El siguiente es un texto que escribí para Notes on a novel (that I am not going to write), or the swimming pool, or the hair, the herb and the bread or the tomato plant, un proyecto de creación grupal ideado por Irene Solà en el marco de las becas de Barcelona Producció, La Capella (Ajuntament de Barcelona).
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1.
Estás bajo mi hechizo. Te convertirás en un
mar tan ancho que nadie podrá cruzarlo, salvo el pájaro en vuelo.
La Madre Pluma, una gigante columna de magma inusualmente
infernal recorre Laurasia, el inmenso supercontinente conformado por Laurentia y
Eurasia. Magma de baja densidad y altísima temperatura se eleva por este
conducto de 3000 km con irrefutable autoridad. Su destino es la superficie del
planeta y nada puede interponerse en su camino. El aire suave y el cielo azul esperan
calmos sin saberlo a los calientes gases y las espesas nubes de ceniza. La
generación de nuevas cortezas terrestres, de nuevas cadenas montañosas para
soportar con tranquilidad el peso de un océano, o de nuevos suelos que
sostengan el andar de los pequeños mamíferos, que den cobijo a las criaturas
nocturnas y un descanso a las grandes aves de rapiña, será el producto de este
largo ciclo de convección. Así fue dado el hechizo y les aseguro, queridas
amigas, que nada de esto era evitable.
La Madre Pluma, una gigante columna de roca
fundida recorre el hemisferio, queridos míos, y transforma a su paso la
superficie de un continente que también se mueve, que flota y se desplaza según
establecen los hechizos. Desde los mares del Ártico, que se mecen y arremolinan
gélidos hoy cerca del eje de la Tierra, durante un recorrido de 60 millones de
años a finales de la era mezozoica, la Madre Pluma recorre el norte de algo que
aún puede llamarse Pangea hacia el Sureste, descargando estallido tras estallido,
derrame tras derrame, efusión tras efusión, su néctar rocoso. Así fue, hijas
mías, que se elevaron los picos subacuáticos de Alpha, bajo la cuenca amerasiana
que hoy yace en los extremos polares del Norte, tal como había sido destinado desde
las profundidades del manto para la Madre Pluma, un túnel de 10 km de diámetro
que se abre directamente al interior del planeta en estado de ebullición y se
traslada coloso por el hemisferio. ¡Es feroz su andar, hijas mías! ¡Es
vehemente y veloz! ¡Pasa rauda por las islas Ellesmere y Baffin, creando y expandiéndolas
a una vez, y a buen ritmo atraviesa los subterráneos de Groenlandia! ¡Todo lo
modifica a su paso! ¡Así es el organismo planetario! ¡Así se mueve, mis
criaturas, la pluma mantélica! De punta a punta recorre Groenlandia sin cuidado
en unos 50 millones de años, al comienzo del Cenozoico, para llegar con
paciencia a su ubicación actual, precisamente en el límite entre las placas de
Norteamérica y Eurasia, cuando allí no había mar sino el centro de un gran
continente. Entonces elaboró un extenso territorio, la Provincia Ígnea del
Atlántico Norte, cuyos fragmentos se encuentran ahora dispersos y en ruinas por
las bravas costas del gélido mar.
Es que las cortezas terrestres de Laurentia y
Eurasia, queridos hijos, cuyo destino inalterable en diversas ocasiones había
sido el de unión y común prosperidad, aquellas cuya sumatoria fue durante 100
millones de años la mitad de un único continente que equivalía al mundo sobre
el mar, cuyo destino parecía ser uno y el mismo, no estaban dadas a permanecer
juntas después de este punto. ¡Los días de Pangea estaban contados! ¡El hechizo
así progresaba! ¡No hay arena sin transformación! ¡Laurasia era un continente
con un principio y un fin, mis amigas, tal como siempre fue dado todo lo que
nos fue dado! Con el llegar de la Madre Pluma, resuelta en elevar las
temperaturas, ablandar los materiales y disolver las uniones, la separación de
las placas era inminente. La Provincia Ígnea, cuyos vestigios ahora extienden
sus apartados dedos por el norte de Irlanda, Escocia, Groenlandia, incontables
islas y ruinas como piedras arrojadas en la playa y olvidadas, comenzó entonces
el camino de la disolución. Nuevas erupciones debían tomar el sitio de las
anteriores, nuevas expulsiones del interior del planeta debían reciclar las superficies
en apariencia tan incólumes, tal como lo quiso el organismo, hijas mías, tal
como pudo o quiso. ¡Si aún faltaba expulsar 200 mil kilómetros cúbicos de lava,
en un período de tan sólo 15 millones de años!
Todo se separa, la transformación es ubicua,
el hechizo es múltiple y es uno. El organismo puso un pelo en la tierra y dijo
“Estás bajo mi hechizo”, y desencadenó como lo había hecho continuamente y como
lo sigue haciendo, la deriva continental, el suave flotar de las cortezas
terrestres sobre un manto líquido. Grietas se abrieron en la tierra, violentas
sacudidas y estallidos que se mostraban
implacables con las frágiles vidas que antes había soportado con clemencia y
rocosa parsimonia. ¡No hay hogar en la tierra que no desvanezca, que no se desplome,
mis criaturas, junto con sus contenidos y los contenidos de sus contenidos, y
que a su vez no arrase con todo aquello que se interponga en su camino hacia la
ruina! ¡No hay energía por fuera del hechizo! La roca bajo nuestras patas, que
juzgáis tan eterna, fluye como el río, es tan efímera como la hierba que crece
sobre ella y nos alimenta!
Las dos placas, como dos salvavidas que antes
flotaban juntos, unidos por las manos de dos náufragos a la deriva que templaban
los delirios del hambre y la sed y el continuo horizonte marino con mutuas
palabras de aliento y coraje y que finalmente, con el llegar de un nuevo
amanecer, dejaban por completo de respirar para deslizarse reticentes a la
nada, disolviendo con su último pulso el apretón de manos que los había
acompañado por las bravas olas de altamar, comenzaron a separarse ahora, con la
llegada de la Madre Pluma. El hechizo disponía que sus direcciones fueran las
opuestas, como dos hermanos que durante toda la infancia fueron inseparables y
que luego muy estoicos y con poca ceremonia se marchan cada uno hacia su
destino orgulloso en barcos separados y que los mares comiencen a mediar entre
ellos. ¡Adiós Laurasia! ¡Que descanse en paz Pangea! ¡Bienvenido el Atlántico
Norte! ¡El enfrentamiento entre Eurasia y Norteamérica nos espera! Mira esa
ballena, asomándose con dulzura a la superficie de su hogar. Esa criatura no
existía, nadie de su familia y linaje. ¡Este océano no existía! Desde el golfo
de Alaska hasta el mar de Ojotsk no había separación alguna, y los ancestros de
vuestros ancestros correteaban con sus diminutas patitas por un territorio que
todo lo englobaba.
La Dorsal Mesoatlántica, una larga y profunda
cicatriz, recorre el fondo del mar de punta a punta, una grieta que no se
cierra, una ardiente abertura hacia el líquido interior, hacia aquello que todo
lo sostiene. La presión de millones y millones de toneladas de nuestro planeta
no son nada para el manto de roca viscosa. Allí el hechizo dispone. Allí labra
el hechizo, expulsando por el fondo del mar nuevas lavas, creando enormes
valles, montañas y quebradas subacuáticas que algún día, posiblemente, tras
nuevos hechizos, tras incontables movimientos, se encuentren bajo las
cambiantes nubes, elevándose sobre alguna inmensa explanada, bajo intermitentes
lluvias que recorren y recortan sus lomadas en sanos ríos. Y los continentes se
desplazan. Unos centímetros al año, Norteamérica y Eurasia se alejan, el
Atlántico Norte crece, progresa, saluda con gracia a los nautas de altamar. Así
lo dispuso el hechizo, y sólo un pájaro en vuelo puede cruzarlo.
Fragmentos enteros del continente se
desploman y caen al fondo del mar. Extenuantes terremotos y volcanes acompañan
el proceso de destrucción y desmembramiento, y en los otros extremos de las
placas, procesos de subducción y orogenia se expresan como consecuencias
inevitables de la separación. ¡Oh los incontables terremotos y tsunamis en las
costas del Pacífico! ¡Oh los majestuosos picos del Himalaya y los Alpes! Las
construcciones más sublimes son producto de la destrucción, tal como dispuso el
hechizo. ¡Si tan sólo los tiempos no fueran tan cortos! ¡Cómo cambia el
planeta, en poco más que 60 millones de años! El Océano Atlántico, mis
queridas, hogar de monstruos y marineros, templo azul de nadadores, es poco más
que un becerro indefenso en el devenir de los hechizos, efímero y circunstancial.
Un pelo y un hechizo pueden transformarlo todo otra vez, y lo harán.
2.
Estás bajo mi
hechizo. Te convertirás en un fuego tan grande que nadie podrá cruzarlo, salvo
el pájaro en vuelo.
Por todo el fondo del mar la Dorsal
Mesoatlántica, aquella rugosa costura de placas tectónicas, se agita en
constante actividad. Terremotos y expulsiones violentas de lava se ven
sofocadas y silenciadas por kilómetros verticales de agua salada. Una cadena
montañosa se forma al compás de los milenios, elaborando un dramático paisaje
submarino que recorre sinuoso el planeta de Sur a Norte, trazando una simétrica
lomada por la mitad precisa del océano. Pero allí donde la Dorsal se encuentra
con la Madre Pluma, allí donde el hechizo dispuso el vínculo y la sumatoria de
cargas, allí pasa a épica la expulsión, mis cachorros. Sólo allí, tras 40
millones de años de separación continental y apilamiento de lava, capa tras
capa de basalto submarino, logra asomarse la Dorsal Mesoatlántica al aire
libre.
La roca fundida quiere ver la luz, su destino
es la solidez terrestre, la capa superior, la exposición al ozono. El viaje de
la roca es permanente. Nada detiene su paso por el ciclo del hechizo. Y luego,
hijos míos, vuelve al interior del planeta, como una semilla que crece y muere
y vuelve a la tierra, descartada y enriquecida a su vez. La Madre Pluma es el
corredor por el cual el magma se desplaza hacia el mundo superior. La Madre
Pluma lo contiene y lo promueve. Es su límite y su tracción. La expulsión de
nueva materia es obra suya, y su obra es acción del hechizo.
¡Oh, el éxtasis! ¡Queridos primos y nietos,
los estallidos! ¡En este planeta de fuegos, chispas y explosiones, nada hay
como las emisiones de lava! ¡Magmas máficos, derretidos a temperaturas mayores
de 1100 grados en las profundidades insondables del manto se elevan por las
fisuras produciendo oleadas de basalto sobre la superficie de la tierra, o se
detiene en el interior de la corteza y endurece formando rocas intrusivas de
dolerita en la parte superior de la corteza, y de gabro en la parte inferior!
¡Magmas félsicos, fundidos en los reservorios de menor profundidad, a
temperaturas que apenas logran superar los 900 grados, se exaltan también por
las ranuras de la tierra y forman rocas extrusivas de dacita y riolita al ganar
la superficie, y una hermosa variedad de granitos en las diversas alturas de la
corteza subterránea, dependiendo de la temperatura en la que endurecen! ¿No es
apabullante la variedad? ¿Sigue siendo acaso un misterio el misterio de la
personalidad? ¿Os asusta, cachorritos, la ramificación del hechizo? No hay dos
vacas iguales, no hay mugido que se repita, cada piedra, cada árbol y cada hoja
de hierba son palabras únicas en el prolongado hechizo. Y os diré algo más: no
hay dos hechizos iguales. ¡Los hechizos se suplantan y contradicen, se
entrelazan y modifican continuamente, y no se sabe dónde comienza uno y acaba
el otro!
A todo lo largo de la fosa tectónica se
exhibe una cadena de violentas erupciones, y en líneas paralelas que la
acompañan hay también fisuras que se abren hacia el interior, conectadas ora a
pequeñas cámaras de magma que yacen contenidas como burbujas en la corteza, ora
a los extensísimos reservorios de mayor profundidad, donde no hay solidez que
se mantenga y cada piedra es una gota en un inmenso y redondo y viscoso mar
ígneo que es la astenosfera. La deriva continental es el agente de constante
recambio, la Madre Pluma el combustible que lo acelera y enaltece. Las placas siguen
separándose, flotando en direcciones opuestas, y los flujos de magma se elevan
de la fuente inagotable que es el interior del planeta, causando violentos
estallidos en la superficie. ¡El hechizo así lo dispuso! ¡No hay superficie sin
ardor! ¡No hay sólido sin fragua! ¡Y si una criatura debe morir bajo una manta
de ceniza ardiente, que así sea!
Erupciones efusivas, suaves derrames de magma
que rebasan los límites de las cámaras y fisuras y se extienden ardientes por
la superficie del planeta, apilan kilómetros cúbicos de materia rocosa y
generan nuevos y mayores territorios. La tierra emana su contenido como si
fuera leche hirviente apurada por surgir de una gran ubre. Las lavas máficas,
de menor viscosidad, forman capas finas que se extienden por grandes áreas,
mientras que las más viscosas lavas félsicas crean pequeños domos de mayor
elevación sobre superficies más pequeñas. ¡Y las temperaturas! ¡El ardor! ¡El
incendio! Este planeta de hechizos no nos prepara para enfrentar sus
calamidades, la violencia de sus aberturas, el descontrol de las grietas hacia
su ardiente interior! ¡Amigas, más de una de ustedes morirá bajo sus fuegos!
¡Las erupciones sepultan! ¡Magnánimo volcán, avasallador agente del infierno,
somos indefensas criaturas en tus colinas! ¡Caminamos sobre tus expulsiones,
nuestro hogar, y quedamos expuestas a tu clemencia en futuras expulsiones! Así
lo dispuso el hechizo, así lo quiso el organismo como pudo.
¡Hablemos de erupciones explosivas! ¡Oh,
cuando el magma se fragmenta por las violentas ebulliciones en la parte
superior del conducto volcánico! Gases disueltos, hijas mías, al escaparse de
la roca fundida cuando hierve, crean erupciones magmáticas que se vuelven
ferocísimas cuando el magma es félsico. Su mayor viscosidad y contenido gaseoso
garantiza una inenarrable acumulación de presiones internas, y la calamidad
entonces es inminente. ¡Oh volcán, tus estallidos! ¡Oh volcán, tus erupciones
hidromagmáticas, cuando el magma entra en contacto con un cuerpo de agua y lo
transforma de forma instantánea en un exaltado estallido de vapor furioso y
lava inclemente!
¡Oh los bosques en llamas! ¡Oh los extensos
incendios, de horizonte a horizonte! ¡Oh los ecosistemas enteros avasallados,
expulsados de toda forma de expresión vital! ¡Oh las sepulturas de ceniza! ¡Los
instantes guardados en el tiempo! ¡El devenir del hechizo! ¡La transformación
de los elementos: aire, agua, tierra, fuego! ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Oh, fuego! ¡Fuego
nuestro! ¡Hondos volcanes! ¡Profundos conductos! ¡Voces de lo insondable!
¡Feroces comunicadores! ¡Somos motas de polvo indefenso en tus laderas!
¡Habitamos tu corteza sin opción, dispuestas al devenir del hechizo! ¡El
organismo puso un pelo en la tierra y dijo “Estás bajo mi hechizo”, sembrando
incendios y cosechando lava férrea, y nosotras no somos quiénes para cuestionar
o siquiera comprenderlo! ¡Si al menos fuéramos como el ave, que con gran
descuido sobrevuela los caminos más infranqueables! ¡La serpiente emplumada,
que serenamente se despega a su antojo del cuero de la tierra! ¡Oh instrumento
alado, oh tracción etérea, oh persistente dinosaurio! ¿Cuántos hechizos más te
pasarán por debajo? ¿Cuántas veces serás testigo de las transformaciones más
calamitosas en la superficie de la tierra? ¿Acaso no significan nada para ti
las extinciones masivas, los terremotos, los incendios, las explosiones? ¿Es
tan despreocupada tu existencia, es tan favorecido tu hechizo? ¡Cuéntame de tus
penurias, dame noticia de tus desafíos y desventuras! ¡Compañera de los aires, presta
oído a mis bramidos, alíviame de esta envidia infértil!
3
Estás bajo mi
hechizo. Te convertirás en una montaña tan alta que nadie podrá cruzarla, salvo
el pájaro en vuelo.
¿Qué hay de las alturas que cubre los
extensos territorios hasta el horizonte con un velo de grandeza y ensueño, un
dramatismo y una añoranza que se posan agitados sobre la mirada de quienes
franquean sus peldaños y logran asir sus elevados territorios? Si en nuestro
interior se alza una cadena montañosa, debe ser ahí donde acudimos para tramar
nuestros mayores logros, para desentrañar los misteriosos hechizos de nuestro
planeta, y para sentir el pulso del organismo guiando la transformación de los
elementos! Allí donde el aire se afina, donde se expresa un poco más claramente
el límite del ozono y se desfigura en algo la piel etérea de nuestro planeta, entre
los picos nevados y el vuelo del águila, allí, hijas mías, el cosmos se percibe
con mayor facilidad.
¡Oh, el Mioceno! ¡Si se vieron montañas
elevarse! ¡Si se apilaron materiales en vertical de forma impetuosa! ¡Nuevos
hogares! ¡Nuevos muros y desafíos, nuevos templos para exhibir el abanico de elevaciones
territoriales! ¡Venerable orogenia, tus poderes! ¡Con qué pompa gesticulan los hechizos!
¡Oh, criaturas, no hay nada como la colisión de dos cortezas terrestres, cuando
dos inmedibles fuerzas opuestas colaboran en los pliegos y apilamientos más
dramáticos! ¡Y en el medio del Atlántico, entre las dos placas tectónicas y sus
opuestas derivas, surgiendo del abismo de esa grieta, sobre el ardor de la
Madre Pluma, se desata el más pletórico de los volcanismos! ¡La abundancia, el
despilfarro magmático! ¡La variedad de conos, de cráteres y calderas, de largas
lomadas acumulativas, de domos y mesetas y estratificaciones! ¡Por mis cuernos,
qué veloz transformación! ¡Pensar que hace sólo 20 millones de años esta isla no
había llegado al nivel del mar, y que todavía faltaban unas 4 millones de
erupciones! A veces, cuando camino por estos elevados campos de lava y siento
el tic-tac de mis pezuñas sobre el opaco basalto y veo las rugosas llanuras
plegar y desplegarse hacia el horizonte difuminado, pienso que es todo un sueño
y que nuestros hechizos no tienen más peso que una piedra pómez, una nube que
se desplaza por el viento ondulado.
Siguiendo el eje Suroeste-Noreste, marcado
por la Dorsal Mesoatlántica, el material se acumula formando toda suerte de
riscos bruscamente paralelos que se desplazan ora hacia Noroeste ora hacia
Sureste, según de qué lado de la dorsal hayan aterrizado. Así el volcanismo se
renueva y se elevan estas oníricas montañas. Las estructuras varían según el
tipo de magma expulsado, el comportamiento del volcán y la forma de su conducto,
¡y qué inmensa variedad arquitectónica generan estos factores! ¡Tenemos a
Krafla y Torfajökull, dos gigantes calderas formadas tras colapsar los techos
de sus cámaras al vaciarse de magma! ¡ Hrómundartindur, un estratovolcán formado por el apilamiento de lava y
ceniza tras un largo ciclo de erupciones explosivas! ¡Hekla, aquella escalofriante
fisura que vista desde el Suroeste o el Noreste parece un cono, pero desde los
demás ángulos una larga cadena montañosa, y cuyas erupciones forman auténticas
cortinas de fuego al brotar de esta rajadura de 5 km de largo! ¡Askja, un gran
volcán en escudo, formado tras sucesivas erupciones fluidas, y Hofsjökull, algo
parecido pero bajo un glaciar!
¡Oh hechizos, las glaciaciones! ¡Hechizo de
frío! ¡Hechizo de frío y sequía! ¿Cuán bajo puede llegar el nivel del mar, para
acumular los recursos acuíferos en grandes bloques de hielo glacial? ¡Oh
cíclica heladera! ¡Oh milenarias estaciones! El invierno geológico nos espera
inclemente, cada 100 o 200 mil años, para transformar este planeta en un
calamitoso desierto de glaciares! ¡Y pensar que antes del Pleistoceno era
inconcebible tanto frío! ¡Cómo nos acostumbramos al arrebato de las expansiones
polares, agresivos avances congelados que todo lo modifican, ríos de hielo que
escarban la tierra, que despedazan la roca formando valles y fiordos! ¡Todo lo
transforman a su paso, amigos, todo menos la actividad de los volcanes! Bajo
miles de metros de sólido glaciar, el magma continúa su expulsión indiferente,
derritiendo progresivamente el hielo y acumulando la lava en prolijas pilas
escondidas, entrando luego en una fase de feroces explosiones hidromagmáticas
si el volcán continúa, depositando capas de caótico piroclasto sobre las pilas
de lava, socavando sucesivamente el hielo de la superficie si la actividad
volcánica es persistente, para lograr al fin una meseta de basalto a ras del
glaciar, bajo el aire frío y seco y casi inmóvil.
Tengo una noticia, mis becerros: esta montaña
no es para siempre. Se pondrán nuevos pelos en la tierra y se dirá “Estás bajo
mi hechizo” y se desencadenarán nuevas incontables transformaciones. ¡Alegría,
cachorritos! ¿Os imagináis las futuras glaciaciones? En tan sólo 100 mil años cualquier
cosa puede desencadenarse, y el organismo dirá “Adaptaros, cachorritos, o
feneced”. Nada de esto es grave, y nada de hecho es final. Los hechizos se
entrecruzan y se contradicen. Se alimentan, se suman y encadenan. Se amalgaman
y se amoldan y se distorsionan. ¡Los mismos hechizos se transforman! ¡Surgen
como géiseres de la tierra y se disuelven en el manto atmosférico! ¿Habéis
visto la aurora boreal? Encantador hechizo solar, brillante interacción de
organismos, de radiaciones y magnetismos. ¿Qué espectáculos nos esperan? ¿Qué
hilo de modificaciones brotará de las pasadas alteraciones, para establecer a
su vez un nuevo conjunto de condiciones? ¡Hechizos y hechizos de hechizos por
doquier! Alrededor del siglo X, alzas en la temperatura mundial debido a
variaciones en la radiación solar promovieron la actividad vikinga en el
Atlántico Norte. ¡Fue por esos años que se asentaron en este improbable oasis
volcánico de altamar! Durante unos siglos, todo lo poblaban y conquistaban
feroces. ¡Incluso se afincaron en Groenlandia! Pero ese calor era efímero, mis
criaturas. ¡Por mis cuernos si lo era! ¡Aquí todo son ciclos! ¡Crestas y valles
de la onda de algún hechizo! ¡Son palabras de un largo poema épico que es el
cosmos! ¿Pensáis que me pongo meloso? ¡Deberíais ver el cosmos! ¡Allí sí que
hay hechizos! ¡Allí sí que hay gigantes, fantasmas y encantamientos de todo
tipo! ¡O de lo contrario el microcosmos! ¡Una gota de sangre contiene tantos
misterios como la Vía Láctea! ¡Todo está por descubrir! ¡Todo puede ser
relatado! ¿No os da eso una función? ¿Pensáis que no tenéis rol en en esta
inabarcable red de aniquilaciones y nacimientos y transformaciones? El relato
socava el sufrimiento, agrega un eslabón a la cadena de interpretaciones. ¡Iros
ya, hijas mías! ¡Juntad partes de la historia! ¡Buscad testigos de algún
hechizo!
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