Todo tiempo pasado fue anterior.
Voz popular
Receptivo a la jovialidad de la mañana, Menderley se decidió por un paseo en dirección al centro de la ciudad, donde sin duda estaba ocurriendo todo aquello que valía el derroche tener como objeto de su atención y experiencia, y fue solamente cruzar el umbral delantero que gozó del privilegio de la sorpresa de encontrarse a su vecino el respetable señor St. George, honorable propietario del solar fronterizo, separado del suyo únicamente por una franja pública de circulación urbana, barrera sin duda más meritoria que el muro que lo individuaba del doctor Hironi, cuya temible uniceja concentraba gran fuerza gravitatoria sin, empero, lograr ejercer ningún provecho moral sobre el doctor, que hubiera podido, mas se negó tercamente a hacerlo, asir la noble lección de que todo cuerpo medianero dedicado exclusivamente a deslindar dos espacios, sin producir de sí ningún otro beneficio, resulta en un desperdicio de terreno y material cuya carencia afecta, al fin y al cabo, a ambos involucrados por igual, y divisando una sonrisa que se extendía por buena parte de la zona inferior del rostro de su cohabitante simétrico el indivisible señor St. George, estimó justificado y no falto en civismo aproximarse a su persona con el fin de realizar un intercambio de cortesías e informaciones, superadas las cuales acertó en preguntar con qué propósito salía a la intemperie en esta ocasión, solicitud a la cual el vecino cuya residencia se hallaba en un punto equidistante al suyo respecto a ambos límites de la manzana el correspondiente señor St. George se dirigió razonando que se privaba de su bien amado techo por un breve lapso en el cual se entregaría de lleno a la tarea de un paseo circular, aclarando que se había valido de esa metáfora gráfica de manera laxa, con el fin de indicar que se disponía a efectuar un recorrido civil que empezara y acabara en el mismo lugar su zaguán y no porque pretendiera que el conjunto de los puntos afectados por su paso fueran equidistantes de un centro y se encontrasen, de esta forma, contenidos en una circunferencia, y bajo la postrer interrogación sobre el rumbo trazado imaginariamente de antemano con el fin de imponerlo sobre la realidad, Menderley recordaba con claridad que el residente de la edificación adyacente cuya dirección postal era el sucesor divisible por dos de su propio domicilio impar el animado señor St. George se había expresado con palabras que indicaban, sin intención aparente de caer en anfibologías indecorosas, que su deambular sería realizado en dirección opuesta al centro de la ciudad y por lo tanto a la suya la de Menderley, dicho lo cual y con una cordial despedida que se encontró exactamente de por medio, ambos se dispusieron a efectuar sus leve pero no inoportunamente demorados trayectos, e imagínese cuán amplia sería su estupefacción la de Menderley, al encontrar que los músculos de las extremidades inferiores del articulado señor St. George, que se tensaban y relajaban en un patrón complejo y del todo coherente con su fin transportacional, lo hacían siguiendo una dirección que no contradecía en nada el rumbo que efectuaba su propio organismo sensible el de Menderley, es decir, con los arrabales del lado del talón y los rascacielos más cerca de los dedos del pie y, entre estos, más próximos al gordo que al meñique, frente a lo cual cayó Menderley víctima de la intriga y dispúsose a interpelarlo nuevamente con el objetivo de enmendar el confuso que lo había llevado tan fielmente a razonar que sus caminares serían elaborados en sentido antitético uno de otro, dado que él mismo pretendía hacerlo en dirección al centro y su vecino había declarado su preferencia por la zona del mundo que se le oponía, ignorando sin embargo si la falla de comunicación había que adjudicársela al emisor o al receptor del comunicando, cuya transparencia inicial había resultado ser sólo aparente, la indagación fue al cabo realizada poniendo de relieve que la elocuencia de sus pies contradecía la de sus palabras, con el resultado de una honesta incomprensión por parte del expresivo señor St. George, que se declaraba en nada opositor a su intención inicial, proponiendo recorrer rápidamente el silogismo por el cual se infería su convicción, entendiendo que en todo momento en el cual su cuerpo se entregara a acortar las distancias entre sí mismo y el centro de la ciudad, dando el caso hipotético de que la ciudad se sitúe en el Nornoroeste, también el centro de la ciudad se aproximaría paulatinamente a su cuerpo, desplazándose hacia el Sursureste, de lo cual sólo era posible deducir que su cuerpo y la ciudad mudaban en direcciones que se oponían entre ellas, a todo lo cual Menderley escuchó con atención sin que lo desconcentrase en nada la simultaneidad con la cual su cuerpo iba permutando de sitio valiéndose del referido sistema donde se intercambian numerosas veces los pies en la manera en que tocan el suelo y también en el lugar en el que lo tocan, puesto que una vez liberados del malentendido habían tomado la resolución tácita de caminar juntos hacia el centro de la ciudad y de hacerlo sobre la misma vereda, facilitando el arte de conversar o al menos disminuyendo el aliento necesario para llevarlo a cabo, y tras darse la libertad de alargar la pausa entre las palabras del inconfundible señor St. George y las que éste esperaba recibir en cambio, con el fin de reflexionar sobre ello un momento y así poder pronunciarse después de saber qué decir y no antes, replicó Menderley, no sin que la vanidad de su autoproclamada audacia impusiera una huella sobre uno o varios de los aspectos de su manifestación tonal, que si el obstinado señor St. George se dirigía en dirección a la ciudad, y la ciudad se dirigía en dirección al susodicho señor St. George, más valía concluir que ambos cuerpos se dirigían al mismo punto equidistante, es decir, que el contradictorio señor St. George había mentido al definir su dirección como opuesta a la ciudad y que, por este motivo, no tenía Menderley otra opción que efectuar una invitación para batirse a duelo como dos gentilhombres, oportunidad en la cual se aseguraría de que fuera esa la última mentira en producirse por el sistema respiratorio y vocal del antipático señor St. George, a no ser que pudiera lograr con sus pomposos circunloquios y jactanciosos conceptos convencer a su pistola la de Menderley, cuya fidelidad hasta el momento se había comprobado irreprochable, que el trayecto de su bala haya de ser realizado en sentido opuesto al perfilado originalmente por su poderosa mecánica, desafiándolo aún a desviar con su aparatosa retórica el proyectil, aunque sea milimétricamente, puesto que tal era la precisión de su accionar, y tal era la certeza de la muy futura extinción, premedita por su parte la de Menderley, de su vecino de enfrente el confuso y confundido y confinado señor St. George.