—La primera historia me pasó en el verano de 1994 o
noventa y cinco, en un viaje en auto por el sur. Yo estaba en la tercera fila de
nuestro Peugeot 505, escuchando música en el walkman de mi hermano. Estaba
escuchando un cassette que tenía el Nirvana Incesticide
entero y después varias canciones sueltas de otros CDs. En esa época estaba
todavía empezando a manejar el cassette, había grabado sólo un par de cosas con
la ayuda de mi hermano. Me quedé dormido con la música puesta y me desperté un
tiempo más tarde con la música todavía sonando. En el auto todos dormían,
excepto mi vieja que le daba charla a mi viejo, en lo que en esa época me
parecía el otro extremo de un planeta mediano. Ellos se habían recién enterado de
que mi tío tenía leucemia y, si bien yo en el momento no entendía mucho,
recuerdo bien el ambiente triste y tenso. Creo que el recorrido que estábamos
haciendo tenía algo que ver con eso, como si estuviéramos volviendo a Bariloche
para estar más en contacto, o algo por el estilo.
—Me parecía rara la música que sonaba, no sabía qué era, estaba bastante seguro de que no lo habíamos grabado nosotros,
pero quizá tampoco conocía todas las canciones del cassette muy bien. Después de esa canción
vino otra, y después varias más, cuatro canciones, ponele. Me parecía raro lo
que estaba pasando, pero ahora supongo que el funcionamiento del cassette era
todavía un poco misterioso para mí, no me pareció imposible, sólo inexplicable. Escuché varias canciones más, estudiando el aparato por
fuera, sin tocar nada. Tuve una idea que me pareció brillante, que fuera la
radio. Pero se veía claramente que la perilla estaba en cassette, no en radio.
Lo puse en radio y cambió la música, agregada al típico sonido de interferencia
que ya relacionaba con la radio. Volví a cassette, apreté play, y volvió la
música misteriosa. Escuché un poco más y de repente la cinta se terminó y paró,
en la mitad de una canción. Rebobiné la cinta un poco y puse play, pero la
canción que sonaba era otra distinta, una de Aerosmith que yo había elegido. Me acuerdo de
eso, del sentimiento que me produjo reconocer la canción, como de volver a casa
un poco. Seguí jugando con la cinta, yendo para atrás y adelante y cambiando de
lado el cassette (que en ese walkman se cambiaba también con una perilla, no
había que hacerlo físicamente), pero nunca volví a encontrar la música que
había escuchado. Lo desperté a mi hermano para contárselo y me dijo que
seguramente habría sido la radio, o algunas canciones del disco de Nirvana que
quizá era la primera vez que escuchaba. Nunca supe qué pasó ese día, y el
recuerdo de vez en cuando me volvía. Pero, es raro, cada vez que lo recordaba
(quizá también porque cada vez era más grande y entendía más), el recuerdo era
más nítido, y el sentido de imposibilidad y misterio se hacía más completo.
—Sobre todo, el recuerdo ese cobró importancia cuando
me pasó lo otro que te quería contar. Esta vez, fue con un CD la cosa. Cuando
tenía, no sé, trece, o algo así, se rompió el minicomponente Aiwa que había
heredado de mi hermano. Era uno de esos bien noventosos, gigantes, con la
estética futurista de esos años, no me acuerdo si tenía tres o cinco CDs. Tres,
sí, tenía tres. Era justo la época en que se estaban rompiendo todos, algo muy
particular que pasó con Aiwa alrededor del 2000, curiosamente, como si estuvieran
físicamente incapacitados para funcionar después de esa década. Se rompían
todos, a varios amigos les pasó lo mismo, dejaban de leer los discos. Cada vez
les costaba más y al final, nada. El mío lo tiré por la ventana al jardín, me
acuerdo, pero no le pasó nada, y lo terminé a palazos. Cuestión que fui al
Unicenter con mi viejo a comprar otro equipo. Yo quería reemplazarlo con otro
parecido o más grande. Uno que fuera enorme, que tuviera muchas luces, si podía
ser de cinco CDs, mejor. Pero mi viejo se copó con uno bien finito, marca Teac,
que se enganchaba en la pared. "Esta era la marca de magnetófonos cuando yo era chico", me acuerdo que
me decía. Me convenció de comprarlo, yo no estaba tan seguro, pero él había
estado toda la mañana diciéndome que esos equipos enormes eran una estupidez, y
el Teac ese era medio lindo, y tenía despertador. Creo que me convenció lo del
despertador. Cada noche elegía un disco y a la mañana escuchaba un par de temas
en la cama, después me iba a duchar y dejaba la música puesta, para seguir
escuchando mientras me cambiaba. Lo que hacía el despertador ese era empezar
bien bajito e ir subiendo el volumen gradualmente, hasta que yo me despertara y
lo bajara con el control remoto. Cuestión que un día, como siempre, me
despierto con la música, era un CD grabado de Moby, que me había copiado
de un amigo poco tiempo antes. Y ese
día, cuando se prendió el despertador, me fui directo a la ducha sin apagar la
función del volumen que iba subiendo. Era algo que me pasaba de vez en cuando, generalmente
porque estaba soñando algo muy lúcido y me iba a la ducha con la cabeza todavía
en eso, medio sonámbulo. Y recién cuando estaba en la ducha empezaba a escuchar
la música al mango y me daba cuenta, pero siempre había alguien en casa para
meterse en mi cuarto y apagarlo. Pero ese día nadie estaba bajando la música,
que estaba fuertísimo y se tenía que escuchar por toda la casa. Ahí en la ducha
no sabía qué pasaba, era imposible que no estuviera nadie en casa, un día de
semana antes del colegio, siempre estaban todos cambiándose y tomando el
desayuno, lo típico. Y yo estaba ahí encerrado en la ducha, y me tenía que
enjabonar el cuerpo y lavarme el pelo, y todo el tiempo me preguntaba "qué
carajo pasa", ¿viste? Y la música ahí, sonando al palo. Finalmente salgo
de la ducha, voy a mi cuarto, bajo el volumen de la música, veo que la hora es
la normal, y empiezo a dar vueltas por la casa. Pero fue rarísimo, porque no
sólo no había nadie, sino que las camas estaban sin deshacer, como si no
hubiera dormido nadie ahí. La noche anterior había sido medio pesada, porque yo
había tenido uno de los ataques de nervios que estaba teniendo en esa época. Ya
te conté todo eso una vez. Yo no sabía bien qué pensar. Busqué por toda la casa
alguna nota que me pudieran haber dejado, pero no encontré nada. El auto
tampoco estaba. El único que tenía celular en esa época era mi viejo, lo probé y estaba apagado.
—No fui al colegio. Estuve mucho tiempo desayunando
con la tele, esa tele extraña y medio desconocida del horario de colegio.
Después volví a mi cuarto y me pareció raro encontrar que la música seguía
sonando. Miré la hora y calculé que ya iba más de una hora, pero no llegaba a
72 minutos, que era el máximo de los CDs. Me puse a continuar un dibujo que
había empezado unos días antes, siempre pensando en qué podría haber pasado con
mi familia, estaba preocupado. Mientras pensaba seguí dibujando, y de repente me di cuenta de que la música no se había parado todavía. Ahora sí que iba más de 72 minutos, ochentipico tenía que ser.
Era rarísimo. Me aseguré de que fuera el disco, que se veía girando en
vertical, a través de un plástico transparente, en el equipo que estaba colgado
en la pared cerca del escritorio. Rarísimo. Ahí me acordé de lo otro que te
conté, lo del walkman, no sabía qué pensar. Me quedé sentado en el escritorio
así, pensando en qué mierda podía estar pasando, mientras la música seguía y
seguía, 90 minutos, cien, ciento diez. Siempre con temas de Moby,
algunos que conocía y otros que no. Me empecé a marear un toque y me tiré en la
cama. La música seguía. Un poco después me quedé dormido.
—Me desperté re tarde, como al mediodía. Me pasó eso
de que al principio no sentís nada raro y de repente te acordás de lo que pasó antes
y vuelve todo de golpe, me anclé de repente en mi realidad emocional anterior:
mucha incomprensión, algo de miedo, un toque de medio desesperación, no sé. El
CD se había parado, al fin. En la pantalla del equipo decía que el disco tenía
71 minutos y no me acuerdo si diecinueve o veinte canciones.
—Salí al pasillo y escuché ruidos abajo. Bajé en
silencio las escaleras, me asomé, y vi a mi vieja en la cocina, haciendo cosas,
muy normal todo. Y, no sé por qué, volví a mi cuarto sin decirle ni preguntarle
nada. No me importaba que supiera que había faltado, que estaba en casa, pero
no sé, con todo lo que había pasado, y después de verla así de lo más normal en
la cocina, no tenía ganas de verla, de hablar con ella. Me quedé todo el día en
el cuarto. Terminé el dibujo, leí, dormí más, fumé unos puchos en la ventana,
escribí algo.
—¿Qué escribiste, te acordás?
—No, no sé. No era nada que ver con eso que había
pasado, un poema típico de esa época. No importa eso. Me quedé en mi cuarto, y
no bajé hasta la tarde. Los demás fueron llegando, mi viejo el último, y todos
actuaban como si nada. Fue rarísimo. Bueno, como si nada no, porque la noche
anterior había pasado eso, y a mí me tenían como de delicado, no mimado, pero
se notaba el protagonismo. Obvio que el disco nunca más volvió a sonar así de
largo, que era imposible, tenía lo que mostraba en la pantalla, 71 minutos.
—Y ahora te puedo contar lo que me pasó ayer...
—Pará,
disculpame, eh. ¿Tenés el dibujo que hiciste ese día?
—Hmm,
no sé. En algún lado tiene que estar.
—¿Te
acordás cómo era?
—No
sé, lo voy a buscar. Si lo encuentro te lo traigo. Pero dejame contarte lo de
ayer, todo eso era para que entiendas mejor. Porque me volvió a pasar, pero
esta vez con un vinilo.
—¿Qué te volvió a pasar?
—Lo de la música eterna, el disco imposible. Mirá,
te lo cuento. Fue ayer, eh. Se había quedado a dormir Débora.
—¿Cómo va todo con Débora?
—Y, más o menos. Bien no. Tampoco mal, no sé. Esa
noche fue un típico ejemplo. Todo bien, no sé, vino a casa, comimos, charlamos
algo, nos acostamos.
—¿Sexo?
—Nada. No, olvidate. Y hay siempre como esta tensión
viste, pero es de tedio, de falta de no sé qué. Unos silencios tenemos. No
sabés. Y esa noche, en la cama, yo algo le dije. Como decíamos el otro día con
vos, que no sé qué sentido tiene. Y cuando me desperté ella no estaba. Se había
ido, re temprano, sin decirme nada. Primera vez. Yo tampoco me calenté, todo es
por algo. De hecho hubo algún tipo de alivio, tener toda la mañana para mí.
Pero también me quería matar, no sé. Esa mina. Entonces, tirado ahí en la cama,
pensé, "voy a escuchar un vinilo". Y un segundo después pensé, "voy
a escuchar el de Leonard Cohen."
—¿Cuál?
—Songs of Love
and Hate.
—Fuerte.
—Sí, estaba medio en esa. Y lo pongo, y después de
la canción "Diamonds in the Mine", la última del primer lado, el
disco sigue sonando. Con la misma música del disco, las canciones que siguen en
el segundo lado. Pero sin dar vuelta el disco, ¿entendés? Cuando me di cuenta
me quedé mirando la púa, que estaba fija en el mismo lugar, con el disco
girando y reproduciendo toda esa música, ¡pero con la púa en el mismo lugar!
—...
—Sí, ya sé, no digas nada. Ya sé que es imposible,
que todas estas cosas me las tengo que haber imaginado, que estoy re limado.
Pero por eso te lo cuento, necesito que me digas qué hacer con todo eso. Quizá
fueron sueños, las tres historias me pasaron cerca de las horas de sueño, no
sé. Pero sé que no lo soñé, lo de ayer estoy seguro. Lo re pensaba, "tengo
que estar soñando", pero era imposible. ¿No se te ocurre nada? Alguna cosa psicológica. Tiene que haber una explicación.
—¿Y no te acordás de los sueños?
—No, nada.
—No, nada.
—¿De
ninguno de los tres? ¿El de ayer tampoco?
—No, si te digo te miento.
—Decí, decí.
1 comentario:
Muy bueno.
En mi cerebro se disparó el recuerdo de la serie que veía de pendejo, Eerie Indiana.
Por lo noventoso y el misterio supongo.
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