lunes, 10 de mayo de 2021

Fuego chico


—¡Y movía la patita así, y era desopilante porque el disfracito le quedaba perfec y parecía literal un granjero sosteniendo un bieldo, pero el michi no tenía idea!
            De las historias de animales quemados y perdidos habían pasado a historias de gatitos y algo del drama y el horror vividos tan intensamente esos días quedó como diluido o en suspensión esa noche en el campamento. El fuego iluminaba únicamente los cipreses y radales verdes de ahí mismo, y para el círculo de brigadistas junto al fogón, donde el fuerte cansancio de los cuerpos gastados se mezclaba dulcemente con el sueño ya tan cercano, y donde las tiernas anécdotas y el whisky Criadores armaban como un teatrito frente al mundo que lo volvía menos atroz y desconcertante, fue como si no existiera el bosque quemado que se extendía por kilómetros y kilómetros al sur. Las demás compañeras, al abrigo de las carpas o apiñadas a la intemperie en alguna pampita plana que invitaba al bivac, ya saboreaban ese breve pero indispensable descanso y confirmaban la tonta sospecha de que el universo era peludito y amoroso, ilusión que cada tanto se rompía cuando alguna despertaba de una pesadilla. Un grupito de compas más chicas que compartían carpa y andaban todo el día juntas a los mimos se despidieron del grupo con palabras lindas y esperanzadoras, y al alejarse comenzaron a tararear un reggaetón suavemente que se difuminaba con ellas en la oscuridad que separaba su carpa del fogón. Para Millalén ese corito melancólico se convirtió en el mundo y pensó en su gatita y la extrañó hasta casi ahogarse.
            —Yo hace un tiempo perdí a mi gatita. Desapareció de la chacra un día y no volvió más.
        Normalmente habría tenido muchísima dificultad para hablar en grandes grupos y conectar con personas desconocidas, y sin embargo, hoy había estado conversando todo el día mientras caminaban por la montaña haciendo la labor de guardia de ceniza. Pero esta sensación de plenitud le incomodaba mucho por su vínculo inseparable con semejante catástrofe. Le daba culpa que hubieran tenido que incendiarse diez mil hectáreas de bosque nativo para que se formara la Red de Brigadistas Lesbianas y así encontrar un lugar de pertenencia. Mientras hablaba, tenía pequeños momentos solipsistas donde le resultaba totalmente increíble que estuviera rodeada de mujeres tan fuertes y hermosas que la escuchaban en silencio y con interés.
        —Cuando llevaba como cinco días sin verla y me empecé a preocupar publiqué en el grupo de whatsapp del paraje una foto así con el aviso, y al rato me contestó una persona, pero estaba medio lejos, ¿viste? En un callejón que está como a más de cinco kilómetros de casa. Me dijo que hace cuatro o cinco días que venía apareciendo un gato medio flaco, medio desmejorado, y que le habían estado dando de comer, un gatito gris plateado así como era ella. Y al toque me manda una foto porque justo había pasado a comer y era el mismo tipo de gato, esos grises con la pancita blanca, medio monteses, peluditos, es la raza esa Maine Coon, ¿viste? Pero mi primera impresión fue que no era. No me pareció ella. Entonces le digo “Bueno puede ser, no sé si es ella,” y el chaboncito me dice así muy tranca “Bueno no te preocupes, cuando vuelva a aparecer trato de sacarle una foto mejor,” porque era medio chota la foto, y como decía que estaba apareciendo todos los días para comer ahí como que me tranquilizó. Pero después me pasé toda la tarde mirando esa foto y cada vez se parecía más a ella, y me empecé a sentir re mal por no haber ido a buscarla en el momento en que me la mandó. Así que al día siguiente volví a contactarme con el señor ese para ir a verla, pero no me contestaba y dije “Bueno me mando”. Pero tenía una referencia bastante amplia de un callejón largo entre dos subidas. Encima ahí no tenía señal así que ya no volví a poder comunicarme, ni sabía si iba a estar en casa ni nada. Pero bueno empecé a recorrer el callejón, llamándola, y viendo a ver si encontraba unos pinos que salían en la foto. La foto era ella en un pinar con toda la pinocha en el suelo, así que me puse a buscar los pinos y vi que no había tantos, había dos bosquecitos de pinos nomás ahí a la vista en todo el callejón, ¿viste? Cuando me acerqué a uno, empecé a mirar porque también había una manguera en la foto, con una canilla así medio improvisada con un palo. Entonces buscaba eso, y en un momentó veo una manguera, veo la canilla, y digo “¡Es acá!” Pero cuando miré bien la foto era otra manguera, era otro lugar. Así que ahí no era.
            —Entonces me fui para el otro bosquecito, que era en una chacra amplia así que se baja. El callejón estaba más alto y desde ahí se veían en la parte más baja de la chacra unos pinos. En una de las primeras casas hablé con una persona que me mandó para el fondo, así que me mandé directo a la casa con los pinos, pero no había nadie. Había unas chatas igual, y estuve ahí un rato aplaudiendo y eso pero no salió nadie, ¿viste? Y me acerqué a los pinos y encontré la manguera con la canilla, y lo confirmé con otra rerefencia que había, un palo que estaba ahí tirado que se veía en la foto, así que ya sabía que era ése el lugar. Todo el tiempo también llamando a la micha a ver si aparecía. Estuve ahí un rato recorriendo por ahí pero no apareció, y en la casa se ve que no había nadie. Me terminé metiendo más para el bosque, y llegué a una parte re linda, ya con bosque nativo, y una casita muy hermosa de barro, así con un techo vivo bien verde, y hablé con una señora ahí que me dijo “¡Ah sí, mi vecino la vio!” Y le fuimos a preguntar ahí al vecino, que vivía en otra casita de barro así, y el chango ese había visto, unos días antes, un gato gris “muy desmejorado” decía, muy flaco dijo que estaba y desmejorado. Y eso ya me parecía raro, que en tan pocos días se vuelva toda flaca y eso, porque ella se re maneja, son re cazadores y mil veces me fui de casa por varios días y está todo bien. Cuestión que volví para la otra casa y la seguí buscando ahí, y vuelta a aplaudir a ver si salía alguien, y cada vez me metía yo más para el terreno de esa casa, y para atrás por el bosque, donde volvía a empezar el bosque nativo, y era un bosque hermoso, totalmente hermoso. Eso todo se quemó.
            Una de las mujeres tuvo un calambre en la pierna y las demás se acercaron para asistirla. La acostaron en la tierra y la ayudaron con la elongación mientras le hacían masajes. El trabajo de guardia de ceniza era exigente por la cantidad de horas que debían pasar caminando por la montaña. Gracias a los brigadistas que habían venido de otras partes del país que ya fueron afectados por los incendios, habían podido implementar desde el inicio ciertas estrategias que reducían muchísimo el trabajo involucrado, pero aún así caminaban al menos veinte kilómetros por día. Lo fundamental era tener reservas de agua repartidos por el bosque para poder recargar sus mochilas hidrantes. Para esto habían traído lonas de plástico que colocaban en grandes huecos cavados en los arroyos, reforzando los bordes con piedras y troncos a modo de piletones. Uno de los trabajos principales consistía en localizar puntos calientes en el bosque, sitios donde el fuego ardía fuerte bajo la tierra y, mientras algunas desmontaban con machetes y motosierras la vegetación a su alrededor, otras hacían viajes de ida y vuelta a las reservas para rellenar las mochilas hidrantes, que se vaciaban en un tiempo irrisorio comparado con la la media hora o una hora que tardaban en hacer el recorrido a pie. Se sentían como hormigas en el bosque haciendo un gran esfuerzo por un bien que de tan mayor era casi incomprensible. Porque puntos calientes había miles, escondidos por el bosque inmenso, y nunca se sabía dónde iba a aparecer la llamarada. El fuego seguía vivo bajo la tierra, en ese otro bosque, una red inagotable de raíces y hongos y materia orgánica que ardía en la oscuridad y debía ser controlado para evitar la pérdida de muchas más hectáreas. Cuando la situación del calambre ya se había apaciguado, Millalén continuó su relato. Alguien había tirado unos palos al fuego que chisporroteaba al avivarse en medio del círculo.
            —En un momento aparecieron unos caballos que me dieron cierta sensación de estar llegando a una chacra, y un poco más adelante vi un gato negro recostado en un parche de sol que se filtaba por las copas bajas de unos ñires. Caminando un poco más llegué a un cerco de troncos que separaban el bosque de una pampita bellísima con distintas casitas y galpones de esas chacras que te dan la sensación de estar perdida en algún lugar remoto de la cordillera, con viejos pobladores que no deben saber ni quién es el presidente de la nación. Literal que me olvidaba que estaba al toque de casa y a pocos metros de la ruta. La casa principal de la chacra estaba bastante cerca de donde yo estaba, como que había llegado al terreno por atrás, y estaba tan llena de gatos a su alrededor y era tan linda la casita y tan de cuento que parecía una cabaña encantada de michis sacada de una película de Miyazaki. Yo no me animaba a cruzar el cerco pero me quedé ahí parada mirando los gatos y mirando especialmente a uno que se parecía mucho a la micha. Pero yo sabía que no era y la mini llamé pero ni se inmutaba así que sabía que no era. Y en un corte, cuando estaba a punto de empezar a aplaudir a ver si salía alguien, pude ver en la puerta una figura difuminada que apenas se recortaba en la oscuridad del umbral y que daba le sensación de haber estado ahí todo el rato. Dio un paso más para adelante y pude ver que era una señora, una vieja bah, que me miraba como sin entender de dónde había salido. Entonces medio gritando desde ahí le dije que andaba buscando a mi gata, que me habían dicho en las otras casas que habían visto a un gato gris por ahí, y le pregunté si la había visto. Ella se iba acercando pero muy de a poco, daba un paso y se frenaba, mientras yo alargaba y repetía mi discurso como para rellenar su silencio, señalando a cada rato al gatito gris para decir que era parecido a ése. Finalmente habló, diciendo que no había visto a mi gata, pero que me podía llevar alguno de los que ella tenía sin ningún problema, que me podía llevar ése. Ya estaba parada bastante más cerca mío, a unos pasitos nomás, y parecía que tenía como cien años, con todo un paisaje de arrugas en la cara y un vestido gris todo emparchado, con un delantal arriba que apenas se distinguía del vestido porque era todo del mismo tono de tela remil usada y refregada. Me preguntó de dónde había venido y le dije en realidad lo mismo que ya le había dicho, y era raro porque me hacía un gesto como que no entendía, como que no le cerraba geográficamente lo que le decía, hasta que finalmente le agradecí por todo y me fui por donde había venido.
            Alguien había armado un tabaco que circulaba con aire ceremonioso. Millalén le dio una pitada profunda y largó el humo lentamente por la boca, tragando sólo un poco de humo al final. A la segunda pitada tragó un poco más, y sintió cómo su cuerpo se relajaba y bajaba el ritmo de su corazón. Sus sentidos se agudizaron un poco, y pudo detectar en el aire fijo y mudo una especie de brisa húmeda que jamás había sentido en esos días tan secos.
            —Volví como encantada por ese bosque, y es loco pensarlo ahora porque todo eso se cagó quemando. Pasé por el gatito negro, por los caballitos, por esa parte sin tiempo de ñire y ciprés y de chinchín, radal, laura, maitén… Pero estaba triste por no haber encontrado a la micha y se me ocurrió volver a buscar ese gatito que me había ofrecido la anciana. Entonces encaré la vuelta pero esta parte es ridícula porque me perdí. Me recontra mil perdí y fue desesperante, porque pasaba por los mismos lugares, y caminé un montón, y no encontraba la chacra, y al final estaba tan desorientada que tampoco estaba segura de dónde había venido. Fue horrible. Y todo en un espacio que no podía ser muy grande, me veía desde arriba entre medio de los dos callejones, cerca de la ruta, y me sentía como una absurda total. Pero bueno no es la primera vez que me pierdo en el bosque y siempre al final viene ese alivio y esta vez fue uno de los caballos, que en un corte aparecieron, y después el mismo gatito negro, y la chacra. Y después la anciana, que me hizo pasar a la casita…
            Millalén tuvo un momento de duda en el que le pareció que había estado hablando por mil horas y que estaban todas aburridísimas. Miró a su alrededor y veía en su mayoría caras que la estaban mirando y sintió terror, y fue tan frágil el momento que saltó Evelin a decir que era increíble la historia, y que qué pasó después, y otras hicieron comentarios parecidos que le dieron más confianza para encarar el final.
         —La casa por dentro era tremenda. Era un rancho de palos y barro, super bien hecha, y calentita. Tenía por todos lados plantas colgadas para secar. Malva, llantén, hipéricum, melisa, paramela, palopiche, carqueja, nalca, pañil, tabaco… Era hermoso y un poco tétrico, no sé. Se parecía a tu casa pero por mil, —dijo mirando a Uma.
        —Y tenía estantes y estantes con frascos llenos y vacíos con cosas de mil colores, y latas viejas de galletitas y botellones como de damajuana y frascos grandes de los de aceituna, cualquier tipo de envase que se te ocurra con líquidos espesos o formas indescriptibles en salmueras turbias. Y secaderos con hongos y flores y frutas colgando por varios lados, y la cocina no saben lo que era. Había un fuego en el piso con una olla gigante encima, y cosas colgadas por todos lados, nueces y avellanas y embutidos y orejones y carne seca y patas de chancho o no sé que eran. Y cuando entramos tuve un momento de duda de si me tenía que poner el barbijo para entrar a la casa con una persona tan grande, y lo saqué del bolsillo y me lo estaba poniendo y ella me miró con una cara como que no entendía qué carajo hacía. Le dije algo tipo “Bueno, hay que cuidarse,” ¿viste? Y la cara de incomprensión que me puso era para una foto. ¿Puede ser que alguien no se haya enterado de la pandemia? ¿Acá nomás en el pueblo? Era todo rarísimo.
        —Este es un momento perfecto para que aparezca el búho, —comentó una de las compañeras. La noche anterior, un gran búho se había venido a posar en una rama justo al lado del fuego y se había quedado ahí un buen rato, iluminado misteriosamente por las llamas. Todas habían tenido la oportunidad de verlo y hasta de sacarle fotos.
      —La viejita me invitó a sentarme en unos bancos rústicos que tenía, puso una pava en la cocina económica y sacó de acá y allá distintas hojas y especias, mientras yo miraba la casa en silencio y me maravillaba por la cantidad de cosas que tenía. Al rato me convidó un té muy amargo, y me dijo que serviría “para encontrar lo que buscaba”. Yo me sentí como entregada pero en buenas manos, sentí que no me podía pasar nada malo ahí, con esa vieja yuyera que debía saber todo lo que nadie sabe sobre las plantas.
        —¿Y te hizo algo el té?
        —No… O sea no sentí nada así físicamente. Pero la charla que tuvimos después fue increíble.
        —¿Qué te dijo?
     —No sé, hablamos de distintas cosas, pero tenía una fuerza esa vieja, una forma de transmitirte confianza y amor y optimismo… En un momento le pregunté si tenía marido y me dijo “¿Para qué? Todo esto lo hice sola. Nosotras no necesitamos a los varones,” y lo dijo de una forma tan amorosa y tan plena y tan segura de sí misma pero a la vez como inocente que de golpe parecía una nena de 25, no sé. Era re loco cómo le cambiaba la imagen por las palabras que decía. Y ustedes se cagan de risa pero yo no estaba tan confiada de mi sexualidad en ese momento. Todavía me daba mucha inseguridad y vergüenza, por más que sabía exactamente lo que soy. Me costaba la liviandad con la imagen que proyectaba, y entonces estaba siempre luchando contra eso, y tampoco era tan fácil para mí entrar en un vínculo. Eran siempre como paredones, como trabas que me autoimponía… Y esa charla me cambió algo, literal que desde entonces fue distinto.
        Millalén, que estaba mirando el fuego mientras hablaba, sintió los brazos de sus compañeras que la abrazaban. El sonido de un aletear en las ramas hizo que todas miraran para el mismo lado, pero no era el búho sino otro pájaro que no llegaron a ver bien. Alguien preguntó si sabían la hora y esa pregunta para Millalén fue un ancla. De golpe se supo en la montaña, cansada, luchando junto a sus compañeras contra un fuego incontrolable, injusto, ancestral.

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