Cuando a la noche miro la ventana de
enfrente
cambiar de rojo a verde a azul a rojo, cien veces
en el tiempo que me tarda fumar un
cigarrillo,
me paso todo un segundo cigarrillo
convenciéndome
de que yo no soy así, de que si bien no
soy más real
que esas imágenes, al menos cambio más
lento.
Pero mientras me decido a prenderme el
tercero
me acuerdo de repente de un sueño, me lo
prendo,
y pienso que la llama que me ilumina la
cara
son sucesiones de llamas entrecortadas por
ínfimas nadas,
que el líquido transparente en mi
encendedor
son millones de años de cosas muertas, y
que el yo
es como el ahora, un estallido de
representaciones
al que llego siempre tarde. En el sueño
que me acordé,
estaban todos ustedes, y nos pasábamos de
mano en mano
una piedra que era lisa de un lado,
totalmente lisa,
y del otro lado muy rugosa, y había una
pantalla
que ondeaba en el viento, como una
bandera.