, pero que su mamá seguía viva y lo recibía en la casa. 

Se despertó de noche y miró alarmado el teléfono, preocupado de haber perdido la llamada. En ese momento, el teléfono sonó. Era el niño, que se disculpó por haber tardado tanto, pero que ya podía pasar a mirar los gatos. Le dio la dirección de una de las últimas casas del pueblo. Al ver la hora que marcaba el reloj del auto, que obviamente estaba mal, se dio cuenta de que no tenía la más mínima idea de qué hora podría ser.

En la puerta de la casa encontró un cartel que decía

URGENTE
GATITOS PARA ADOPCIÓN

Abajo había una flecha que apuntaba a la izquierda. Siguió la flecha, bordeando la casa, donde encontró otro cartel idéntico, con la flecha en dirección opuesta. La noche de luna nueva estaba oscurísima, pero había una fila de velas que seguía el sendero marcado por los carteles, desde la parte de atrás de la casa, en descenso entre un bosquecillo hacia la playa. Casi al final, asombrado y con algo de miedo, comenzó a ver las incontables velas que iluminaban la pequeña playa, en perfecta continuidad con las estrellas que se reflejaban sobre el mar. Pero recién al pasar la última línea de pinos y sintiendo los comienzos de arena fría entre las sandalias, absorbió de golpe el espectáculo de los incontables gatitos iluminados por las incontables velas en la noche oscura, cubriendo la totalidad de la ensenada. Era increíble, ni los gatitos situados en la orilla, mojándose con cada ola, emitían el más leve maullido.


Escrito en la playa de Cuchía, en Cantabria. Pasado a computadora en la biblioteca del MARCO (Museo de Arte Contemporáneo), en Vigo.


sábado, 14 de julio de 2012

jueves, 5 de julio de 2012

Adivinanza


Hay dos pes mágicas que se ponen en el camino.
Invenciones del humano, o acaso su destino.
Vinculan y separan, en el mismo gesto,
Comunican cosas pero muestran que eso no es esto.

Una se impone sobre el paisaje, un sustantivo masculino,
Salva fosas, cruza ríos, suspende en el aire al peregrino.
Yace horizontal, entre un lado y el opuesto;
cuando algo empieza debe acabar algo, por supuesto.

La otra es más hogareña, es un nombre femenino,
Limitando interior y exterior, en un cambio repentino.
Su intersticio es vertical, pone los límites de manifiesto,
Momento clave de la intimidad, de separarse del resto.

Es rara esa diferencia, entre lo uno y lo vecino,
Debe tener lo mismo de trágico que de divino,
Me encantan los lugares, de eso no protesto,
Pero... no sé... sacrificar el Todo... por esto...


 

domingo, 1 de julio de 2012

Carta


Querido Dr. Jukebox, 
Si la memoria no me falla, hacía casi dos meses que no llovía. Ahora llueve. Me estoy mojando los pies abajo del escritorio porque no quiero cerrar las ventanas, y es una perspectiva rara la que tengo de las gotas que están cayendo hacia este lado del edificio en un ángulo de 45 grados. Se ven como medio blancas las gotas, medio lechosas, y son unas gotas gigantes, cada gota son como cuatro o cinco gotas juntas. Apenas rozan el marco de la ventana ya se empiezan a desagrupar, y cuando chocan contra el piso revientan en mil fracciones de gotita. Tengo en el balcón una de tus esculturas (la del torbellino de sillas) y las gotas ahí no entienden nada, chocan contra todos lados, cada vez que piensan que llegó la superficie definitiva y que ya no se podían dividir en más pedacitos de gota, vuelven a rozar contra una pata de silla de medio centímetro de diámetro, vuelven a estrellarse contra un respaldo de chapa del tamaño de dos falanges. Si la miro fijamente, veo como un aura de confusión y movimiento alrededor de la escultura, y los sonidos que hace son lindísimos, es como si estuviera lloviendo música africana. Acabo de grabar en un cassette el sonido de la lluvia y de la lluvia haciendo música con tu escultura y voy a meter el cassette en el sobre cuando te mande esta carta. 

Es raro vivir en un lugar tan seco, te acostumbrás a dejar todo en el balcón, y después cuando empieza a llover te das cuenta de todas las cosas que tenés que entrar. Lo que no me gusta es que sea tan obvio que va a llover, durante varios días sabés que va a llover, y estás a la expectativa, no es una sorpresa. Ayer sabía que iba a llover y no podía pensar en otra cosa, y hoy a la mañana me despertó un trueno y pensé en lo lindo que sería que me despierte trueno sin que yo sepa de antes que va a llover.

Ahora las gotas están cayendo con más fuerza, y ya no son 45 grados, están entrando por la ventana en líneas casi horizontales. Se me está mojando todo el escritorio, pero no quiero cerrar la ventana. Acabo de sacar todos los libros del escritorio, y lo moví un poco más para adentro, ahora tengo como tres metros entre el escritorio y la ventana, y siguen llegando algunas gotas. El papel en el que te estoy escribiendo está bastante mojado. La tinta no se corre, pero cuando vos leas esta carta va a estar toda ondulada de esa manera que se ondula el papel mojado al secarse. Mientras escribo estoy constantemente levantando la cabeza, porque hay unos relámpagos increíbles y no me los quiero perder. Antes cuando estaba grabando los sonidos en el cassette, pensaba en lo lindo que sería que un trueno fuertísimo también quede ahí grabado. Ahora tengo en la otra mano la grabadora, y cuando vuelva a ver un relámpago bien fuerte voy a apretar el botón de REC, quizá llego a grabar el sonido.

Waa, el que acabo de ver. Estaba por todo el cielo, parecía que todo el cielo era un vidrio roto, parecía que todo el cielo era un terreno volcánico, un montón de serpientes de lava, la escritura urgente de un mago inmortal. Acabo de rebobinar la cinta para ver si pude grabar eso, pero solamente se escucha un poquito del final, necesita más tiempo la máquina. Ahora estoy dejando que grabe, que grabe todo. Pensaba que sería lindo mandarte un cassette con un minuto o dos de la tormenta, algo corto y especial, intenso. Pero esto supongo que también es lindo, que puedas poner este cassette y dejarlo sonando un rato mientras pensás o hacés otra cosa. O quizá lo escuches con la Princesa Absoluto, mientras recuerdan historias de cuando estábamos todos juntos. Historias de los bosques, del barco, de todo eso. No sé si hacen eso, intercambiar anécdotas, recordar. Yo (es raro, llevo varias frases leyendo mis palabras en voz alta mientras las escribo, y van a quedar grabadas en el cassette que te voy a mandar), yo lo recuerdo como un sueño, igual a la manera como recuerdo los sueños. Princesa Absoluto, si me estás escuchando, te quiero decir que está todo bien, lo recuerdo como un sueño, ¿entendés? está todo bien. Y te quiero pedir perdón, pero no, creo que si voy a decirte esto (Dr. Jukebox, acabo de parar la grabadora, ahora sólo te escribo, a vos, espero que me puedas entender: cuando vuelva a prender la grabadora, voy a dejar de transcribir lo que voy diciendo, y le voy a hablar a la Princesa. No sé si vas a escucharlo o no, preferiría que no lo hagas, pero también veo natural que escuches. 

Todo como un sueño, eh, igualito a un sueño.

Doctor, siempre fue un placer, a pesar de los errores. "...a la indestructible fuerza del Amor, cuyo semblante divino es la belleza del Todo, bajo cuyas alas existo, en cuyo nombre yerro..." Lo sigo recitando entero cada mañana. Hoy lo hice bajo la lluvia. Sigo creyendo en cada palabra, en cada letra. Espero que ustedes también.

Con el amor de antes,
Duque de Windsurf