martes, 3 de octubre de 2006

Creo que fue algo así:
El puño del bosque, demostrado en el pésimo dibujo al dorso de la hoja, cuyo autor prefiere mantener el anonimato (quizás más por vergüenza que por misticismo artístico), me engatusó de tal manera que prefijó mis intenciones de una manera abismal. Eso más o menos se distingue en la imagen… pero de verdad, qué mala que es esa ilustración. En fin, intentaba explicar con qué dote salvaje, clásico en su especie, la arboleda me habló de dioses y de arena, de raíces y de momentos. Quizás fue el miedo lo que me llevaba a dudar de su propuesta: la de unirme a ellos y hacer la sacra conversión, con su inevitable comunión, al arbolismo; término un poco indeciso, y si no eso confuso. Sencillamente, se trataba de hacerme árbol.
Pero como quizás he dicho antes, la manipulación era tal que estas dudas eran simplemente ráfagas de pensamientos instintivos, o esa llamada “conciencia”, o segundas opiniones volátiles que yo sabía eran inconsecuentes.
Al cabo de unos mates, que sólo yo tomé (porque, ¿cuándo se escuchó hablar de árboles que toman mate?), les di la mirada de las pocas palabras, el sí implícito, el reconocimiento de la transición, el fin de lo inevitable, o el principio de lo otro.
La metamorfosis, altamente cinematográfica, es lenta y placentera. Se trata, sin más, de hacerse uno con la tierra. Se siente como tomar agua y que esa agua se materialice dentro del cuerpo y chorree para afuera, por los poros o algo. Sería comparable con el tópico de los dibujos animados en el que un personaje es disparado muchas veces y que, pareciendo salir intacto, bebe líquidos que luego salen de diversos agujeros que las balas perforaron en su persona (quizás este último término no sea el más apropiado dado que gran cantidad de los dibujos animados son animales). De todos modos, de agujeros se hizo mi cuerpo y de ellos sale mi forma y mi materia, y se escabulle en la tierra alejándose de mí como un hilo de lana de un suéter. Y se lleva mi ser, o mis seres, pero sin desprenderse de mí sino haciéndome más amplio, dejándome distribuido en trenzas por aquí y por allá, imagen pictográfica obvia: las raíces de un árbol. Y así todos mis átomos, ¡los míos propios!, son los átomos de todo lo que me rodea, mientras yo absorbo lo que me rodea también me convierto en aquello; me rodea mí futuro, mientras mi presente es lo que me solía rodear.
Pero es todo muy honesto, y muy espiritual. Poco sabía yo que el proceso tardaría años. Tarda todos los años, los siglos. Fíjate que ya pasado toda una vida y todavía no ha acabado. Solamente soy medio árbol, más o menos… y dicen que la segunda mitad es más larga que la primera.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

es solo cuestión de darse cuenta, lo que hacen tus átomos!!!

cuantos se van metamorfoseando en cosas y nunca llegan a registralo.

felicitaciones por tu arbolismo, que aunque no concluido el solo proceso es digno de felicitación.


parte con tono serio, seriísimo: imposible olvidarse de las damas, que no se repita.

Mikel dijo...

gracias! no sabés como se agradece!

el proceso perdura, ahora tengo plantas hasta en los pies

Anónimo dijo...

si claro
es este: redondelitos@hotmail.com

sobre las plantas de los pies: chistes de salón.

marches! dijo...

muy bonito por aca :)
muchos saludos desde mexico =)

Mateo dijo...

para mi que lo que pasó es que te fumaste una planta que yo me se...